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22 de noviembre. Cañuelas, Argentina.

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Con las pelotas por el piso

O cuando el remedio es peor que la enfermedad. Escribe: Renato de Tellería.

En mi familia no hay quien no sea bueno en algún deporte o lo practique con regularidad. Mamá, le guste o no, era buena atleta; mi hermana es amante del gimnasio (hay que ver la disciplina que aplica para levantarse temprano y cumplir con la rutina, de hecho también está estudiando musculación y una Tecnicatura en Nutrición, por ello también dedica la misma rigurosidad en las comidas); mi hermano es muy bueno como arquero en el fútbol, estuvo practicando en las primeras divisiones de algunos clubes reconocidos y espero que así continúe; y papá hace tenis.

Aunque mi viejo tardó en darse cuenta de mi total ausencia de condiciones, me llevó a diferentes disciplinas para ver si lograba ‘sobresalirme’ en alguna de ellas para jactarse de mis destrezas físicas. En lo único en lo que me destacaba era en el montón de nenes que formaban fila para arrojar pelotas al aro cuando iba a básquet, porque a más de uno le llevaba media cabeza, pero si se trataba de agarrar la pelota y embocarla, era malo, muy malo.

Yo creo que mi abuelo, que está pronto de cumplir los cien años y que en su mejor momento fue socio y futbolista asociado al Club Cañuelas, si me viera se revolcaría en su tumba. Acá en vida, yo soy el retrato vivo del cromosoma perdido. Me parece que ni los mejores científicos del mundo lograrían explicar en qué parte de la cadena helicoidal del ADN se saltó esa parte. Dicen que la sangre no se equivoca, pero en mi caso hizo excepción a la causa. En básquet prefería entretenerme contando chistes en la tribuna e ignorando a mi viejo, que no entendía mi reacción. En tenis tampoco lograba, ni aunque la pelota fuera el doble de ancha, dar con la raqueta, ni de derecho, revés, golpe ni contragolpe. Mi hermano, siendo más chico que yo, me superaba ampliamente en esos menesteres tenísticos.

Con el fútbol tampoco hubo chance. Siempre que lo intenté me enredaba con mis propias piernas. Mi única posibilidad era relatar los partidos con los primos cuando jugaban en el patio de atrás de la casa de la abuela, o simplemente aprovechaba para perderme y jugar solo hasta que el grito de la nona nos llamaba para merendar. Hubo una oportunidad en la que intenté con el rugby, pero después de ver cómo lastimaban en el ojo a un compañero, dije "no, gracias".

Me consuelo con la idea de que tengo los dos pies izquierdos. Es la única explicación que encuentro para haber salido tan malo, aunque con el correr de los años (los únicos en mi vida que corrieron en serio) uno empieza a asumir que tiene habilidades o destrezas en otras actividades, como en mi caso, el teatro.

Conozco muy bien los beneficios del deporte y no me jacto de mi incapacidad para practicarlo, pero bromeo diciendo que lo mío es más lo intelectual (y hasta ahí nomás). En breve voy a empezar con natación. Eso le dará una justificación cuando le pregunten a mi viejo qué hago con respecto a alguna práctica y él conteste sin culpa: ‘’Nada’’.


"Soy el retrato vivo del cromosoma perdido. Me parece que ni los mejores científicos del mundo lograrían explicar en qué parte de la cadena helicoidal del ADN se saltó esa parte".
 


De lo que estoy seguro es que heredé de papá, entre otras cosas, la obsesión por la higiene personal. A medida que voy creciendo no voy a ningún lado sin mi shampoo, crema de enjuague y jabón. Son como pequeñas testarudeces que uno se autoimpone para evitar el contagio de enfermedades. 

Los fines de semana suele salir hacia la cancha de tenis equipado con su bolso (que dicho sea de paso, es como la caja de pandora). Allí carga el shampoo exclusivo contra la caída del pelo (viendo la copiosa, léase el sarcasmo, melena que tiene, me encanta que no pierda las esperanzas); crema de enjuague con esencias de chocolate (todavía no tuvo la tentación de devorarla aunque varias veces dijo que sentía ganas de comerla por su aroma a cacao); jabón en su debido estuche, toalla, toallita, y dos remedios. Y acá es donde justamente quiero hacer hincapié: uno era para evitar el enrojecimiento en los dedos de los pies, y otro que se pone en los ojos para que no se le irriten... (faltaba el moño y cartón lleno). El hombre llega de tenis recién duchado, se quita las tobilleras, muñequeras y se dispone a dormir la siesta, hasta la hora de la cena.

Fue justamente un domingo temprano, serían aproximadamente las ocho de la mañana, cuando papá se levantó temprano, como todos los días. Su idea era leer el diario, desayunar y aprovechar el día a como dé lugar. Aquella, luego de ducharse y afeitarse, se había apartado el remedio de los ojos por un lado y por el otro el de los pies, ambos con forma de gotero. Yo dormía y apenas sentía el murmullo de la ducha, ya que el baño está pegado a mi pieza. A los pocos minutos escuché un alarido que no me dio tiempo a reaccionar y acto seguido a ese grito desgarrador, un insulto, luego otro y el agua de la pileta del baño que empieza a correr. De pronto se abre la puerta de mi habitación y, todavía en camisón y tentada de risa, era mamá para anoticiarme que mi viejo -Dios nos salve- se había puesto por error el remedio de los pies en los ojos. No tuve mejor idea que reírme yo también. Me acerco hasta el baño y lo veo reclinado en la pileta poniéndose agua fría en la cara. Le pregunto qué había pasado, como para buscar información de la propia fuente. Se voltea y con los ojos más irritados que le vi en mi vida, todavía desbordados de lágrimas, me mira y me cuenta. Yo todavía no entiendo cómo le pasó. Un descuido imposible de entender en un hombre que se dice tan metódico.

Por suerte papá no perdió el ojo. No hubiera querido estar ahí para tener que explicarle al médico cómo sucedió. Sólo estuvo un par de minutos con los ojos en compota. Ahora es cardíaco y perdió la visión de uno de ellos, pero es por otras cuestiones. Lo que pido -encarecidamente- es que Dios o quien sea nos dé paciencia para poder lidiar con sus distracciones, no sea cosa que un día confunda el veneno de ratas con el azúcar, porque ya me veo pidiendo mesa para cuatro porque tendré que llamar al doctor, la policía, un veterinario y como si fuera poco, al control de plagas.

Renato de Tellería
Actor, escritor y un cuelgue permanente

Escrito por: Renato de Tellería