La grieta argentina recorre una ruta fantasmal y se instala en las llanuras de Ucrania. El kirchnerismo se abroquela en la justificación de Putin, y la oposición en la defensa de la soberanía ucraniana. Este alineamiento es lógico: los populismos se unen alrededor de los autócratas.
El Zelig argentino, a la sazón Presidente de la República, se debate en sus propias contradicciones: firmó con Rusia un acuerdo para que oficiales y suboficiales argentinos se capaciten y entrenen en instituciones militares de Rusia —fuerzas armadas de muy escaso prestigio en materia de derechos humanos—, cuando ya la invasión a Ucrania era inminente; consideró un privilegio haber podido mirar a Putin a los ojos —patético de un jefe de estado a otro—; ofreció al autócrata que Argentina sea su puerta de entrada a América Latina; y lo mimó en los foros internacionales en alianza con la crema totalitaria de Venezuela, Nicaragua, Cuba e Irán. Pero, como contemporáneo a estos hechos se negociaba el acuerdo con el FMI, cambió de inmediato la piel, recogió piolín del barrilete y se occidentalizó moderadamente para no firmar su sentencia de muerte económica. En conclusión, a Zelig no lo podemos considerar en ninguna de sus acciones porque todas son aparentes, una ficción, como lo fue su designación a presidente. Igualmente zelignizada está la política exterior argentina, ya con el improvisado y silente Solá, ya con el pintoresco Cafiero, hombre graduado en lenguas vivas. Nuestra presencia internacional flota al garete.
En este mundo altamente globalizado, los sucesos de Ucrania nos afectan desde lo humano, lo geopolítico y lo económico.
Desde lo humano, asistimos en directo al sufrimiento y a la muerte, a la crueldad y a la represalia, al abuso del más fuerte sobre el más débil y, no puedo dejar de decirlo, también presenciamos el ejemplo de honor y dignidad con que un pueblo corajudo defiende su patria, su hogar, su lugar en el mundo; página trágica y heroica que nadie podrá borrar de su historia. Admiración y respeto por los hombres y mujeres de Ucrania. Aunque esta épica emocione y reivindique en algo la condición humana, su consecuencia es también el sufrimiento y la muerte, y no nos puede alegrar.
Desde lo geopolítico, se altera el equilibrio inestable, pero equilibrio al fin, que mantenía el mundo desde finales de la guerra fría, forjándose confusas alianzas y amistades, y generándose por ello dudas y temores sobre los nuevos posibles alineamientos.
Desde lo económico el estallido de los commodities, insumos de la actividad humana y la propia subsistencia, ha generado un caos internacional que recién empieza e ignoramos su alcance final. A la luz de la historia, nada de esto es nuevo. Europa ya ha vivido situaciones similares en el pasado siglo. Y conviene retrotraer la mirada para analizar causas y consecuencias en función de hechos que pueblan el bagaje de la experiencia.
Hitler apreció que su país natal, Austria, y el que gobernaba, Alemania, tenían una misma raíz racial, cultural e idiomática. Dijo que los austríacos eran diez millones de alemanes que vivían fuera de sus fronteras. El 14 de marzo de 1938 el ejército alemán entró en Viena. Se produjo el Anschluss, la anexión de Austria al Tercer Reich, pasando el antiguo país independiente a ser una provincia alemana. Las potencias occidentales levantaron apenas tibias protestas contra la acción alemana, pese a que era violatoria de las cláusulas del tratado de paz de la Gran Guerra. Al parecer, para el mundo, no había pasado nada.
A mediados de 1938, Hitler entendió que los ciudadanos de origen alemán que habitaban la región checoslovaca de los Sudetes eran víctimas de persecución por parte del gobierno checo. Sin más, su ejército cruzó la frontera y ocupó la tierra checoslovaca reivindicando la germanidad de esos pueblos. En octubre de 1938 Alemania logró la total ocupación y control de los Sudetes.
Las potencias occidentales no querían otra guerra y en su afán de mantener la paz fueron permeables a las pretensiones de Hitler, convalidando la invasión por el Tratado de Munich entre Alemania, Italia, Francia y Gran Bretaña (con la ausencia del principal afectado: Checoslovaquia), donde se acuerda ceder el territorio checoslovaco invadido de los Sudetes a Alemania. El tiempo enseñó que esa entrega, como prenda de paz, a un contertulio como Hitler resultó bastante inútil. El déspota siguió con sus planes, invadió Polonia y comenzó la segunda guerra mundial.
Nadie puede afirmar que la historia se repite, la identidad es imposible por las variaciones de tiempos y circunstancias; sin embargo, hay matices, rastros, similitudes, que la historia ilumina y señala para que el hombre avisado saque sus conclusiones. En este orden de ideas es difícil escindir la invasión de Putin a Ucrania de la antigua expansión de Hitler sobre Europa del este. Para el nazi era necesario darle a la gran raza aria su espacio vital, para el ruso, volver a un dominio imperial fenecido hace tres siglos. Para ambos, el concepto paranoico del tapón como protección de sus fronteras de futuros e hipotéticos ataques. El espacio vital para que respiren cómodos los pueblos elegidos. Lo que piensan o desean las naciones caídas bajo su bota carece de importancia. No descarto que hoy día existen causas económicas y políticas propias que sostienen el conflicto y que influyen en la conducta de las partes y de los países testigos; pero en la médula siempre reposan aquellas incontrolables apetencias atávicas encarnadas en dirigentes psicópatas, que se erigen señores de vida y muerte.
Hay similitudes entre los dos líderes referidos. Sobre la patología psíquica de Hitler tenemos bibliotecas, pero sobre Putin no es tan así. Por eso vale aportar algunos elementos del excelente artículo de Laura Corradini (diario “La Nación”, de Buenos Aires, 12 de marzo de 2022) que se adentró en la temática y nos trae testimonios íntimos del Kremlin. Relata que según Serguei Jirnov (ex agente de la KGB): “Hoy está solo (Putin) y no escucha a nadie. Ni siquiera al FSB (ex KGB), que le hace llegar informes truncados que alimentan sus fantasmas. Estamos ante una deriva estalinista. No se puede decir que esté loco, pero está paranoico, con tendencias psicópatas. Y el confinamiento del Covid aumentó su voluntaria soledad”.
Según el historiador Alexander Adler: “Putin se cree siempre más fuerte de lo que es y vive en un estado de rabia impotente que lo conduce a los peores excesos. Veo en su gesto la tragedia de un hombre que se está suicidando políticamente y probablemente también en forma personal. Se trata, en todo caso, de un hombre desesperado y desesperante. Es exactamente eso lo que estamos viendo, en tiempo real: la cabeza de un hombre no solo paranoico, sino megalómano, que se considera el zar de todas las Rusias".
¿Sufrirá el mandamás ruso el Síndrome de Hubris —sensación de omnipotencia—, tal como aquí se le enrostra a su admiradora, la lideresa del Frente de Todos? Veamos: ¿Exhiben ambos un ego desmedido y desprecian las opiniones de otros? ¿Se consideran superiores a los demás? ¿Los aterra la pérdida del poder? ¿Cualquier crítica les crea un enemigo personal? Si las respuestas son positivas, vale colegir que Hubris deambula por las estepas rusas y las pampas argentinas.
Con estos antecedentes, poco puede esperarse para la paz de un líder ruso que se considera el héroe defensor de la identidad imperial de Catalina II, la Grande, Emperatriz y Autócrata de Todas las Rusias; y quiere llevar sus fronteras a las de 1793, sacando del medio a estos absurdos ucranianos que tienen la insolente pretensión de ser soberanos y vincularse al mundo occidental.
El pasado se refleja en el presente; no se repite, pero deja su resplandor. Otra vez, por un lado, el llamado mundo libre, occidente; que admite sus falencias, dudas, confusiones, contradicciones, búsquedas y tolerancias; pero sostiene las consecuencias irrestrictas del ejercicio de la libertad de las personas. A este mundo desea adherir Ucrania. Del otro lado, quienes se sienten dueños de la verdad absoluta, oráculos del sentir de un pueblo mítico, gestores del pensamiento único, disciplinados y disciplinantes, verticalistas, ceñidos a valores tradicionales inmutables e incontrovertibles, representados por la palabra y la voluntad de un líder infalible. Rusia y quienes la imitan y apoyan.
El resultado: sangre y luto.
El reflejo de la historia es tenue, difuso, pero inexorable.
Carlos Laborde
Abogado, escritor.
Escrito por: Carlos Laborde