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21 de noviembre. Cañuelas, Argentina.

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Las invasiones bárbaras y el ocaso de los dioses

Han dejado el país sin gas oil para el transporte, sin gas para la industria, con pésima performance escolar y abandonado el territorio nacional a los Mapuches. Escribe: Carlos Laborde.

El Estado, como Nación políticamente organizada, requiere, para su existencia y sustento, un territorio donde ejerza soberanía, una población que lo habite y un gobierno constituido. Es obligación primaria del Estado, que tiene el monopolio del uso de la fuerza, la defensa de su población y de su territorio. Claudicar en estas funciones es conculcar el concepto de soberanía, condición irrenunciable de un país que se pretenda independiente. Soberanía real, no retórica de inflamados discursos. 

La crónica periodística nos informa que en la Universidad Nacional del Comahue se ha izado, en el mástil oficial, una bandera de la comunidad mapuche. Los conflictos que genera este grupo aborigen trasandino, que se desplaza hacia nuestro territorio nacional produciendo distintos tipos de desmanes y delitos, son perfectamente conocidos y no me referiré a ellos. Pongo la óptica sobre un hecho que parece simbólico, fácticamente menos grave que los incendios y las agresiones ya conocidas de esa comunidad, pero que en su aparente inocencia marca un signo de complicidad entre los funcionarios que deberían bregar por la soberanía del Estado nacional y los silenciosos invasores que pretenden dominar la Patagonia hasta el Atlántico con la consecuente secesión de los actuales territorios de la República Argentina y de la vecina Chile. ¿Por qué importa que se haya izado la bandera mapuche en el lugar reservado a la bandera nacional? En principio, el insumo de una bandera no es sino una tela con determinados colores, pero todo cambia cuando un Estado nacional, en ejercicio de su potestad, convierte esa tela coloreada en lo que da en llamarse un símbolo; o sea el objeto que representa, que exhibe, que muestra a propios y ajenos, que bajo su sombra el Estado nacional ejerce la potestad; sólo ese Estado y no otro Estado. Esto va mucho más allá de los cánticos escolares, de los usos del fútbol, de inflamadas poesías o de trasnochados delirios nacionalistas; va a algo real y concreto: donde flamea su bandera el Estado nacional ejerce potestad soberana. Ese es el signo, eso es lo que lo que dice una bandera, su significante. 

En la guerra naval, cuando una nave caía en poder del enemigo se arriaba la bandera del vencido e izaba la del vencedor. ¿Qué significaba? Que la nave ya no estaba bajo la potestad del rendido, estaba ahora bajo la potestad del captor. O en tierra, como cuando se izó la bandera de la Francia libre en el Ayuntamiento de París; o cuando cayó Berlín y se arrió la bandera nazi del Reichstag o cuando en las Invasiones Inglesas, cayó la bandera británica del Fuerte de Buenos Aires y se izó la española de la Reconquista. Por la significancia política que tiene la bandera del Estado nacional en el mástil de un edificio estatal, resulta inadmisible lo ocurrido en la Universidad del Comahue. Implica decir al mundo que el territorio sobre el que flamea esa bandera pertenece al estado que consagró esos colores. 

Más grave resulta que izada esa bandera y bajo la misma, un trabajador no docente de la propia Universidad del Comahue discurseó delante de las autoridades presentes: “No le pedimos permiso al papá Estado para darle sentido a este símbolo político del pueblo mapuche de un lado del otro de la cordillera. Somos una nación preexistente al Estado nacional argentino”. 

Esta frase convalida todo lo dicho sobre la significancia de una bandera, en este caso mapuche: desconocimiento del Estado argentino, significancia de su bandera como símbolo político del pueblo mapuche, ocupación de ambos lados de la cordillera y preexistencia del estado mapuche sobre el estado argentino. 

Se adquiere un problema de dimensiones desconocidas: sostener la soberanía nacional sobre la Patagonia o entregarla a esa comunidad aborigen. Pero bajo las leyes de la República Argentina no pueden caber dudas ni conflictos. Los funcionarios que no hagan respetar la soberanía del territorio nacional y de sus instituciones, por las buenas y si es necesario por las malas, estarán incumpliendo sus deberes y poniendo en riesgo la integridad territorial del país. Lo antedicho no implica en absoluto una posición chovinista, líbreseme de semejante imputación; la Nación Argentina alberga a todos los hombres del mundo que quieran habitarla, pero siempre dentro de las normas y el imperium del Estado Nacional. Y en nuestro territorio, todas las banderas del mundo pueden ser celebradas y flamear, pero siempre presididas por la argentina en el mástil principal, signo del Estado soberano.

Se observa una generalizada caída del peronismo, tanto en capacidad electoral como en valor de referencia. El mito de la verdad absoluta que se le atribuía ha desaparecido; también el de exitoso, ante el fracaso absoluto de su gobierno. Tal vez ahora les haga falta a sus militantes el helicóptero que tantas veces le estacionaron en la plaza al anterior presidente. El discurso que brindó la Vda. de Kirchner el día de la bandera fue el símbolo mismo de su decadencia, su falta de ideas y la repetición de fórmulas fallidas. Mientras tanto, aviones misteriosos que se vuelven tenebrosos vuelan los cielos de la república con exóticas tripulaciones. La fórmula del encantamiento de las masas luce agotada. La verdad, desnuda, muestra la realidad del peronismo, de ese movimiento del que ella es la última variante y que había nacido de aquel golpe nazi-fascista del 4 de junio de 1943, que apoyó a las potencias del Eje, proponiéndose como puerta de entrada del nazismo a América Latina, con la promesa de que una vez que Hitler ganara la guerra Argentina sería la cabeza del Reich en Sudamérica y viviríamos los prometidos mil años de felicidad. 

Las cosas no cambiaron demasiado. Ahora los Kirchner se pretenden líderes de la patria grande y nuestro pintoresco presidente se cree el portero de América Latina para el sátrapa Putin. El nuevo eje (Venezuela-Nicaragua-Cuba–Irán) ha reemplazado al del pasado siglo (Alemania-Italia-Japón). Juan Domingo Perón, consumó su amor por los nazis recibiendo a todos los criminales de guerra en huída que le enviaban el Vaticano y otras oficinas de protección de réprobos. El peronismo actual, en su variante kirchnerismo, se alinea con las tiranías de esos países violadores de los derechos humanos, apoyados por Rusia y China, potencias que descreen y ofenden la libertad del hombre. 

Pero los tiempos cambiaron. Gracias a las comunicaciones, la libertad de prensa y la globalización, el pueblo se ha culturalizado. La experiencia y el sufrimiento le ha permitido desarrollar un juicio crítico; adquirir mayor sabiduría para entender la realidad, y ese dominio de la realidad produjo una reacción que hiere de muerte los gastados conceptos populistas y a sus corruptos mensajeros, mercaderes del atraso y la rapiña. Han dejado el país sin gas oil para el transporte, sin gas para la industria, con pésima performance escolar, paraíso de la delincuencia común y del narcotráfico, con la mitad de su población en la pobreza y un diez por ciento en la indigencia absoluta, aislado de las naciones civilizadas, abandonado el territorios nacional a los Mapuches, corrompiendo la justicia para exculpar a los delincuentes y vituperando la Constitución Nacional que pretenden reformar o derogar, como lo hizo Perón en 1949. 

En fin, un país al garete, un país esperpéntico, grotesco, escapado de las mejores obras de Del Valle Inclán o Discépolo, o de las peores pesadillas. 

Éste es el examen final que ha dado el peronismo después de tantos años de gobierno y hegemonía. Hay furia y desesperación en la Vda. de Kirchner, no por la situación del país y su gente, su psicopatía no la asume, sino porque advierte que la masilla que durante años moldeó a su gusto, placer y beneficio, se le escapa de las manos; que se supo que solo era masilla, y que sus esbirros —todos desconfiando de todos— miran disimulados hacia los botes de salvamento. Martín Guzmán, ya se ajustó el salvavidas y abandonó la nave. 

El Valhala arde, se vislumbra el Ocaso de los Dioses.

Carlos Laborde
Abogado, escritor.

Escrito por: Carlos Laborde