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24 de noviembre. Cañuelas, Argentina.

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Mala junta

Es urgente una racionalización y democratización del peronismo para contener su ideario dentro de los límites de la Constitución y la República. Escribe: Carlos Laborde.

En los tiempos de las polainas y los tangos de Firpo, la policía brava consideraba la “mala junta” —dime con quién andas y te diré quién eres— como una presunción de que quien se acompañaba de malandras, malandra era, y podía considerarse sospechoso de cualquier calamidad. Un concepto cercano a lo que la doctrina jurídica del fascismo llamó peligrosidad criminal. Ahora, en la época de la silicona y la música de Piazzolla, comienza a darse en el debate interno de “Juntos por el Cambio” un conflicto de imprevisible desarrollo que, naciendo del concepto de ampliar la conformación del frente, se encuentra ante la necesidad de poner un límite: hasta dónde llega la integración y dónde comienza la mala junta. 

Escribí, en el 2015 (*), que parecía necesaria la racionalización, institucionalización y democratización del peronismo, a fin de que canalice sus ideas dentro de los límites constitucionales y republicanos. Hasta el momento no se ha dado, salvo algún tímido discurseo al respecto. El problema es que no todos los peronistas suscriben esta idea, porque el movimiento lleva enquistado un genoma al que no le interesa ni la democracia, ni la república, ni la Constitución, y que hoy está liderado por el llamado núcleo duro del kirchnerismo, cuyos fines últimos se perfilarían peligrosos para los que ambicionamos un Estado de Derecho. Sin ir tan lejos, el propio peronismo ortodoxo deberá examinarse —lo que no es fácil— porque en su concepción populista porta signos autoritarios de difícil asimilación.

Por ello, resulta dificultoso efectuar el test de república y constitución entre los despojos del naufragio oficialista. Tampoco se pueden admitir rostros cargados de prontuarios, deberán hacer su purgatorio; la honestidad es un requisito indispensable para una alternancia democrática y republicana con el peronismo. La experiencia es difícil, pero un resultado feliz puede ser de gran ayuda para que la nación logre revertir su situación de desastre. Se necesitan dos fuerzas alternativas, con respeto mutuo por las individualidades de cada una, pero ambas democráticas y respetuosas de los principios básicos de la Constitución Nacional, que no son otros que los que lucen las naciones civilizadas de la tierra.

El frente oficialista, al estrellarse contra el témpano electoral, ha averiado máquinas, perdido el timón y se encuentra flotando al garete. La viuda de Kirchner, a quien es dable adjudicarle el liderazgo del gobierno, se encuentra inerme en el puente de mando de ese barco sin motores ni timón. Su rostro, que expide un fuego tóxico de odio, frustración y furia, condice con la condición terminal del navío que conduce. No sabe qué ha hecho mal ni qué puede hacer bien, la situación la supera, todas las variantes estallan, sus banderas populistas ya no convencen y mascando veneno debe mirar a su alrededor para transitar otros rumbos que la alejen del abismo. 

Entonces, arrea las banderas de la “liberación” y mira a los compañeros peronistas de derecha, esos que cantan la marchita y entronizan a la virgen de Luján en sus despachos, los que lucen pañuelos celestes pero, claro está, son pragmáticos y bachilleres en compra de votos, fraude electoral y, tal vez, algunas otras pequeñeces. Marcha atrás en la política exterior de simpatía con las dictaduras, marcha atrás en la persecución al campo, marcha atrás con las prohibiciones pandémicas; y sí con las prácticas grotescas de clientelismo obsceno sustentadas por una gigantesca emisión sin respaldo. En pocas palabras, generar más inflación para comprar votos. Negada no es la viuda, sabe muy bien qué está haciendo y cuáles serán las fatales consecuencias económicas para el país, pero cuando se va por todo no se cuentan los cadáveres que quedan a la vera del camino. Ni ella misma sabe si esto servirá para revertir el desastre electoral; pero no importa, se intenta, porque otra no queda y el costo lo pagarán los giles, o sea, todos los que viajamos prisioneros en el navío que comanda.

En cada uno de los frentes antagónicos de la coalición opositora hay disputas internas. Pero son de distinta intensidad y contenido. Tanto un Santilli como un Manes, una Vidal como un López Murphy, una Carrió como una Bullrich, expresan matices distintos, incluso particulares intereses partidarios, pero en el contenido básico no hay discusión ninguna: liberalismo político, institucionalismo republicano y respeto a la constitución como pacto social de los argentinos. El elector, cuando vota esta coalición, sabe muy bien qué vota y qué repudia con su voto. Tal vez el frente cambiemita no sea tan claro en sus propuestas económicas y existan distintas visiones, pero el elector puede estar tranquilo en que cualquier abordaje en lo económico que se haga, se hará dentro de los límites republicanos y con respeto por los derechos y garantías de la Constitución Nacional. Apartarse de esto sería destruir su propia esencia e iniciar la desintegración. El respeto a esas pautas básicas de su ADN es condición de supervivencia y progreso.

No ocurre lo mismo en el Frente de Todos. Aquí aparecen disensos tanto en las apetencias personales como en el contenido del proyecto. Las tres vertientes básicas de la coalición luchan por su predominio, por su ambición sectorial y, además, no tienen un contenido común, una base de amalgama, algo claro y concreto que ofrecer al elector. ¿Qué propone y qué pretende Alberto Fernández? En verdad, no lo sabemos, aunque sus últimos flirteos parecerían conducirlo por el sendero de un viejo peronismo clientelar, feudal, siempre pragmático. ¿Qué ofrece y qué pretende la Vda. de Kirchner? Ofrecer, poco; su evidente psicopatía —al decir del Dr. Nelson Castro, corroborado en televisión por el Dr. Alberto Fernández, su ex jefe de gabinete y actual Presidente de la Nación— le impide pensar en nada que no apunte a sus propios intereses y, en el momento actual, lucha por su libertad personal, acosada por un previsible viaje a Ezeiza, pluriprocesada por corrupción; y por el mantenimiento del poder y la búsqueda de más poder, para ella, para su hijo y para sus protegidos, a fin de perdurar el proyecto familiar autoritario que iniciaron en Santa Cruz todo el tiempo que les resulte posible.

La tercera vertiente es lábil, huidiza, mucilaginosa. Se trata de Sergio Massa. Tan imposible saber el ideario de Massa, como la del Zelig de Woody Allen. Se ató al trencito que la Vda. de Kirchner armó para ganar en 2019 porque malició vaya a saberse qué oportunidad, por ahora frustrada. Padece lo que esos jugadores de fútbol que descuellan en momentos intermitentes, pero cuando pasan a las grandes ligas europeas, se pierden en el fracaso de hacer banco. ¿Qué más se puede arriesgar sobre él? Interés, ubicarse lo mejor posible, medrar donde pueda; contenido: no sabe, no contesta.

Con estos elementos constitutivos, no debería considerarse inesperado el desastre electoral de “Todes”, era más bien presumible. Surge como moraleja que la llamada “grieta” no es otra cosa que el choque de dos concepciones muy distintas: una democracia republicana constitucional, y un populismo autoritario, que apunta a perpetuarse con un poder perdurable en el tiempo. La cuestión no está zanjada. Nunca debemos olvidar que el mismo pueblo argentino aplaudió a autoritarios como Perón y Galtieri en la misma plaza; pero también le respondió a Alfonsín cuando lo llamó en defensa de la democracia. Nuestro porvenir es incierto, o el mundo libre o el derrape al totalitarismo. Cada uno de nosotros decide, la mayoría gana la elección, aunque eso no siempre es certeza de que ganemos todos.

Carlos Laborde
Abogado y escritor

*EL ESTADO SOY YO, Carlos Laborde, Prosa Editores, 2015.

Escrito por: Carlos Laborde