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23 de noviembre. Cañuelas, Argentina.

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Pacto de Cañuelas. Entre Cañuelas y La Matanza, para un dulce de leche cañuelense

Juan Manuel Rizzi, autor de la obra teatral ¿Cómo ha dormido, general?, despliega las fuentes que investigó para abrir debate histórico y valorizar la creación de una leyenda. Primera entrega.

Una leyenda no es una pregunta; es una afirmación sospechosa de duda o pregunta, y también la imposibilidad de negarla. El pueblo no produce silogismos. Produce esperanzas, identidades, miedos, cosas –produce, consume– y también dulce de leche. Basta un clic para acceder a distintas versiones de la leyenda. Analicemos la versión más clásica que, ya veremos, no tiene nada de eso:
#Lavalle llega al campamento de Rosas donde le prestan un catre y se queda dormido. A la criada se le pasa la lechada, y se crea el dulce de leche.

La primera forma de analizar los sucesos –los documentos acá se descuentan- es sintáctica: los verbos, las acciones que se producen. A cada una de las acciones de esta versión mínima de la leyenda, notamos, se le abren subordinadas, variables internas.

Lavalle llega, ¿adónde? al campamento de Rosas, pero Lavalle debe llegar a Cañuelas, es decir a la estancia La Caledonia, donde se firmará el Pacto de Cañuelas, ya que la creación del dulce de leche además de lugar tiene fecha: 24 de junio de 1829. La segunda acción, “le prestan un catre”, incluye un hecho tácito: Rosas no estaba (¿seguro?, ¿por qué?). La tercera, “se queda dormido”, abre otra disyuntiva: ¿siesta o descanso nocturno? Cuarta acción: “a la criada se le pasa la lechada”, y acá entramos en una gran nebulosa. De golpe aparece una criada y una lechada que, además, se le quema. Si hay un hecho legendario, legendado –del latín: que se ha de leer-, el elemento que hace a la leyenda ella misma, es este.

La verdad es que mentimos. Para algunas de estas acciones hay documentos, por no decir de todas. A veces documentos específicos, por ejemplo: adónde llegó Lavalle, con quién, a qué hora. Otros de contexto: Rosas tenía criados y esclavos, la mayoría afrodescendientes. La leyenda se nos vuelve así indagación histórica. Debe ser completada por el oyente o el lector para, incluso, devenir literatura. Claro, debimos decirlo al principio: de todo esto se trata una leyenda.

Entonces este escrito constará de dos partes: la primera dedicada a reconstruir el contexto del Pacto de Cañuelas, recortado a la salida y llegada de Lavalle a Cañuelas, con fuentes de primera mano y segunda mano. La segunda al dulce de leche que, a todo esto, ¿podrá ser cañuelense?

1.    El Pacto de Cañuelas. ¿Adónde llega Lavalle?

En tanto cañuelenses parece que lo primero a asegurarnos es que determinados hechos fundamentales sucedieron en Cañuelas, pero ¿qué dicen los documentos? Acá entendemos por documentos los libros, aunque de acuerdo a la investigación científica lo sean en segunda instancia. Esta dificultad prescripta, también nos hace leer de otra forma. E internet, además, que es una tercera o la misma segunda instancia que puede reflejar documentos a la manera de los libros. 

Hay acuerdo que el Pacto de Cañuelas fue firmado el 24 de junio de 1829 por Juan Manuel de Rosas y Juan Galo de Lavalle en la estancia La Caledonia de John Miller, partido de Cañuelas. Este hecho es –digamos- indiscutible por la presencia del documento firmado por ambos hombres, el mismo que reproduce Lucio García Ledesma en su libro Bases documentales para la Historia de Cañuelas. Los cañuelenses a veces creemos que fue Ledesma quien encontró este documento, cuando ya Adolfo Saldías en el tomo primero de su Historia de la Confederación Argentina (1892) cuenta lo esencial. Reproducimos lo que interesa para ir armando la cuestión:

“Lavalle se hallaba en su campamento de los Tapiales, cerca de lo que hoy es Ramos Mejía. Una noche…, noche triste para el orgulloso vencedor en Riobamba, Pasco y Bacanay…, el general Lavalle montó a caballo y ordenó a un oficial que lo siguiera a la distancia. ¿Adónde iba? Sus subalternos, que conocían su carácter, imaginaron que alguna empresa extraordinaria iba a acometer. ¿Quería dar un golpe decisivo la mañana siguiente? ¿Era que iba a empeñarse en combate singular con Rozas, como hubo de verificarlo años antes con algún jefe realista? Nadie lo sabía. Nadie osó preguntárselo. Lavalle rumbeó hacia el sur. Esto era imprudente en un general, al frente de un enemigo cuyas partidas lo cercaban por todos lados. A las dos leguas, próximamente, fue envuelto por un grupo de soldados de Rozas. “Soy el general Lavalle –gritóles a los que vinieron a reconocerle-: digan ustedes al oficial que los manda que se aproxime sin temor, pues estoy solo…”

El relato sigue, casi sin salirse de la versión hoy, llamemos, “oficial”. Siguen marchando hasta el encuentro de otra patrulla, quien conduce al general a la tienda de Rosas donde Lavalle pide dormir en su lecho. Y luego Rosas (¿medianoche o madrugada?) ya sabiendo, que le manda un mate y que pronto iría a verlo. Y “nos abrazamos enternecidos”, palabras del mismo Rosas en correspondencia posterior que Saldías, en muchos casos, releva por primera vez para la historia argentina. En esta página el autor agrega una nota, donde dice: “tengo en mis manos una especie de Memoria militar, escrita por un campesino que en aquella época sirvió a Rozas…El autor de esta Memoria fue uno de los que reconocieron al general Lavalle en la noche a que me refiero”. Pero detengámonos en la distancia, porque somos cañuelenses y nada es lo mismo del Matanza para acá: “dos leguas”, es decir, aproximadamente, 10 kilómetros, la primera patrulla con soldados de Rosas. De Ramos Mejía a la estancia El Pino en Virrey del Pino, entonces propiedad de Rosas, hay unos 25 kilómetros, a la estancia La Caledonia, en números gruesos, el doble. 

Ahora (nos gustaría decir la “otra campana”, pero no creemos que unos ojos “federales” miren mejor que unos “unitarios”, menos si ven lo mismo): la biografía de Lavalle por su ayudante de campo Pedro Lacasa; título completo del libro: “Vida militar y política del general argentino don Juan Lavalle escrita por su ayudante de campo Pedro Lacasa”, cuya primera edición se remonta a 1870: “Lavalle salió de su campo de los Tapiales, que dista seis leguas del Pino, el día 16 de junio, según consta de una carta del Coronel Olavarría, que tenemos a la vista, anunciando a un amigo suyo la desaparición de su Gefe (sic). Por la relación que de este suceso hacia (sic) su ayudante de campo, entonces el capitán Estrada, que lo acompañaba, y lo que nosotros mismos hemos oído de los labios del General en 1840, sabemos que a las dos leguas más o menos de marcha, divisó una fuerza enemiga, que cubría aquella parte del campo; que se dirigió a ella a gran galope y que a la voz de alto y ¿quién vive?...”

Sigue, luego, casi todo igual que en Saldías con algunos detalles de color más, hoy parte de la versión canónica: “Era ya la noche cuando llegaron al Pino; Rosas no estaba allí; Lavalle pidió mate, preguntó por la cama de su contenedor y se acostó a dormir en ella con la mayor serenidad, vestido con botas y espuelas como estaba. A la madrugada llegó Rosas, tomó un mate y pasó a despertar al General Lavalle que dormía aun profundamente”.

Podemos saber, ya, según estos primeros documentos pretéritos y cercanos a los dos líderes políticos que: Lavalle llegó a la estancia El Pino, partido de La Matanza; no lo hizo el 24 de junio sino por lo menos una semana antes; que la llamada “conferencia de Cañuelas” fueron “conferencias”, varios encuentros en distintos días, entre Rosas y Lavalle o sus comisionados aparte. Según Saldías, llega solo, según su ayudante de campo (más fiable) con el Capitán Estrada y otros dos ayudantes. Se mantiene: el pacto se firmó en la estancia La Caledonia, hoy y entonces Cañuelas.

¿De dónde viene, entonces, no ya la leyenda del dulce de leche el 24 de junio, sino que Lavalle llega a Cañuelas? Lo decimos: de otra memoria, confiable como las anteriores por la cercanía: la del coronel Prudencio Arnold, libro llamado “Un soldado argentino”. Citamos:

“Así, el comandante general de campaña, don Juan Manuel de Rosas con sólo su habilidad destrozó ese ejército vencedor de otros tiempos, obligándolo a su jefe, el general don Juan Lavalle, a consumar su propia derrota, resolviéndose a cruzar 10 leguas por dentro de sus enemigos hasta llegar a su leal adversario, sin contar con más garantía que la caballerosidad, el patriotismo y la honradez del brillante comandante general de campaña don Juan Manuel de Rosas, que se hallaba con su ejército acampado, a ese tiempo, en la parte del arroyo de Cañuelas, que corre por detrás de la estancia que mi señor padre vendió a don Juan Miller, adonde llegó Lavalle buscando a Rosas, que sólo venía a ocupar provisoriamente una de las piezas del zaguán de la casa de la estancia para escribir”.

Preciosos datos. Que Rosas escribía desde Cañuelas se encuentra refrendado por su correspondencia de la época. Justamente esta es fuente citada por Lucio García Ledesma en su libro. ¿Por qué no las otras? Se entiende. El mismo afecto que Arnold sentía por su padre Don Lucio lo sentía por Cañuelas. El mismo que ejercitaremos nosotros en el próximo escrito para defender la leyenda cañuelense –ahora sabemos, creación nuestra- del dulce de leche, ante nuestros amigos los historiadores de La Matanza.

Juan Manuel Rizzi
Escritor, profesor de Filosofía
Director de la Biblioteca Domingo F. Sarmiento

Escrito por: Juan Manuel Rizzi