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25 de noviembre. Cañuelas, Argentina.

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Apareció “Poesía completa”, el libro que reúne la obra de Guillermo Etchebehere

La edición promovida por la Biblioteca Sarmiento, Los Uncalitos y el café literario Silencio y Voces es un merecido reconocimiento al gran poeta cañuelense fallecido en 1978. Podría presentarse en la Biblioteca Nacional.

Etchebehere y su firma en una dedicatoria.

Guillermo Etchebehere, el poeta más trascendente que ha dado el partido de Cañuelas, fue autor Pulso de la Tierra (1940), Jornada del hombre (1943), La semilla del viento (1947) y La lumbre permanente (1956). Estos cuatro libros junto con la transcripción de algunas conferencias y poemas que vieron la luz en revistas literarias aparecen por primera vez reunidos en una antología.

“Poesía Completa”, el necesario y justo homenaje al poeta cañuelense, fue iniciativa del rancho cultural Los Uncalitos que comparten Susana Frasseren y Pablo Garavaglia; del café literario Silencio y Voces; y del director de la Biblioteca Sarmiento, Juan Manuel Rizzi, responsable de una recopilación que le demandó varios años de búsqueda.

La tirada de 100 ejemplares a cargo de Ediciones del Dock ya se encuentra disponible en la Biblioteca y en la plataforma de la editorial. La Municipalidad de Cañuelas colaboró con parte del costo de impresión y el resto se cubrió con el aporte de quienes realizaron una compra anticipada más donaciones anónimas. Los promotores del proyecto están en conversaciones con la Biblioteca Nacional para hacer una presentación oficial en ese ámbito.

Etchebehere nació en Cañuelas el 18 de junio de 1917 en el seno de una familia de vascos almaceneros y agricultores. Completó sus estudios primarios en la Escuela Nro.1. Su acercamiento a la literatura se dio en la biblioteca popular del pueblo y a través de su admirado Carlos Vega. A los 19 años se radicó en la ciudad de Buenos Aires para trabajar en Bunge & Born donde conocería al dramaturgo Carlos Gorostiza, su amigo y confidente.

Autor de una obra lírica que se nutrió  del paisaje rural y del trabajo del hombre bonaerense, de perfil militante sin dejar de lado una fina sensibilidad, integró el movimiento poético denominado “Generación del ´40” y el grupo Lilulí (nombre tomado del libro homónimo de Romain Rolland).

La tapa de la compilación.

El reconocido poeta argentino Jorge Calvetti definió a Etchebehere como “uno de nuestros más reales y trascendentes valores” destacando su calidad humana y literaria frente a otros contemporáneos cuyas obras carecían de personalidad. “Muchos poemas merecerían ser firmados por fantasmas, tan lejos de la vida están”.

“El exacerbado lirismo, el apego al terruño y a la infancia –en Etchebehere no idílica– incluye también lo social, al otro como un hermano que sufre. Quizá por esto Atahualpa Yupanqui, a quien Etchebehere promisoriamente le alcanzó su libro, con apenas conocerlo, tras la muerte del poeta hizo propios varios de sus versos, musicalizando tres décimas en dos milongas: “La mano de mi rumor” y “Memoria para el olvido”, incluidas en el disco El canto del viento (1980)” destaca Juan Manuel Rizzi en el apunte biográfico que abre la antología.

“El vasco” murió el 2 de junio de 1978 víctima de un aneurisma aórtico abdominal provocado por su afición al tabaco. Sus restos descansan en el cementerio municipal de Cañuelas junto a los de su padre, Guillermo Primitivo.

En el prólogo, Susana Frasseren recuerda que tomó contacto con los poemas de Etchebehere en su temprana adolescencia: “Vi las ganaderías, los sembrados, las arboledas, la gente trabajando en el campo, la nostalgia de quienes inmigraron, la muerte temprana, la partida infinita de los seres amados, la injusticia en el mundo, escuché el canto de los pájaros, sentí el aroma y el viento en los eucaliptos que nombraban el campo que me regalaba en profundas metáforas”. Y destacó que si bien parte de su obra remite al pago chico, “su poesía es universal”.

Placas en la bóveda de los Etchebehere, en el cementerio municipal de Cañuelas. Archivo InfoCañuelas.

En Cañuelas su obra permanece olvidada, más allá de los esfuerzos que hicieron las profesoras de Lengua Graciela Raffo y Susana Ponce de León de Indaverea, quienes a contramano del programa oficial solían incluir a Etchebehere entre los poetas de sus clases, haciéndolo un poco más conocido entre varias generaciones de alumnos que aprendieron a desnudar metáforas con su poema “Pájaros” o se conmovieron con la hondura de “Mis abuelos vascos”. 

“Poesía completa” es una nueva invitación a recorrer sus paisajes.

PÁJAROS

El mediodía cabalga
sobre las nubes viajeras.
Bajo las lágrimas verdes
de un viejo sauce que sueña,
el cansancio de dos bueyes
rumia las horas sedientas.
Los pájaros —los remansos
musicales de la siesta—
llevan el sol en el pico
y en las alas madreselvas
para adornar con la noche
el sayal de las estrellas.
Lejos, el cielo se inclina
sobre la sed de la tierra.
Entre dos filas de pinos,
chapoteando en las acequias
y echando al viento sus voces
—celeste tropel de flechas—
corren los niños, soltando
bandadas de risas frescas
y buscando con sus ansias
y con sus hondas despiertas
un blando lecho de plumas
para la muerte de piedra.
Cuando la noche sembraba
silencio azul por las sendas
el más niño de los niños,
la sonrisa más pequeña,
dejó la ronda de juegos
y se fue con las luciérnagas
llevando un trino apagado
por las hondas traicioneras.
Junto a un árbol con el tronco
devorado por las yedras,
hizo un nido de gramillas
para la calandria muerta;
y sobre el vuelo frustrado
de las dos alas sangrientas
puso una amapola blanca
y una caricia de seda.
La luna encontró abrazadas
en un rincón de la huerta,
la tristeza de una muerte
con la infancia de un poeta.

 

Escrito por: Germán Hergenrether