En los albores del siglo pasado Cañuelas era un pequeño pueblo de 10 mil habitantes, la mitad residente en el campo. Un “pueblecito provinciano” al decir de Carlos Vega. En ese ambiente de casitas bajas, con calles todavía de tierra y una vida social en la que nada escapaba al escrutinio público, sucedió un crimen que se transformó en comidilla de todos: Raúl Jaureguiberry mató a Enrique Vortaire en el burdel.
Antes de sumergirnos en el crimen por el que Jaureguiberry fue condenado a ocho años de cárcel, es necesario conocer algunos datos de contexto. El prostíbulo de Cañuelas -llamado “la Casa Grande”- funcionaba en la calle Catamarca, a unos pasos de la calle Primero de Mayo, frente a las vías del ferrocarril. La ubicación, alejada de la transitada avenida Buenos Aires, brindaba cierta protección a los habitués que preferían pasar inadvertidos.
Al abonar la entrada los clientes recibían una ficha metálica que entregaban a la mujer de su preferencia, quien al concluir la noche se la devolvía a la madama a cambio del pago por sus servicios.
La Casa Grande no era un simple lupanar frecuentado por hombres que pagaban por sexo: también era salón de baile donde tocaban orquestas de tango o se hacían despedidas de solteros. En la puerta había policías que permanecían apostados hasta la hora de cierre para evitar cualquier tipo de disturbio, de manera que era una actividad reconocida y socialmente aceptada.
No se supo de incidentes graves más allá de alguna trifulca de borrachos hasta que un inesperado hecho de sangre ocurrido a la 1 de la mañana del lunes 19 de noviembre de 1928 puso al burdel en boca de todos. En medio de la pista de baile Raúl Jaureguiberry, ese joven enjuto y de aspecto frágil, le asestó una puñalada mortal a Enrique Vortaire, integrante de una de las más acaudaladas familias de Cañuelas
El suceso llegó a los medios nacionales al año siguiente, cuando se realizó el juicio oral y público. Gracias a los archivos microfilmados del diario Crítica que se conservan en la Hemeroteca de la Biblioteca Nacional, hoy podemos conocer los pormenores del caso.
En su edición del 11 de noviembre de 1929, en la víspera de la audiencia, Crítica entrevistó a Jaureguiberry en el Departamento Central de Policía de La Plata. El muchacho, de 24 años y sastre de oficio, se mostró con ojos llorosos.
“Serían aproximadamente las 24 horas del domingo 18 de noviembre del año pasado cuando nos dispusimos, con algunos amigos, trasladarnos a la casa pública situada en los alrededores del pueblo, adonde concurríamos con alguna frecuencia, pues nos entreteníamos bailando. El local de baile es una pequeña sala que se hace más estrecha por los muebles y por las muchas personas que permanecen paradas en las puertas” relató el imputado al corresponsal de Crítica.
“Nos hallábamos bailando varias parejas cuando fui golpeado brutalmente en la cabeza. Me di vuelta rápidamente separándome de mi compañera y vi a Enrique Vortaire en actitud de sacar armas mientas me insultaba y decía que yo lo había provocado. Temeroso de que repitiera su ataque y de ser agredido a mano armada, desnudé un cuchillo que llevaba en la cintura y me fui sobre él, no pudiendo recordar dónde lo herí. Cuando lo vi caer comprendí que mi cuchillo lo había alcanzado. Atontado, me retiré algunos pasos. Más no recuerdo. Supe después que la policía me detuvo dentro de la casa, quitándome el arma”.
Al ser consultado sobre si había animosidad entre ellos respondió que no, que ambos se conocían por tener la misma edad y ser del mismo pueblo. “He pensado mucho -reflexionó el detenido- sobre la razón que pudo tener ese muchacho para atacarme y no hallo explicación alguna. Tal vez lo habré empujado, inconscientemente, mientras bailaba. Saqué mi arma porque conocía a Vortaire capaz de provocar un hecho grave. Dada la excelente posición de sus familiares, fue siempre un muchacho consentido”.
Jaureguiberry hizo una larga pausa y al borde del llanto lanzó su última declaración: “Sólo viendo mi vida en peligro pude dar muerte a ese muchacho”.
En la edición del 13 de noviembre el matutino fundado por Natalio Botana reflejó los detalles del juicio y la condena. Una multitud de vecinos de Cañuelas se agolpó en los pasillos del Tribunal de La Plata “deseosos de presenciar las incidencias de la audiencia”. En la sala estaban el imputado, su abogado defensor Dr. Gabino Salas, el fiscal Dr. Sánchez Viamonte y los jueces de la Cámara Tercera Dres. Roch, Río y Ferrando.
En una sala aparte aguardaban quince testigos, entre ellos Adelino Luna, Genaro Telmo Medrano, Antonio Mateo, Alejandro Debechi, José Pose, Felipe Rodríguez, Sara Subrinsky y los policías Marcelo Núñez, Tomás González y Pedro Bioggi.
La audiencia comenzó con la lectura de los cargos formulados por el fiscal de instrucción Emiliano de la Puente, quien había solicitado 20 años de prisión para Jaureuguiberry por la muerte de Vortaire, de 24 años.
El imputado reiteró los mismos argumentos declarados a la prensa el día anterior: que había empujado accidentalmente a Vortaire en la pista de baile y que ante su ademán de extraer un arma, lo apuñaló en forma defensiva.
El policía Núñez contó que se encontraba en la entrada, junto al agente Tomás González, cuando escuchó “ruidos extraños” dentro del salón y que ingresar hallaron a Vortaire herido en el suelo. Aseguró que nunca antes supo de alguna diferencia entre ellos.
Había gran expectativa con la declaración de la prostituta Sara Subrinsky, llamada “pupila” en la crónica periodística. La joven declaró que estaba bailando con Vortaire cuando Jaureguiberry, que bailaba con otra mujer, los llevó por delante en dos o tres ocasiones, desconociendo si fue en forma intencional. Entonces Vortaire le llamó la atención y se desencadenó el ataque aunque Sara no pudo describirlo por la rapidez con la que sucedió.
Genaro Medrano fue el único testigo que aportó algo sustancioso. Dijo que Jaureguiberry recibió un fuerte cachetazo antes de matar a Vortaire. El tribunal entendió que estaba buscando favorecer al imputado y lo dejó preso por falso testimonio. Lo mismo sucedió con Adelino Luna.
El fiscal de cámara Sánchez Viamonte solicitó nueve años de reclusión, mientras que el abogado Salas aseguró que su defendido actuó bajo los efectos de la emoción violenta, por lo que solicitó su absolución o, en su defecto, una pena mínima de dos años. Finalmente el Tribunal lo condenó a 8 años considerando como atenuantes su falta de antecedentes.
En las calles de Cañuelas el comentario generalizado difería de lo ventilado en el juicio. Se decía que Vortaire solía burlarse de Jaureguiberry y que en la noche del incidente, cansado del bullying, sin mediar palabra le aplicó una traicionera puñalada por la espalda. La sentencia ofuscó a familiares del condenado quienes -cuentan los memoriosos- se presentaron repetidamente frente a la casa de los Vortaire para gritar agravios, sosteniendo que el preso era la verdadera víctima de la historia.
Jaureguiberry, que era sifilítico, perdió la razón y terminó internado en el hospital neuropsiquiátrico de Open Door. El día de su muerte fue velado en su casa familiar de la calle Rivadavia, a metros de la actual mezquita Al Imam.
Escrito por: Germán Hergenrether