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21 de noviembre. Cañuelas, Argentina.

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El lejano Cañuelas de 1950 contado por la hija del comisario

Bombones en el Cine Teatro Cañuelas, una mesa exclusiva en La Garza Mora, el perro salchicha regalado por la familia Bustillo y el luto por la muerte de Evita.

Borzese estuvo en Cañuelas entre 1951 y 1953.

En 1952 Ana María tenía 5 años. Desde su ventana de la planta alta de la Comisaría podía observar el movimiento del centro de Cañuelas y la relojería de Francavilla, con su vidriera siempre reluciente. Asomada a otra ventana del fondo, la vista se extendía desde la magnífica torre de la Iglesia hasta el patio del edificio policial, en ese entonces poblado de árboles y flores.

El padre de Ana María, Eriberto Horacio Borzese, era comisario de la Policía de la Provincia. Tras varios años de servicio en su ciudad natal, Avellaneda, en 1951 fue asignado a Cañuelas durante la intendencia de Alfredo Morgante. Al principio viajaba todos los días trasladado por el chofer, de apellido Conde. Su esposa, Teresa Giordano, y sus hijas María Teresa y Ana María, lo visitaba los fines de semana tras recorrer la Ruta 205 en el viejo expreso Cañuelas, previa parada en la confitería La Martona, donde merendaban el clásico vaso de leche con vainillas. Al año siguiente, viendo que la comisaría contaba con una confortable vivienda en la planta alta, Borzese decidió instalarse allí con su familia.

“La gente nos trataban como reyes” rememora Ana María en una charla distendida con InfoCañuelas. Y no era para menos. En esos tiempos el “taquero” conformaba ese pequeño núcleo de autoridad que integraban el intendente, el gerente del banco, el cura y el juez de paz. “Cuando íbamos al cine, por ejemplo, en los intervalos venía el dueño de la sala, un señor de apellido Giatti, y le ofrecía a mi mamá unas cajas de terciopelo llena de bombones porque claro, era la mujer del comisario. Y en el restaurante La Garza Mora mi papá tenía una mesa con sillas siempre reservada para él. Cuando íbamos siempre estaba la mesa vacía con un cartelito que decía ´Comisario´”.


El comisario y familia en su mesa de La Garza Mora.

Ni bien se mudaron a Cañuelas, quizá como souvenir de bienvenida, los Bustillo, dueños de la estancia La Primavera, les regalaron un perro salchicha que las niñas decidieron bautizar Milord. “En una oportunidad se enfermó, lo llevamos a la veterinaria y lo pusieron en una jaulita. Todavía me río: cuando lo fuimos a buscar le habían puesto un cartelito que no decía ´Milord´, sino ´Comisario´”.

María Teresa, la mayor de las hermanas, concurría a la Escuela Nro. 1 pero la más pequeña todavía no cursaba el primario y eso le daba tiempo para corretear por el despacho de su papá, saltar de dos en dos los escalones de la escalera de mármol aledaña al banco Provincia o visitar los comercios de la cuadra. 

“Frente a la comisaría había un negocio donde armaban pesebres. Me dejaban recorrer las habitaciones donde había unos pesebres que eran un sueño. Y en la Navidad íbamos a la plaza, nos sentábamos frente a la Iglesia, que era hermosísima, y desde ahí veíamos los pesebres vivientes que organizaba el cura, Jesús Borlandelli”.


Teresa en el patio de la comisaría, con el salchicha Milord.

También le quedaron grabadas las fiestas de carnaval en la Avenida Libertad, en ese momento llamada ´Miguel Irigoyen´ en homenaje al intendente conservador de los años ´30. “En la puerta de la Comisaría mi papá colocaba unos sillones y ahí nos sentábamos toda la familia con algunas autoridades. A mitad de cuadra quemaban un inmenso muñeco”.

El comisario tenía no sólo un chofer, el señor Conde, sino también un médico. “Era el Dr. Jorge Mazzanti, que nos atendía a todos en la familia. En ese momento era muy frecuente la tos convulsa y me acuerdo que el doctor siempre nos quería llevar en avioneta para volar por los campos de Cañuelas, nos decía que el aire puro nos iba a hacer bien para curarnos la tos. Otro asistente de mi papá era un señor de apellido Mozotegui, tenía dos hermanas costureras que le hacían toda la ropa a mi mamá”.

A pesar de esta vida que daría la impresión de ser acomodada, Ana María sostiene que los policías estaban muy mal pagos, por eso era fundamental la ayuda que recibían de la comunidad. “No me puedo olvidar de las bolsas de arpillera que llegaban a casa repletas de verduras que nos enviaban los quinteros”.


Borzese se jubiló como comisario Inspector.

Hacia 1952, al radicalizarse el enfrentamiento entre peronistas y antiperonistas, la comisaría local comenzó a alojar a presos políticos que eran trasladados desde el gran Buenos Aires. Estos detenidos recibían un trato especial, estaban en un calabozo distinto al de los rateros y almorzaban los tallarines caseros que amasaba doña Teresa, la esposa del comisario.

Uno de los presos más célebres que recaló en Cañuelas fue un empresario y dirigente opositor de Wilde, de apellido Fernández, que aspiraba a ser candidato a intendente de Avellaneda. A los pocos días de su llegada logró fugarse durante la noche. Las malas lenguas aseguraban que algo había tenido que ver el humilde guardia de los calabozos cuyos hijos estrenaron bicicletas en la semana posterior.

Durante los funerales de Eva Duarte de Perón el comisario Borzese y todo su personal tuvieron que lucir el obligatorio brazalete negro. En su álbum Ana María conserva una impactante foto histórica: su papá, funcionarios municipales y alumnos están parados en el patio interno de la vieja Municipalidad de Cañuelas depositando coronas de flores en homenaje a Evita.


Funerales de Evita, en el hall de la Municipalidad.

En esa guardia de duelo, parada junto a las coronas, vestida de negro, está Gerónima “Pirula” Ramos, secretaria de la Unidad Básica que había inaugurado junto a otras compañeras. La alumna de flequillo en primera fila no es otra que su hermana, María Luján “Maruca” Ramos.

Luego de dejar la comisaría de Cañuelas hacia 1953, Borzese continuó con su carrera en Banfield y San Fernando hasta jubilarse como comisario Inspector. Falleció el 27 de agosto de 1971. 

Ana María estudió magisterio y se recibió de maestra jardinera ejerciendo en Avellaneda y Quilmes, donde reside actualmente. A pesar de esos dos años de feliz infancia en Cañuelas, nunca regresó del todo. “Solamente una vez pasé por el frente de la Comisaría pero la vi tan cambiada que decidí no entrar. Prefiero guardar el recuerdo de las cosas como eran. Tal vez está mal, pero es lo que me pasa”.

Germán Hergenrether

Escrito por: Germán Hergenrether