Una esquina de Máximo Paz logra permanecer perenne al paso del tiempo. Los habitantes locales solían decir “voy a lo de Juanito”; los de afuera, que iban al “bar sobre la ruta”. En ambos casos la referencia era inconfundible. El ‘Bar La Ruta’ era el lugar de reunión tanto de la gente del pueblo como de los visitantes ocasionales. Actualmente, la histórica cantina es ‘La casona de Juanito’.
Sin datos certeros sobre su origen, se sostiene que la edificación ubicada en Av. Pereda y M. Vicente –más conocida como la ruta “vieja”– fue construida a principios del siglo XX –1900– y aunque el exterior de las paredes que conforman la ochava cambió de color, su verdadera esencia se conserva en el interior.
Zona céntrica. La fachada de la cantina es la primera imagen que ve todo aquel que llega a Máximo Paz por su calle principal. En la vereda de enfrente está la plaza más importante, a cincuenta metros la parada de colectivos y al cruzar la Ruta 205, la estación ferroviaria. La descripción no es casual sino reminiscencias de cuando esta geografía era el ‘corazón’ de la localidad. Primero por calles de tierra y luego por el pavimento, todo pasaba por allí: taxistas, choferes del Expreso Cañuelas, pasajeros, visitantes, trabajadores agropecuarios que cargaban su producción en los trenes de carga de la vieja estación…
Este movimiento diario en diferentes décadas del siglo pasado convertía al bar en la parada obligada. En aquel momento, antes del actual trazado, la Ruta 205 pasaba por las puertas del local y por eso era el sitio perfecto para hacer una pausa antes de seguir con la dinámica diaria.
Cambios. Aquella época fue el momento de mayor esplendor para el comercio que era multifacético; podía ser almacén de ramos generales, lugar de paso para comer y tomar algo, heladería y hasta juguetería.
En su amplio salón estaba el único teléfono de la zona y el primer televisor. También fue estafeta del correo. Con el transcurso de los años por las transformaciones locales –como el cambio de los recorridos y paradas del colectivo– la esquina fue perdiendo su centralidad.
El bar con la Avenida Pereda todavía de tierra.
JUANITO, APERTURA Y CIERRE
Una guía comercial de 1942 que se conserva en el archivo de InfoCañuelas informa que en esa década Máximo Paz tenía 400 habitantes. Había un destacamento policial a cargo de José Ceruti y una oficina de correo al mando de Horacio Risso. El jefe de la estación era Francisco Trípodi y la directora de la escuela primaria, María Angélica Guzzetti (madre de la escritora María Lydia Torti). Cinco clubes sociales brindaban recreación a la comunidad: Armonía, Centenario, Club Olimpia, Villa María y Juventud Unida. La actividad económica se concentraba en un puñado de establecimientos ganaderos (los principales eran Villa María y Los Guindos), cinco acopiadores de aves, siete tambos, dos lecherías y una fábrica de ladrillos.
En la época funcionaban además seis almacenes pertenecientes a Victorio Belotti, Hnos. Cuadrat, Hnos. Duarte, Mauricio Mori, Dumas Pineros y Martín Otegui, este último de ramos generales. Los datos obtenidos no permiten saber si alguno de ellos fue el antecesor del bar La Ruta.
Antes de adquirir su actual fisonomía, en forma oral y con pocas precisiones, se dice que el edificio fue sede de un almacén, farmacia, posada, salón de fiestas y billar.
Lo cierto, es que tras pasar por varios dueños, en 1962 Juan Lázaro Anton –‘Juanito’–, proveniente de la aldea de Hoz de Arriba ubicada en la provincia española de Soria, compró una parte de la sociedad que administraba el lugar y recién en 1978 se convirtió en el único propietario. “Él venía por treinta días y se quedó 54 años, acá encontró su lugar en el mundo”, siempre recuerda Susana Colamarino, esposa de ‘Juanito’.
Desde los sesenta hasta su fallecimiento en 2015 ‘Juanito’ hizo historia con su bar. No hubo quien no lo conociera. Sin el brillo y relevancia que supo conseguir, en los últimos decenios continuaba abierto para los parroquianos que deseaban una bebida fuerte. Tras su muerte, por primera vez en toda la historia conocida, el local bajó definitivamente sus persianas.
Fueron alrededor de cuatro años de inactividad. La esquina quedó triste y en pausa. No se movió un solo papel en su interior, hasta que en 2019 volvió a la vida a través del mismo seno de la familia Colamarino.
Con la misión de restablecer el emblemático valor de la vieja casona Ángel Colamarino –hermano de Susana– y Adriana Almaraz iniciaron la obra, la puesta en valor y la inversión para que el mito volviera a trascender. El proyecto de recuperar el bar y, en parte, una porción del patrimonio cultural maximopaceño, estaba en marcha.
El interior conserva todo el encanto de antaño.
Así comenzó la difícil tarea de la restauración. El edificio, de un siglo de vida, se mantenía en buen estado general pero debían mejorarse paredes, luminarias y mobiliario, con el rígido respeto por su esencia y arquitectura.
Según lo describe Ángel Colamarino, quien diseñó el bar fue “un genio” porque al traspasar el umbral un solo golpe de vista alcanza para captar su majestuosidad.
La restauración demandó alrededor de diez meses. Ángel fue el encargado de investigar los detalles arquitectónicos de la propiedad, de sus carteles, de los colores originales de los muebles, de la reconstrucción del teléfono antiguo con su cabina de madera –que aún funciona–, de las arañas de iluminación, etc.
“Estamos tratando de darle la dimensión que tiene el lugar y no creo que en el partido de Cañuelas haya algo parecido con tanto valor histórico y arquitectónico. Soy muy obsesivo con lo antiguo y no queríamos sacarle nada del esplendor que tenía aunque sí agregarle cosas que alguna vez tuvo”, enfatizó Colamarino.
“Para lograr este resultado fueron noches de investigación. Mirar bares de España, de Francia… El proyecto lo hice junto a un albañil de confianza llamado Gustavo Guliani que fue el restaurador y buscamos mantener el buen gusto. Nos encanta que cada persona de Máximo Paz sea dueño de una parte de este lugar. La gente tiene sentido de pertenencia”.
UNA EXPERIENCIA
La apertura en noviembre del 2019 fue un éxito. Tradicionales y nuevos comensales lo visitaron. La familia Colamarino estaba exultante. Máximo Paz había recuperado parte de su identidad luego de una ardua labor que trasladó al presente una original cantina de mediados del siglo XX. Intentar describir el resultado de la restauración no es tarea sencilla. Dentro del bar uno puede imaginarse sumergido en una escenas de hace 50 años, con variedad de elementos y detalles que se amalgaman para recrear un sitio histórico.
Un paso. La experiencia para el buen observador comienza apenas se atraviesa el umbral. Como todo edificio antiguo, está caracterizado por una alta puerta y ventanas, ‘justito’ en la esquina. Parado desde la entrada se contempla la totalidad del interior, con sus mesitas bien dispuestas, el piso en blanco y negro, una larguísima barra con un mobiliario espejado repleto de botellas de todo tipo, una antigua caja registradora y balanza, detalles de pintura y cuadros con fotografías de antaño, y la vieja cabina del teléfono público de madera.
Ángel Colamarino, a cargo de la nueva etapa.
Luego de un paréntesis obligado por la pandemia ‘La casona de Juanito’ volvió a la actividad con el servicio clásico de cafetería, la elaboración de comidas y la ‘estrella’ de todos los mediodías: la parrilla con suculentos ‘sánguches’ al paso o en porciones para la familia.
Si bien casi ha desaparecido la oferta de los viejos boliches con el consumo de las bebidas de ‘copería’, es decir, pedir para tomar ‘de parado’ en la barra un vaso de anís, granadina, vermut, Gancia, ginebra, Mariposa, o Cubana; en lo de ‘Juanito’ es posible hacer realidad el pasado.
Esta cualidad única del bar, que según Ángel es herencia de las fondas españolas, es lo que más sorprende a los visitantes. Incluso los reconocidos chefs Christian y Roberto Petersen han realizado un pequeño informe del lugar para su programa que se transmite en el canal El Gourmet, este audiovisual se emitió hace pocas semanas.
Marcelo Romero
Escrito por: Marcelo Romero