En la noche del 12 de junio de 1976, en los inicios de la dictadura militar, el sereno de Smata llamó a la Comisaría de Cañuelas para avisar que había una extraña fogata frente a los portones del campo recreativo ubicado en Alejandro Petión. Cuando los Bomberos Voluntarios extinguieron las últimas llamas que flotaban sobre un lecho de cenizas, se sorprendieron al descubrir un amasijo de cadáveres calcinados. Lo que más los conmocionó fue ver el cuerpo de una mujer embarazada cuyo abdomen había estallado por acción del calor, expulsando el cuerpito de su hijo próximo a nacer, al que permanecía unido por el cordón umbilical.
Un conocido fotógrafo local que en los ´70 se dedicaba a retratar casamientos y eventos sociales fue convocado por la policía para registrar la escena. A regañadientes aceptó cumplir con el encargo bajo la condición de preservar su anonimato. Tal vez nunca se enteró de que en el expediente lo anotaron con un nombre japonés, posiblemente para protegerlo de eventuales represalias.
Los restos casi irreconocibles fueron llevados al Hospital Mitre de Cañuelas donde el médico de policía, Salvador Egitto, determinó que antes de ser incinerados habían sido asesinados de un tiro en la cabeza y rociados con nafta.
Concluida la revisión realizada por Egitto, los cadáveres fueron inhumados como NN en el cementerio municipal. Acosta, el sepulturero, desoyendo una indicación de sus superiores, se negó a enterrar al bebé solo en el sector de los “Angelitos”, un pasillo reservado para los niños. En un acto de profunda humanidad prefirió sepultarlo apretado al vientre de su madre, gesto que alguna vez fue rescatado por Juan Gelman en una contratapa de Página/12.
El hallazgo de esos desaparecidos no fue noticia en Cañuelas al momento de ocurrir. El periódico local El Ciudadano había cerrado unas semanas antes bajo presión del intendente de facto, el mayor Osvaldo José Peñaloza. No había radios en el pueblo y el periódico parroquial La Verdad, el único medio impreso que seguía en pie, omitía los temas terrenales.
Recién en 1983 la historia comenzó a conocerse a cuentagotas. Con la llegada de la democracia, la gestión del intendente Jorge Domínguez emprendió una revisión de todas las áreas administrativas y cuando llegó el turno del cementerio se descubrió que justo antes del cambio de gobierno varios cadáveres NN habían sido arrojados al osario común, una gran bóveda ciega de hormigón con una tapa estrecha donde habitualmente iban a parar los restos procedentes de las tumbas más antiguas. En diciembre de 1983, a pocos días de haber asumido el mando, Domínguez llamó a una conferencia de prensa para anunciar la trágica noticia que fue reproducida por agencias nacionales e internacionales.
Los siete cadáveres registrados en el cementerio como NN.
Pasaría casi otra década hasta que dos de esos cuerpos fueron identificados. Ocurrió a finales de 1991 cuando Alejandro Incháurregui -miembro fundador del Equipo Argentino de Antropología Forense y actual funcionario de la Dirección Provincial de Registro de Personas Desaparecidas- se sumergió en el caso de manera azarosa.
“En octubre de 1991 encontré en La Plata el expediente judicial sobre la masacre de Cañuelas. En el expediente había fotos de los cadáveres. Una de las imágenes mostraba a un hombre mayor, que no estaba tan quemado como los otros. Laura Bonaparte reconoció que era Santiago Bruschtein, su marido y padre de sus hijos (uno de ellos el actual subdirector de Página/12). Bruschtein tenía insuficiencia respiratoria y estaba con tubo de oxígeno. No era militante y tampoco lo buscaban a él sino a sus hijos. Fue secuestrado en su casa el 11 de junio y al otro día lo mataron” contó Incháurregui en diálogo telefónico con InfoCañuelas.
Acompañado por Bonaparte, Alejandro viajó a Cañuelas para tratar de armar el rompecabezas. Se entrevistó con el sereno de Smata, Pastor Moreno; con María Luján Ramos, la esposa del desaparecido Esteban Reimer; y con Acosta, a quien localizó en su casa de Uribelarrea. Gracias a la colaboración del sepulturero, que observó una serie de fotos de desaparecidos, logró establecer que la mujer embarazada era María del Carmen Gualdero, militante del ERP.
Gualdero era hija de un coronel y de una odontóloga que trabajaba en la Marina. A través de ella Incháurregui pudo obtener la ficha dental que cotejó con los restos exhumados en el cementerio.
“Saqué noventa cráneos del osario común, pero ninguno tenía orificios de disparos y ninguno coincidía con la ficha odontológica de Gualdero, por lo que técnicamente no fue hallada. Sin embargo, empleados del cementerio la reconocieron entre fotos que les mostramos”, destacó Incháurregui.
“Debajo de los restos que saqué del osario había muchos huesos más que estaban disueltos por el contacto con la napa freática, hundidos en el agua por el peso de los huesos más recientes, de manera que si Gualdero y los demás desaparecidos están ahí, no lo sabremos nunca” concluyó.
Un documental sobre los desaparecidos en Cañuelas realizado en 1996 por estudiantes de la Facultad de Periodismo de La Plata contiene el testimonio de Juan Carlos Mazzocchi, integrante de los Bomberos Voluntarios durante la dictadura. Parte de su trabajo consistía en levantar los cuerpos de los desaparecidos cuando el cuartel era convocado por la policía. En la entrevista recuerda haber visto entre 15 y 20 cadáveres NN abandonados en la vía pública, todos ellos inhumados sin nombre en el Cementerio de Cañuelas, donde aún se encuentran.
“La calle de Smata era una zona donde aparecieron cadáveres de distintas formas. Recuerdo el primero, al que le habían puesto un pan de trotyl en el abdomen. Estaba totalmente diseminado. Otros aparecían enterrados o quemados” rememoró.
El múltiple fusilamiento e incineración frente al predio de Smata -posiblemente uno de los capítulos más brutales del gobierno militar- fue reconstruido por Laura Bonaparte (integrante de Madres de Plaza de Mayo-Línea Fundadora y observadora de Amnistía Internacional) en su libro ficcional “El mundo guarda silencio / La tragedia de Cañuelas”, publicado en 1993. La ilustración de la tapa fue obra de su hija Irene, poco antes de ser secuestrada por las fuerzas armadas.
Incháurregui y Bonaparte volvieron a Cañuelas en 1995 para brindar su testimonio en un Seminario sobre Derechos Humanos que se realizó en el Cine Teatro de la calle Lara, organizado por una multisectorial de entidades políticas, sociales y culturales.
Desde el auditorio le preguntaron a Bonaparte por qué los argentinos callaron ante semejante aberración. “Nadie puede decir con anticipación cómo puede reaccionar el otro frente al terror -respondió ella, con una paz y una entereza que no parecían de este mundo-. El terror es disolvente de la sociedad. Disuelve los vínculos solidarios. No sé si todos podemos ser figuras heroicas o si debemos tener esa exigencia. Modestamente sí les pido a todos que no se olviden”.
Germán Hergenrether
Escrito por: Germán Hergenrether