En los albores del siglo XX ocurrió un luctuoso accidente ferroviario en Cañuelas en el que perdió la vida Julio Güemes, el nieto del caudillo Martín Miguel de Güemes, líder de la guerra gaucha que frenó el avance español en el norte del país.
Julio Güemes, nacido en 1872, era hijo de Luis y de Rosaura Castro Sancetenea. El 28 de enero de 1906 fue arrollado por un tren en el paso a nivel de la calle Juárez. El siniestro ocurrió cuando se dirigía en una Americana o volanta hacia su estancia Los Ángeles, en Ruta 3, acompañado por el peón Pedro Ojeda y el cochero Marcelino Zárate.
En un articulo gráfico de la revista Caras y Caretas titulado “Horrible accidente en Cañuelas” se publicaron fotos del lugar del impacto y algunos detalles. Por ejemplo, se señala que Marcelino Zárate, ubicado en el pescante junto al estanciero, fue el único sobreviviente de la tragedia. La revista muestra un retrato de Zárate y su sombrero destrozado.
También hay otra imagen del féretro de Güemes en la Comisaría de Cañuelas, junto al comisario Adrián Laffitte, el Dr. Víctor Alzugaray, el presbítero Yani, y los señores O. Centeno y A. Becerra.
Caras y Caretas alude al fallecido como “Dr. Julio Güemes” aunque no hay constancia de que haya sido médico o abogado; se cree que la publicación lo confundió con su hermano Luis Güemes (1856 – 1927), que sí era un reconocido galeno, médico personal de Roca, Juárez Celman y Bartolomé Mitre.
Julio Güemes y su abuelo, el caudillo salteño.
Los descendientes Luis y Alberto Ruete Güemes, pertenecientes al mismo linaje familiar, aún conservan entre sus papeles la copia de una carta que fuera enviada a Bueno Aires en 1906, dirigida a Manuel Peña, posiblemente algún funcionario policial o gubernamental. Allí se expresa un agradecimiento al personal de la Comisaría de Cañuelas “que prestó sus servicios caritativos a Julio”. La misiva menciona al comisario Adrián R. Laffitte, el oficial Felipe A. Curabelli, el primer escribiente Hilario Herrera, el segundo escribiente Eduardo Arrieu y el cabo Cipriano Rodríguez, que tuvo la delicada función de recoger el cadáver.
Julio, que tenía sólo 34 años al momento del accidente, vivía en el primitivo casco de la estancia Los Ángeles junto a su esposa Carmen Bengolea y sus tres hijos pequeños. “Desaparecer cuando eras el encanto de tu hogar, la dicha de tus hijos y el ejemplo de la sociedad, es una tiranía” escribió un amigo en una despedida publicada en un periódico local de la época.
Germán Hergenrether
Escrito por: Germán Hergenrether