Mientras los chicos de su generación jugaban a la pelota en los potreros o sembraban los patios de bolitas, Juan Carlos Nesprías prefería entretenerse con tornillos, clavos, matillos y serruchos. A los 8 años ya fabricaba sus propios juguetes combinando madera con retazos de lata y algún reloj a cuerda cuyos resortes terminaban sacrificados como amortiguadores.
A los 17 años, cuando todavía estaba estudiando, entró como aprendiz en el taller de Jorge Alberto Pavesi y durante la noche arreglaba autos para la IKA Renault de Denicoló gracias a la generosidad de su tío Norberto Laurens, que le prestó un galpón en Mitre 734. Al poco tiempo abandonó el taller de Pavesi para independizarse.
“El discípulo superó al maestro” admitió su empleador cuando se cruzó con María Elisa, la mamá del joven mecánico. “Es que yo me fui haciendo prácticamente solo, experimentando. Así aprendí a enderezar el chasis de un camión o un paragolpes. De hecho yo esperaba que Pavesi se fuera para hacer las cosas a mi manera” rememora.
En su primitivo local, al lado de la cerrajería Wisky, Nesprías trabajó un año y medio de manera informal hasta que el 8 de septiembre de 1970 lo habilitó con todas las de la ley. En los papeles está cumpliendo 50 años de mecánico, pero su pasión por los fierros se remonta a su temprana infancia.
Como todavía era menor para abrir una cuenta bancaria, su tío Laurens le sacó una chequera a su nombre en la sucursal del Banco Regional del Salado, comandanda por Carlos Borgogelli y Alfredo Morgante.
De Mitre pasó al local de Balaika, al lado de la Pinturería José Luis; después se fue a Brandsen casi esquina Ameghino; luego al local de Heguiaphal en Alem 536 hasta que el 2 de enero de 1980 inauguró su local propio en Hipólito Yrigoyen 550. Siempre se especializó en chapa y pintura aunque en las últimas décadas se amplió a mecánica general.
DEL TALLER A LAS PISTAS
Sin abandonar a sus clientes y cobijado por la Autopeña Cañuelas, desarrolló una destacada labor en el automovilismo deportivo a lo largo de casi dos décadas.
Luego de un período en la categoría Limitada 27 se incorporó al TC Roqueperense. Otra vez, como en su infancia, mientras el país palpitaba los preliminares del Mundial de Fútbol, Carlitos vivía enclaustrado en su taller dándole forma a la cafetera con la que debutaría en el 16 de abril de 1978 en la principal categoría zonal. “De las primeras veinte carreras, gané 10” repasa, orgulloso. Durante los cinco años posteriores siempre ocupó los puestos de vanguardia. A fines de la década llegó a ganar una carrera con media vuelta de ventaja, tanto que tuvo tiempo de detenerse y tomar la cuadriculada que le entregó el banderillero.
Comenzó a correr en el Turismo Carretera gracias a una sugerencia de Luis Indaverea en “La peña de los Martes”. Hizo su estreno el 10 de febrero de 1985 en el Autódromo de Buenos Aires con un primer lugar entre los debutantes. El 7 de diciembre de 1986, en La Pampa, marcó el record de velocidad, aún vigente: 257 de promedio y 306 de velocidad final.
El llamado “Grandote de Cañuelas” corrió con Dodge hasta 1993 y con Ford hasta su retiro, en la temporada 94/95. A 25 años de su alejamiento de las pistas sigue siendo muy bien recordado y respetado en el mundo tuerca.
Nesprías asegura que su carrera deportiva nunca interfirió en su trabajo. “De día trabajaba para los clientes y a la noche me ocupaba del auto de la peña. Lo tenía en la estación de servicio de García, nunca en el taller, para no mezclar las cosas. Me acostaba a las 2 o 3 de la mañana y al rato a madrugar para no fallarles a los clientes. Una vez, en 1986, estuve 36 horas sin dormir cuando armé una tapa de cilindro para el gran premio, porque el auto no tenía tapa de cilindro, se compraba el hierro en bruto había que maquetearlo”, rememora.
VOLVER A JUGAR
Al perder a su padre a los 19 años, su tío Norberto se transformó en una figura fundamental en su vida, no sólo porque lo ayudó a despegar en el oficio que amaba. A los 8 años solía llevarlo a ver las carreras de La Negrita, que Carlitos disfrutaba parapetado en el portaequipajes del Chevrolet 46, el mismo camión lechero con el que a los 11 años aprendió a manejar por los caminos a Udaondo. Imágenes, logros y sensaciones que a un niño se le graban para siempre.
Hace un tiempo se le puso en la cabeza hacer una réplica de La Negrita, ese mítico auto que marcó una época en el automovilismo zonal. “Lo corrió Froilán González y en un momento Pascual Haraneder (p) lo compró y lo trajo a Cañuelas. Se lo dio al “Flaco” Aravena y a Lorenzo Iturralde para que lo corrieran, pero como no estaba convencido con el resultado, se lo vendió a Mario Castelló, que lo llegó a correr un par de carreras. Al final Castelló se lo vendió a Rubén Roux, un piloto de Monte Grande. Con ese auto, a partir de 1958, Roux salió cinco veces campeón en la categoría de fomento Limitada 27, que se corría en el circuito que estaba donde hoy funciona la planta de Extragas” describe el mecánico, con su memoria intacta.
A lo largo de varios meses y a partir de fotografías Nesprías reconstruyó el chasis y la carrocería con fierros de la época, haciendo una réplica idéntica. Es la joya de su pequeña colección de autos antiguos en la que también sobresale un Plymouth 1929.
En esa aventura de copista artesanal no estuvo solo: lo acompañaron Juan Suárez (chapa), Martín Román (pintura), Gustavo Rasquetti (tornería), Carlos Iriarte (electricidad), Martín Veloso (mecánica), Bachi y Juancito (tapicería), Martín Belagardi (soldadura en aluminio del tanque de nafta) y Ariel Pierini (preparación del motor Chevrolet 1928), en tanto que Nesprías se ocupó del diseño general, armado, bastidor, suspensión y dirección.
“La velocidad para mí ya fue -reconoce el piloto-. Ahora estoy grande y me entretengo restaurando autos antiguos con los que participo en algunas actividades de la asociación AVAC. A veces pienso que para mí esto es como volver a jugar; como volver a la infancia cuando me armaba mis propios juguetes de chapa y madera”.
El próximo desafío de Nesprías es comprar un Chevrolet 46, como el de su tío, que vio en una provincia del norte del país. El de sus recuerdos era rojo de fábrica pero en el medio alguien lo pintó de verde botella con la frase “Norberto Laurens - Transporte propio” en la caja.
“Si lo llego a comprar lo voy a pintar igual”, promete Nesprías, preparando el homenaje a su segundo padre, el hombre que le enseñó a manejar, a forjar su vocación y a hacerse un camino en la vida.
Germán Hergenrether
Escrito por: Germán Hergenrether