Patricia Martínez siente que ya pasó lo peor. Su hija, de 14 años, está reubicada en otro colegio donde le brindaron la contención que en el Santa María le negaron. Ahora encontró la calma para reflexionar sobre lo sucedido y poder contarlo.
En un extenso diálogo con InfoCañuelas reconstruyó los cinco meses de angustia que su hija vivió en el complejo parroquial. Describió el acoso del que fue víctima por parte de un hombre que le hablaba mal de su familia y le proponía vivir con él.
El trato de la institución, cuando se dirigió a denunciar lo que sabía, tampoco fue el que esperaba. No sólo intentaron sobornarla con mercadería, la condonación de una deuda y hasta regalándole un teléfono móvil; sino que además la incentivaron a guardar “silencio y hermetismo”. El obispo de Laferrere, Gabriel Barba, actuó como la misma intención de mantener el caso entre cuatro paredes.
A continuación se reproducen los fragmentos más significativos del diálogo con Patricia.
“A mediados de abril mi hija comenzó con una angustia, una tristeza… Se lo adjudicamos a que yo tenía un problema de salud. Fuimos a distintos médicos, había posibilidades de que yo tuviera una metástasis en el colon. Ella estaba al tanto, lloraba, me decía que tenía miedo de que me pasara algo, porque no tenemos familia, somos los cuatro solos (Patricia y su esposo tienen mellizos)”.
“Su situación de angustia se fue agudizando. Un día viene de la Escuela a decirme que Mario Mansilla y la preceptora Paula Acosta le habían sugerido hablar con el padre Carlos. Ella me dice que les pidió que por favor que no; que no se sentía con ganas de hablar con él. Yo le expresé que si le pasaba algo por ahí era bueno que charlara con el sacerdote; que por ahí él encontraba las palabras que yo no tenía”.
“Fue a hablar con el padre Carlos porque yo le dije. Y ahí empezó la pesadilla. Salía llorando del colegio. Llegamos así hasta fines de junio o principios de julio. Noté que estaba cada vez peor. Pero no me quería contar lo que le pasaba. Yo siempre lo adjudicaba a mi situación de salud”.
“El 31 de julio fui a la Escuela. Mario Mansilla me dice que la nena no estaba bien; que se había auto flagelado. Me dijo que tenía unos cortes en el brazo y que no se los había hecho en la escuela. Me asusté, la retiré del colegio. El colegio me sugiere un tratamiento psicológico con la profesional Paula Cabrera, que trabaja en el CIC. La llevo a esta profesional. Transcurridos algunas sesiones mi hija sale llorando. Me dice que la profesional le había dicho que si no hablaba, no tenía sentido que siguiera yendo. Eso le cayó re mal”.
“La seguí llevando a la escuela, pero entraba y salía llorando. Dentro de mi ignorancia hablaba con ella por WhatsApp, ella en la habitación y yo en la cocina, tratando de buscar maneras de que me contara qué le sucedía. Hasta que el 15 de agosto se me acerca, me pide que le diga la verdad, que tenía miedo que yo tuviera cáncer. Le dije que no. Y entonces me dice que quería hablar”.
“Se larga a llorar y me dice que en varias oportunidades había estado a solas con el padre, que sentía que la seguía todo el tiempo, le agarraba del brazo en el recreo, le hablaba en el oído, le decía ´después te voy a buscar´, la retiraba de las clases. Eso era todo el tiempo. Le decía que era especial para él, que tenía una mirada distinta, que yo estaba enferma y no la quería, que la familia no la aceptaba, que no la escuchábamos, que necesitaba una persona como él y que quería que se fuera a vivir con él. Ella lloraba y me preguntaba si eso era normal”.
“Después me sigue contando… Que un día la llevó a su oficina. Que empezó a decirle que todo iba a estar bien, que quería tener una relación más que de amistad con ella, porque ella era muy especial. Ella atinó a decirle ´muchas gracias, pero me quiero ir´. Se levanta y él la abraza (por recomendación de su abogada omite los detalles del tocamiento). Ella lo empuja y él con el pie le traba la puerta de la oficina. Se la vuelve a llevar a su cuerpo de él… (vuelve a omitir detalles) Ella sale y cuando está saliendo le dice ´te calmás, así no vas a salir, no grites ni digas nada, porque la que va a perder sos vos.´ Es lo último que escuchó porque fue al baño y se lavó la cara.”
“Tocamientos hubo una sola vez. El acoso fue permanente desde abril. Hasta llegó a preguntarle qué cosas le gustaban; que se las iba a comprar. Mi hija les pedía a la preceptora, a las profesoras y a Mansilla que no le permitieran ir a solas con él, pero nunca la respetaron. Siempre decían que le iba a hacer bien”.
“Al día siguiente (16 de agosto) me presento en el colegio a las 10 de la mañana . Hablé con Paula, la preceptora. Le pregunté si consideraba que mi hija era una nena que fabulaba. Me dijo que no, que era centrada, estudiosa, una de las mejores alumnas, que por eso el Colegio estaba preocupado. Entonces le conté. Cambió por completo su actitud. Me dijo que ponía las manos en el fuego por el sacerdote. Que sabía que había tenido una situación en la comunidad boliviana, un antecedente, y que habían sido mentiras”.
“Le transmití el mismo relato a Mario Mansilla. Me dijo que era grave, pero que tenía que confiar en el colegio. Que mi hija había malinterpretado los abrazos. ´Tenemos que mantener silencio y hermetismo. Tenemos que ser totalmente herméticos para manejarlo bien. Me voy a comunicar con el obispo de inmediato´. Yo pensaba entre mí si íbamos a declarar en la comisaría. Le pregunté cuáles eran los pasos, en qué momento íbamos a hacer la denuncia”.
“Mansilla vio que yo estaba cada vez más nerviosa. Me dijo ´Vamos a hacer una cosa´. Yo tenía una deuda con mi hija, debía las cuotas, pagué sólo la matrícula. Estábamos en agosto. Me dijo: ´Vamos a ordenar los tantos. La vamos a becar. Usted había solicitado una beca, le dijimos que no, pero ahora le digo que sí.´ Después de eso nos mandaron bolsas de alimentos y cajas de galletitas. Le dieron a mi hija un celular para ´mantenernos comunicados´ según dijeron. Teníamos que manejarnos con ese celular. Quisieron armar un sistema de silencio. Todo eso me lo daban a cambio de confiar en el colegio. Le dije que mi hija no iba a volver más al colegio, que no me iban a callar”.
“En otra oportunidad adulteraron un acta. Cambiaron lo que dije. Pusieron que yo estaba conforme con el colegio, que Mansilla me había escuchado y que era Dios. Eran dos hojas A4, yo firmé sólo la segunda, entonces corrigieron la primera, que yo no había firmado, ahí cambiaron todo lo que había declarado”.
“El mismo día 16 fui al Obispado. No me quisieron recibir porque supuestamente las autoridades no estaban. Le dije al señor de la puerta que me iba a la comisaría. Ahí fue a preguntar y me atendió una señora Victorina, presidenta de la Jurec, que al final estaba. Le conté todo. Me dijo que había un protocolo, que se iban a ocupar, que me iban a avisar cuándo me podía atender el obispo. Que si hacía la denuncia iba a perjudicar a la nena. Y yo, ingenua, creí”.
“Esperé y esperé. Mientras el colegio me enviaba mercadería, el 23 de agosto me mandan un mensaje a las 10 de la noche que al otro día me presentara en el obispado, que me iba a escuchar. Era un viernes. El obispo me dijo que había tenido mala suerte con Cañuelas, que había tenido un problemita con otro sacerdote con el que se había equivocado. Que mandó a este sacerdote porque tenía experiencia con chicos en comunidades educativas. Que confiaba mucho en él. Que el cura le reconoció que la había abrazado pero que la estaba conteniendo. ´Quiero que me entienda. Yo no tengo la verdad. Yo estoy entre su hija y el sacerdote. Lo único que puedo decirle es que vamos a trabajar. Que no la exponga. Yo tampoco la voy a exponer a él. Vamos a manejarnos adultamente. Ella es muy chica. Va a sufrir. Si hacemos denuncia… la policía… declaraciones… a lo mejor trasciende… y la tele… Le dije que era muy fácil. Que había que hacer ya la denuncia. Pero el obispo, al igual que Mansilla, me ofreció todo a cambio de silencio.”
“En el Obispado noté las mismas respuestas del colegio. Que me quedara tranquila, que las inasistencias no se iban a tomar. Que la nena se tomara los días que necesitara para tranquilizarse y que después íbamos a ver cómo nos manejábamos. Esperé una semana, comencé a recorrer colegios. La llevé al médico. Dejé de llevarla al Santa María y me empecé a dedicar a ella. Recorrí muchos lugares donde no la tomaron porque no había vacante o porque no me daba el presupuesto para pagar. Hasta que llegué a un lugar donde me escucharon. En la institución donde está ahora se dieron cuenta de que algo pasaba, porque se saben manejar muy bien. Les conté todo lo que nos había pasado. Les dije que si me garantizaban una vacante para ubicar a la nena, ese mismo día me iba a hacer la denuncia en la comisaría. Me asesoraron, me dieron contención y el pase fue inmediato. Absolutamente todo lo que tendría que haber hecho el Santa María lo hizo esa institución. Y cuando tuve el pase, el 8 de septiembre hice la denuncia. Esto lo quiero destacar porque se dijo que yo había sido cómplice del pacto de silencio del Santa María”.
“Mi nena es una nena muy introvertida y respetuosa. Yo pienso que el cura se abusó de la vulnerabilidad de mi hija. Mi hija estaba totalmente vulnerable, por miedo a que yo tuviera cáncer, por miedo a perderme. Y así como en abril comenzó con esa angustia, a partir del 7, que ingresó a la nueva institución, cambió su semblante, empezó a comunicarse con nosotros. Está en la etapa de integración, pero está feliz”.
“Siento decepción de la escuela porque le mintieron a la comunidad, a los padres, a los docentes. No le creyeron a mi hija. Hasta dijeron que el obispo me había conseguido una vacante en el nuevo colegio y es mentira, jamás se comunicó. Dijeron cosas horribles”.
“Sólo creemos en Dios. Nunca más les voy a aconsejar a mis hijos que se vayan a confesar, que vayan a la Iglesia o que colaboren como colaborábamos nosotros. Ya no creo en nada. Ni en obispos ni en curas. Y a los padres les quiero transmitir que crean en sus hijos. Hay que estar muy atentos."
Escrito por: Redacción InfoCañuelas