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21 de noviembre. Cañuelas, Argentina.

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Poesías de Guillermo Etchebehere

InfoCañuelas te ofrece una selección de poemas del gran escritor cañuelense.

 

MIS ABUELOS VASCOS

Vinieron de muy lejos.
De más allá del mar. De las regiones
donde fueron paridas las montañas.
Vinieron escapando de la piedra,
buscando tierras anchas
con su secreta brújula de sueños.
Ellos necesitaban
una tierra más simple y menos dura
para sembrar la casa.
Tierra limpia de cercos, tierra abierta,
para poder mirar por las ventanas
el lejano horizonte donde nace
desnuda, la esperanza;
y seguir con los ojos,
desde el patio familiar de la calma
el irse silencioso
de todo lo que muere y lo que pasa.

Y llegaron aquí, porque sintieron
que en esta soledad, de leguas verdes
dormían, soterradas, las raíces
del viento que soñaron.

(Puedo verlos con una azada al hombro
tomados de la mano, caminando).

La pampa abrió su antigüedad de hierba
y ellos fueron echando
el tiempo por morir que les quedaba,
la tranquila expansión de los rebaños,
el origen del árbol y del trigo
y el signo de sus huesos
prolongado en el cuerpo de los hijos.

Por ellos soy. Por ellos tengo nombre.
Por ellos siento a veces que otras vidas
me invaden desde el tiempo
y sueltan por las frondas de mi sangre
la lejana presencia de la nieve
cayendo al cuenco de los hondos valles,
y la avidez del viento
arrojando sus hachas torrenciales
contra el pecho blindado de los robles,
y un trino de zampoñas
junto al viejo cantar de los pastores,
y el olor del redil y de hogaza,
y la fresca acidez de los membrillos
que dejan en el arca
el perfumado corazón del huerto
dormido con las sábanas.

Ellos pasaron ya. Ya son apenas
un poco más de tierra.
Pero siguen golpeando en la memoria
con sus puños eternos.

Cuando la muerte les borró en los ojos
el último destello,
era ya un eco vivo y repetido
la sembradura que empezó en un beso.
Sus nombres ya corrían por el río
de las gentes del pueblo.


LA MANO DE MI RUMOR
Guillermo Etchebehere / Atahualpa Yupanqui

No puede ser que me vaya del todo cuando me muera,
que no quede ni la espera detrás de la voz que calla.

No puede ser que solo haya ciclos de sombra y olvido
en este amor desmedido que se me hiergue en el pecho,
si hasta en el trino deshecho se salva el duelo del nido.

Pongo mi infancia en canciones y siento que se ilumina
una siesta golondrina toda duraznos pintones.
Celebro las estaciones, lloro su fugacidad.
Y al anegar de piedad la mortaja de su, gloria,
me crecen en la memoria remansos de eternidad.

Cuando, no esté, cuando el leve sobresalto que me ordena
se trueque en tiempo de arena conmemorado, en la nieve;
cuando en mis venas abreve la liturgia de la flor,
tal vez algún labrador cansado de madrugadas
sienta en sus manos aradas la mano de mi rumor.


PÁJAROS

El mediodía cabalga
sobre las nubes viajeras.
Bajo las lágrimas verdes
de un viejo sauce que sueña,
el cansancio de dos bueyes
rumia las horas sedientas.
Los pájaros -los remansos
musicales de la siesta-
llevan el sol en pico
y en las alas madreselvas
para adornar con la noche
el sayal de las estrellas.
Lejos, el cielo se inclina
sobre la sed de la tierra.

Entre dos filas de pinos,
chapoteando en las acequias
y echando al viento sus voces
-celeste tropel de flechas-
corren los niños, soltando
bandadas de risas frescas
y buscando con sus ansias
y con sus hondas despiertas
un blando lecho de plumas
para la muerte de piedra.

Cuando la noche sembraba
silencio azul por las sendas
el más niño de los niños,
la sonrisa más pequeña,
dejó la ronda de juegos
y se fue con las luciérnagas
llevando un trino apagado
por las hondas traicioneras.
Junto a un árbol con el tronco
devorado por las yedras,
hizo un nido de gramillas
para la calandria muerta;
y sobre el vuelo frustrado
de las dos alas sangrientas
puso una amapola blanca
y una caricia de seda.

La luna encontró abrazadas
en un rincón de la huerta,
la tristeza de una muerte
con la infancia de un poeta.

Escrito por: Redacción InfoCañuelas