Agustín Pelorosso iba a la escuela primaria cuando cada tarde, después de hacer la tarea, corría hacia el almacén de su abuelo, en Brandsen Nro. 1207. Parado en puntas de pie, ordenaba los envases de pimentón extra Alicante con sus vibrantes colores rojo y amarillo; las cajas de fósforos Fragata o la fila de botellas de caña ambarina que relucían en los estantes. En lo posible trataba de esquivar un tacho maloliente donde flotaban las tripas en salmuera, producto indispensable para la gente de campo que elaboraba embutidos caseros.
En ese universo de aromas a tabaco, alcohol, especias y productos sueltos, entre naipes gastados y gritos de retruco, Agustín pasó los mejores años de su infancia. Tal vez por eso -porque uno siempre intenta volver a los lugares donde fue feliz- decidió desempolvar recuerdos y reabrir “El Indio Rubio”.
El mítico almacén cañuelense fue inaugurado el 2 de abril de 1951 por Don Roberto Pelorosso y su hermano Mingo. Era un típico ramos generales con anexo de bar.
Se afianzó en el rubro haciendo reparto en los campos y estancias de la zona. El camioncito Ford 1936 de la firma llegaba hasta las quintas de portugueses que funcionaban el km. 35. Uno de sus principales clientes era la estancia La Primavera, de la familia Bustillo, donde entregaba mercadería para 120 peones y 20 puesteros.
Junto con el almacén funcionaba un despacho de bebidas que todas las tardecitas era cita obligada de parroquianos que mantenían su fidelidad al lugar a lo largo de los años. Dos de los habitués eran el diputado Cayetano Guarnieri y “Patanga” Basavilbaso, el chofer de la Intendencia.
Cerca del horario de cierre comenzaban los partidos de truco. La casa tenía un código impuesto a rajatabla por Don Roberto: para evitar el espectáculo de los billetes esparcidos sobre la mesa, estaba prohibido jugar por plata; la única chance era apostar por latas de durazno.
El sistema funcionaba de forma natural, salvo por algunos incidentes que quedaron marcados en el anecdotario. En una oportunidad un paisano se retobó negándose a pagar las ¡1247! latas que había perdido en una noche en que lo abandonó la suerte. Para evitar que la sangre llegara al río Pelorosso convocó al diputado Guarnieri y al comisario Orsi, que decidió llevarse al rezongón a la comisaría. Reprimenda de por medio, finalmente entró en razón: era mejor pagar la fortuna adeudada en duraznos que pasar la noche en el calabozo.
Abramos un paréntesis. “El Indio Rubio” era la empresa de movimientos de tierra que tenía Mingo antes de volcarse al nuevo emprendimiento. El nombre era un homenaje al corredor rionegrino de origen danés, Arturo Kruuse, uno de los primeros ídolos populares del automovilismo argentino, hombre bravo y de rasgos nórdicos. “El Indio Rubio de Zapala” -como también se lo conocía- ganó la primera carrera de TC que se realizó en 1935 entre Argentina y Chile; y se hizo famoso porque a raíz de una avería en la caja de cambios corrió marcha atrás un tramo de la carrera en plena cordillera.
Pioneros del marketing, los hermanos Pelorosso solían hacer llaveros y almanaques con la figura de un indio emplumado. Religiosamente le enviaban el merchandising por correo a su admirado Kruuse, quien en el ocaso de su vida los llamó y les dijo que viajaría a Cañuelas para conocerlos, pero no llegó a cumplir la promesa: murió en 1976, a los 79 años, en un accidente vial.
En la década del `90 -como tantos almacenes de barrio- El Indio Rubio sufrió la despiadada competencia de los supermercados chinos. Y con la crisis del 2001 llegó el golpe de gracia: Don Roberto decidió bajar la persiana y retirarse de la actividad comercial. El “Turco” Yapur lo mantuvo abierto durante algunos años mudando allí su bar “La Florida”, pero todo ese barrio aledaño a la plaza Belgrano sintió que el boliche de Pelorosso se había ido para siempre.
“Cuando terminé el secundario en la Escuela Santa María -apunta Agustín- tenía la idea fija de reabrir. Tanto es así que a los 19 me hice un tatuaje que decía El Indio Rubio. En ese momento no me animé y empecé la carrera de Arquitectura en La Plata. Duré cuatro meses y me volví con los bolsos. Mis padres me dijeron: `Si no querés estudiar, vas a tener que trabajar`. Entré al Molino Cañuelas, donde estoy desde hace nueve años, pero siempre me quedó dando vueltas en la cabeza la ilusión de reabrir”.
Hace unos meses, con la ayuda incondicional de sus padres (María y Marcelo) Agustín comenzó a refaccionar el local. Fue una tarea titánica que encaraba avanzada la tarde, a la salida de su trabajo formal, y que duraba hasta la madrugada.
Si bien el inmueble conserva su estructura original, gran parte del mobiliario fue vendido en un remate y terminó repartido entre varias manos. Las latas de galletitas Bagley, Canale y Terrabusi fueron a parar a la cantina La Colomba. Y el mostrador es el que está en la ferretería de Raúl Pelorosso, en Libertad y Mozotegui.
Basándose en fotos y recuerdos familiares Agustín buscó replicar colores y elementos decorativos. Se mantiene una parte del mobiliario, algunos cuadros y las cortinas. Su prima Isabella Perrotat Menconi y Juan Álvarez diseñaron el logotipo y la tipografía de impronta sesentista mientras que un fileteador de Florencio Varela llevó el diseño a los vidrios.
Bajo el lema “Volvamos a Brandsen 1207”, el 16 de noviembre, a sus 29 años, Agustín pudo cumplir con esa idea que venía rumiando hace más de una década. El Indio Rubio regresó con un estilo adaptada a los nuevos tiempos: ahora es un bar de tapas, picadas y vermouth. Funciona de miércoles a domingos a partir de las 18.
En la carta se destacan las tortillas en versiones clásica o india, quesos y fiambres, bruschettas, provoletas, empanadas, sándwiches, buñuelos, papas rústicas, bebidas con y sin alcohol… También hay algunas especialidades, como un cóctel italiano cuyos colores buscan imitar las plumas blancas de puntas rojas que se encuentran en la vincha del indio.
Agustín nunca llegó a hablarle de este proyecto a su abuelo. “Supongo que estaría orgulloso y feliz por esta continuidad; lo veo a mi viejo con sus ojos brillantes cada vez que entra al local así que me imagino lo contento que se pondría mi abuelo...”.
En algún lugar Don Roberto seguramente estará con su sonrisa bonachona y un aperitivo, brindando por su nieto, por el barrio, por Kruuze y por la memoria, que sigue viva.
Germán Hergenrether
El Indio Rubio en Caras y Caretas (10/04/1937).
Escrito por: Germán Hergenrether