22 de noviembre. Cañuelas, Argentina.

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Miguel Loggia, el inventor de los televisores Cañuelita que terminó sus días en una playa remota

En la década del 70 se fue de Cañuelas y se radicó en Reta, donde aún recuerdan su loca inventiva: hizo andar un Citröen con piezas de un televisor.

Loggia, proyectado en su propio invento. InfoCañuelas.

Loggia, proyectado en su propio invento. InfoCañuelas.

Nunca se supo muy bien cuándo llegó a Cañuelas ni cómo terminó en estos pagos. Mucho menos por qué un día juntó sus bártulos y sin previo aviso se recluyó en Reta, un remoto balneario de Tres Arroyos que a su llegada tenía un centenar de habitantes. En la bruma de la memoria algunos atisban sus pelos revueltos como un Einstein argento y su eterno mameluco de obrero de la electrónica. Es un fantasma en blanco y negro escapado de los televisores Cañuelita que ensamblaba en su taller de la calle Rivadavia y que ahora flota por las playas desiertas del sur bonaerense con su caña al hombro.

Miguel Francisco Loggia nació en Villa Moll, partido de Navarro, el 17 de mayo de 1922. Cuando llegó a Cañuelas, en la década del ´50, abrió un pequeño taller en la calle Rivadavia 528 casi esquina Acuña. 

En ese local -donde años más tarde se instalaría Electromecánica Gazzoli- Loggia comenzó reparando aparatos de radio, aplicando los conocimientos adquiridos en los cursos por correspondencia, tan frecuentes en esa época. Allí también armó su estación de radioaficionado que en 1955 fue incluida en el Radio Amateur Callbook, la guía mundial de radioafición editada por los gobiernos de Estados Unidos y Canadá.

Hacia 1953 se convirtió en el primer profesor de Electrónica de la Escuela Técnica Nro. 1. Llegó a ese puesto gracias a su amigo Alfredo Cánepa, uno de los fundadores del colegio industrial. Su ex alumno, Juan Tarragona, lo recuerda como un hombre parco, extremadamente inteligente y muy conocedor de varias ramas de la física. “Con él fabricamos los primeros equipos de radio en la escuela, de manera muy precaria. Era muy callado, un típico hombre de campo que si no le hablabas, no te hablaba”. 

El Rastrojero de Miguel Loggia con el logo de su creación.

En esos años comenzaban a proliferar los programas de radio y TV dedicados a los avistamientos de platillos voladores, abducciones alienígenas y noticias por el estilo. Cuando los alumnos le tiraban la lengua preguntándole sobre ufología, Loggia diseccionaba el tema para concluir que eran camelos sin ningún fundamento científico. Fake news según los códigos de hoy en día.

Estuvo en su puesto de profesor aproximadamente cuatro años hasta que se retiró para dedicarse al desarrollo de los televisores. En 1958 sufrió un accidente al chocar con su moto y Tarragona -que nunca pudo olvidar a ese maestro que le inculcó la pasión por la electrónica- no dudó en visitarlo en su lugar de internación, en el viejo Hospital Mitre. Debido a la conocida parquedad del convaleciente, la visita no duró más de cinco minutos.

En un restaurant de Cañuelas al que solía concurrir trabó amistad con la cocinera, María Laura Elsa Galant, quien se convertiría en su esposa. Los recién casados se instalaron en su nueva casa de calle Rivadavia Nro. 46 entre Alem y Ameghino, frente a la herrería de Pablo Garavaglia.

En este nuevo hogar comenzó a fabricar televisores en blanco y negro a válvulas o lámparas, los primeros que se vendieron en el pueblo. Bautizados “Cañuelita TV”, Loggia los inscribió bajo el número 500.650 en el Registro Nacional de Patentes. 

“Fue quien instaló el primer televisor que funcionó en Cañuelas, en el bar de un italiano llamado Darío, frente a la plaza San Martín, entre el Cine Teatro y el Club Cañuelas. Los televisores Cañuelita compitieron en la zona con las primeras marcas (como Philips) superándolas en ventas” reveló Pablo Garavaglia en su publicación “La hoja del Uncalito” (2009). 

Publicidad de Cañuelita en El Ciudadano. Foto: Pablo Garavaglia.

Blas Garaffa, histórico comerciante de la Zapatería La Mundial, corrobora este dato de Garavaglia: “El primer televisor de Cañuelas lo tuvo el italiano Darío Pisoni, que atendía el bar frente a la plaza. Cuando jugaban Boca y River el salón se llenaba de gente y algunos miraban el partido parados. Cuando Boca hacía un gol todos saltaban al mismo tiempo con riesgo de romper el piso, que era de madera. Por suerte nunca hubo que lamentar daños”.

En su reseña Garavaglia detalló que hacia 1960 su vecino armó una casilla rodante sobre un chasis de camión Chevrolet ´37 y que una vez terminada le pintó estrellas y la frase “Rumbo a lo desconocido”. Con ese armatoste se iba de vacaciones a los balnearios más distantes de la costa bonaerense, como Necochea y Claromecó hasta llegar a Reta, un lugar que lo subyugó, y donde podía darse el gusto de pescar sin interrupciones.

Loggia tenía como ayudante a Roberto Chariff, que en su temprana adolescencia subía a los techos para instalar las antenas. En los ´70, ya adulto, habiendo crecido en su oficio de carpintero, le vendía las cajas de fórmica donde encajaban el tubo, la botonera y todas las piezas internas.

“Entre los 15 y los 18 años yo trabajaba en Italpizza hasta las 2 de la tarde. Desde esa hora hasta las 6, cuando volvía a la pizzería, me dedicaba a instalar antenas, entre ellas la de la Iglesia de Uribelarrea. He colocado más de un centenar para don Miguel, que fue una de las personas más maravillosas que conocí en mi vida. El poquito dinero que me ganaba con ese trabajo para mí fue una gran ayuda”.

La familia Trozzo con su primer Cañuelita. Foto: Antonio Trozzo.

En su última etapa en Cañuelas tuvo un local en un garaje de calle San Martín entre San Vicente y Azcuénaga. Además de los clásicos televisores hogareños valvulares de 23 pulgadas también comenzó a fabricar un modelo transistorizado, de menor consumo, que funcionaban a batería (12 volts) destinado especialmente a sus clientes del campo. En Uribelarrea tenía como representante a Don Miguel Argentino Fullone, quien vendió varios aparatos en esa localidad.

Se movilizaba en un Rastrojero modelo rural en el que llevaba todo el instrumental y un acopladito para retirar los pesados televisores que requerían reparación o hacer las entregas. Sobre los laterales del vehículo lucía la marca que lo hiciera reconocido: “Cañuelita TV, de Miguel Loggia”.

SU NUEVA VIDA, ENTRE ANTENAS Y MÉDANOS

Hacia 1973 cerró el taller de Cañuelas y se instaló en Reta junto a su esposa y su pequeña hija Stella Maris. No está claro el motivo de ese cambio radical. La principal hipótesis es que el negocio dejó de ser rentable, por varios factores. Por un lado, tenía la característica de fabricar televisores “para toda la vida”, con una especie de garantía eterna. Cuando se rompían, Loggia lo reparaba sin cobrar un centavo.

Loggia y su esposa en las playas de Reta.

Por otra parte, comenzó a afectarlo la competencia de las grandes marcas y el surgimiento de otros fabricantes locales como Carlos Falcó, que también hacía televisores en su local de Av. Libertad 531 (donde hoy está la cada de deportes Puertas del Sol). 

En su nueva realidad, a 500 kilómetros de Cañuelas, Loggia encontró una cantera de clientes. Hacía reparaciones y además fabricaba antenas con una manivela que permitía girar la parrilla en busca de la señal de los dos únicos canales que se captaban en la zona: el 7 de Bahía Blanca y el 8 de Mar del Plata.

A poco de su llegada a Reta comenzó a trabajar como casero de Villa San Francisco, una antigua quinta de descanso de la congregación salesiana. Es una hectárea de frondosa arboleda con una capilla y varias cabañas que en la actualidad se alquilan a turistas.

Oscar, uno de los encargados del establecimiento, habló con InfoCañuelas. “Se ingeniaba para resolver todos los problemas. En la institución teníamos un Citröen Mehari que no andaba. No sabemos cómo hizo, pero le armó un circuito eléctrico con piezas de un televisor y lo hizo arrancar. Siempre me sorprendió la manera en que le aplicó esos circuitos de televisión a un auto. Y en la casa una vez me mostró un galpón que hizo con botellas de plástico y arena, colocadas una al lado de la otra. A eso le agregó un sistema de calefacción natural. Cuando se jubiló siguió viviendo en Reta, pero le perdí el rastro”.

Los flotadores que armaba Loggia para la pesca.

Mabel Matilla, la encargada de la estafeta postal de Reta e integrante de una de las primeras diez familias del paraje (su padre hizo el trazado de calles en 1945) también habló del antiguo vecino al que nadie conocía por su nombre o apellido, sino por “Cañuelita”.

“Yo vivo en Reta desde 1971 y ellos llegaron al poco tiempo. Era un matrimonio muy trabajador, pero los dos muy retraídos. No solían participar en los eventos sociales. Se daban poco con la gente. Él era sumamente habilidoso. Con botellas plásticas, arena y portland construyó una habitación de su casa”.

Lautaro Molina se acuerda de su abuelo sumergido en el taller de la villa, arreglando televisores y regalándole las lámparas que ya no funcionaban.

Le vienen a la memoria los barquitos de pesca que construía con varillas de aluminio provenientes de las antenas. Les ponía unos botellones plásticos a modo de flotador y les colocaba una vela para que el viento los llevara 500 metros mar adentro. Con 10 ó 15 anzuelos prendidos de la estructura, era una garantía para pescar a granel.

Todavía lo imagina con su mameluco -cuándo no- haciendo la quinta o levantando las paredes del depósito con botellas de plástico, cincuenta años antes de que se pusiera de moda ese método ecológico.

Loggia murió el 15 de julio de 2002, a los 80 años. Su única hija falleció en 2007 a causa de un accidente de tránsito. Su esposa, que quedó sola, vendió la quinta de la villa y se mudó a Tres Arroyos, donde falleció al poco tiempo.

Quedan tres nietos que viven en la zona y que guardan el legado de ese abuelo taciturno, creativo, inventor... “Cañuelita” para los vecinos de Reta que apenas lo conocieron.

Germán Hergenrether

Escrito por: Germán Hergenrether