La biografía de Andrés Kazinczy es tan desconocida como singular su obra, atravesada por distintas ramas de las artes plásticas.
Su producción resulta inclasificable y a la vez efímera: va desde retratos a lápiz y murales hasta esculturas, logotipos, carteles de neón y diseños de interiores que en gran parte ya no existen, conservándose en fotografías o como destellos de la memoria popular.
Desde el más absoluto perfil bajo rechaza que lo definan como artista. “Yo no me considero de esa manera. Tengo ciertas habilidades manuales, nada más que eso” le dijo a InfoCañuelas en una entrevista que esquivó durante semanas.
Nació en 1943 en el pueblo de Vecsés, al suroeste de Budapest, hoy de 20 mil habitantes. Es descendiente directo del poeta, escritor, traductor y reformador de la lengua húngara, Ferenc Kazinczy (1759-1831); y sobrino lejano de su hijo Lajos, uno de los mártires de la independencia, ejecutado en la revolución de 1848-1849. Precisamente en octubre de 2022 el Instituto del Patrimonio Nacional de Hungría inauguró un memorial en su honor, destacando su patriotismo.
Desde pequeño Andrés sufrió las vicisitudes de la opresión comunista del Este derivada de la Segunda Guerra Mundial. A mediados de 1956 se produjo un levantamiento civil contra el gobierno títere, alineado con Moscú. El 4 de noviembre -luego de algunos meses en los que se formó un nuevo gobierno democrático- la Unión Soviética invadió el territorio de Hungría con un millar de tanques provocando una matanza. Los Kazinczy lograron refugiarse provisoriamente en Austria hasta que 1957 arribaron a la Argentina.
Ya en nuestro país comenzó a desarrollar su vocación artística. “Mis padres me contaban que de niño, jugando en la arena, dibujaba rostros con el dedo. No sé por qué, siempre me gustó hacer retratos. Y cuando cursaba el segundo año en el Colegio La Salle, el profesor de plástica me pidió que hiciera un dibujo de la Virgen de Lourdes. Hice uno bastante grande que fue un verdadero suceso”.
Esa habilidad innata se potenció con las clases de dibujo y pintura que siendo un adolescente recibió de Zoltán Fenyes en Buenos Aires.
Fenyes (1924-1997) era un artista húngaro egresado de la Academia de Artes de Budapest que alcanzó cierto reconocimiento internacional. Durante la ocupación rusa fue encarcelado en un gulag de Siberia por participar en una exposición anticomunista. Tras ser liberado se radicó en Argentina. Vivió en el mismo edificio de los Kazinczy y a cambio de un plato de comida que le preparaba la madre de Andrés, accedió a convertirse en su maestro. A mediados de los ´60 se instaló definitivamente en Australia donde logró trascender como pintor y muralista.
Uno de los primeros trabajos de Andrés estuvo vinculado al cine. Durante algún tiempo se ocupó de hacer la cartelería para los estrenos de las salas de la calle Lavalle. Eran unos mamotretos de 2 x 1 ó 2 x 2 metros que en la prehistoria del ploteado se pintaban a mano para luego montarse en las fachadas a modo de mosaico. Recuerda que en 1963, en el cine Metropolitan, le tocó hacer el cartel de Lawrence de Arabia. El material se preparaba en un taller de San Telmo, propiedad del catalán Benaiges y el italiano Baldassarini. Allí conoció a un letrista que le enseñó los secretos del oficio que más tarde desplegaría en Cañuelas.
PRIMEROS TRABAJOS EN CAÑUELAS, “EXILIO” Y REGRESO
Andrés vivió en Capital Federal, Martínez, Villa Bosch, Vicente López... hasta que un simple “desafío” artístico hizo que se afincara definitivamente en Cañuelas.
“Mi hermano trabajaba en un campo de la zona y frecuentaba un boliche que estaba en la ruta 3, km. 75, llamado El Potro. Un día, hablando con los parroquianos, les contó que en Buenos Aires tenía un hermano que sabía pintar. Le dijeron si me animaría a dibujar un caballo en el boliche. Entonces mi hermano me vino a buscar para hacer el trabajo, que fue mi primer mural en Cañuelas. Pinté un potro parado sobre sus patas traseras”.
“Me gustó el campo y me quedé haciendo trabajos rurales. En esa época era joven y me gustaba experimentar con distintas cosas -prosigue-. Al tiempo conocí a unos paisanos míos que me alquilaron una pieza en el pueblo y así empecé a hacer pintura de casas y letras en camiones”.
Sostiene que se animaba a “hacer de todo” y por eso incursionó en la confección de letreros comerciales, primero pintados a mano y luego de neón. De su inventiva salieron los carteles luminosos de Sabbat, Supermercado Dumbo, Atro Construcciones y Farmacia Garavaglia, entre muchos otros.
En los ´70 diseñó los principales bares, confiterías y boliches que animaban la noche cañuelense, como Sheherezada, Aruba, Oasis, Leda y Baco. Este último, ubicado en Rivadavia entre Ameghino y Alem, fue un emprendimiento conjunto de Gustavo Bonavita, Pablo Garavaglia y “Rubito” Rodríguez.
De sus murales, uno de los más recordados estaba en la confitería Leda de 25 de Mayo y Libertad, donde hoy se encuentra Hueney. Era un dibujo enorme de la reina de Esparta seducida por Zeus convertido en cisne. Otro mural que aún existe, pero oculto, está en un local de lencería de Del Carmen 657. Se trata de una imagen de la imprenta de Gutenberg que pintó en 1972 cuando allí funcionaba el taller gráfico de Iturralde & Cariola. En la misma época un famoso comisario de Cañuelas le encargó un retrato de tamaño natural junto a su caballo para decorar el quincho familiar.
En el salón principal de la parrilla El Mangrullo, en la Costanera, dibujó una escena gauchesca y en una gran tintorería industrial de Mataderos, el proceso del teñido de telas en la Edad Media. Su mural más importante, que le demandó varias semanas, fue un diseño oriental que plasmó en un club sirio libanés de Palermo.
Si bien tenía bastante trabajo como letrista y pintor, reconoce que económicamente no daba “pie con bola” por lo que en 1984 decidió radicarse en Estados Unidos, donde logró la ansiada estabilidad. Contratado por una empresa de decoración, se especializó en revestimientos, empapelados y pintura decorativa.
Regresó al país en 2011 y desde entonces disfruta de su vida de jubilado en Cañuelas, sin darle demasiado crédito a su colorida historia. Aún hoy se resiste a ser considerado un artista. “Para mí -repite- era sólo un trabajo para ganarme unos pesos”.
Germán Hergenrether
Escrito por: Germán Hergenrether