A mediados del siglo pasado funcionó en Vicente Casares el Colegio Preparatorio San José, un establecimiento de la Congregación Pasionista dedicado a la escolarización de futuros sacerdotes. El imponente edificio colonial con forma de H se inauguró en 1943 y dejó de funcionar en 1959 por falta de vocaciones. Luego de pasar por diversas manos, en el inicio de la década del ´90 fue comprado por el multimillonario líder religioso surcoreano Sun Myung Moon.
Mientras que la capilla fue desmantelada, sobreviven las dos alas de la edificación erigida en medio de una frondosa arboleda de eucaliptos, cedros y casuarinas. Quedan muy pocos rastros de sus años de esplendor, cuando albergaba a estudiantes de todos los puntos del país que bajo un régimen de internado aspiraban a la vida sacerdotal. Hurgando en la biblioteca de la parroquia Santa Cruz de la ciudad de Buenos Aires y gracias al testimonio de un ex alumno, InfoCañuelas logró reconstruir sus orígenes.
En su libro “Los Pasionistas en Argentina y Uruguay, 100 años de historia”, Susana Taurozzi explica que el colegio fue impulsado en 1941 por monseñor Alberto Deane, máxima autoridad de la Congregación pasionista de la provincia de Buenos Aires. El objetivo era la construcción de un edificio “amplio, moderno, cómodo y apropiado” para la formación primaria y secundaria de los alumnos apostólicos, “en un ámbito rural, alejado del ruido y del tránsito”.
Para concretar el proyecto, en 1942 el Instituto Benévolo Educacionista y Misionero de San Pablo le compró un predio de 23 hectáreas a Haroldo Alberto Wilson Brown. Estaba ubicado contiguo a la estancia “Los Lagartos” de la familia Estrada, a 3,5 kilómetros de la estación ferroviaria de Vicente Casares.
La piedra fundamental fue bendecida el 29 de agosto de 1942 en tanto que el acto inaugural se realizó en abril de 1943. El nuevo edificio -que remplazó al Alumnato San Gabriel- tenía capacidad para 70 alumnos. Comenzó a funcionar con 33 bajo la dirección del padre Gerardo Pez.
En el colegio se cursaban los grados primarios y los seis años del bachillerato, con un régimen de internado. Alumnos, profesores, cocineros y personal de maestranza vivían en el establecimiento en forma permanente. En las fiestas de fin de año algunos visitaban a sus familias y luego se trasladaban a una propiedad de la Congregación en la localidad de Vela, partido de Tandil, o a otra situada en Capitán Sarmiento, donde pasaban las vacaciones de verano.
Los directores fueron los padres Gerardo Pez (1943-1956) y Pacífico Gasparrini (1956-1959).
Susana Taurozzi aporta otro dato: en la construcción colaboraron todas las asociaciones piadosas y familias vinculadas a la Congregación. La revista Santa Cruz inició una campaña para obtener fondos concientizando a los laicos de la importancia del emprendimiento y, una vez construido el colegio, se implementó una beca para solventar la educación de los aspirantes, muchos de ellos procedentes de familias humildes.
La Congregación Pasionista fue fundada en el siglo XVIII por el sacerdote italiano Pablo Francisco Danei Massari, quien se llamó a sí mismo Pablo de la Cruz. Desde un principio le imprimió a su comunidad una identidad misionera. Con el tiempo tomó el nombre de “pasionista” en consonancia con el encargo que la Virgen le hizo a Pablo: predicar la pasión de Jesucristo como “el don más maravilloso del amor de Dios, la fuerza que puede transformar al hombre y al mundo entero”. En la segunda mitad del siglo XIX la Congregación llevó el mensaje a diferentes países, entre ellos a Irlanda. Luego, esa corriente se trasladó a América y así llegó a Argentina.
En virtud de ese vínculo forjado en Europa la próspera descendencia irlandesa asentada en Arrecifes, Capitán Sarmiento, San Antonio de Areco, Carmen de Areco, Monte y en menor medida en Cañuelas no dudó en aportar fondos para la obra de Vicente Casares.
A pesar de su historia, de su origen comunitario y de su valor arquitectónico, el edificio no está formalmente incluido en la legislación de bienes culturales del partido de Cañuelas.
LA VIDA DIARIA
José Alfredo Brady -de sangre irlandesa como muchos de sus compañeros y maestros- ingresó al colegio preparatorio a fines de 1949.
En una entrevista con InfoCañuelas contó que el establecimiento contaba con su propia huerta y granja -a cargo de Césaro, un italiano muy laborioso-. “Teníamos vacas, ovejas, variedad de plantas frutales, abejas y una quinta en la que se producía mucho de lo que consumíamos. De vez en cuando se carneaba alguna oveja, pero por lo general la carne y el pan se compraban en el pueblo de Vicente Casares, en un par de almacenes que había a medio camino. Nosotros mismos hacíamos las compras. En el predio teníamos vacas lecheras y la leche que no utilizábamos se vendía a La Martona, que luego nos mandaba dulce de leche en potes de 10 kilos” rememora Alfredo.
Los alumnos dormían en un pabellón con capacidad para 30 ó 35 camas. En esa época no había luz eléctrica. Sólo contaban con un generador de 6 volts y después otro de 32 con batería, por eso la electricidad no se prolongaba más allá de las 21 hs. En forma rotativa tenían asignadas tareas de limpieza de los ambientes, pasillos y vajilla.
Entre los profesores había un pampeano llamado Santiago Garay, ex alumno salesiano, que dictaba varias asignaturas y tenía dominio del francés. Además era un hábil carpintero que solía hacer reparaciones. Napoleón Vega Rosas tenía a su cargo el dictado de álgebra, geometría y aritmética, mientras que el resto de las materias, entre ellas inglés y latín, la dictaban distintos sacerdotes.
Lo que más recuerda Brady es la hermosa capilla, construida en 1954 por el maestro mayor de obras Rosmelindo Guancialli y los hermanos albañiles Julio y Fermín Panontini, todos de Colonia Caroya. De allí provenía el padre Gerardo Pez y posiblemente esa sea la razón por la que decidió convocar a una cuadrilla de su confianza. En cuanto a Guancilli, se aquerenció de la zona: ni bien terminó la capilla se radicó en Tristán Suárez, donde abrió una fábrica de baldosas.
“La capilla se edificó estando yo como alumnos. Después vino gente que la pintó y pulió las baldosas. El altar era de material, de espaldas al pueblo, como se usaba antes del Concilio Vaticano. Había mayólicas en los costados, una de la Virgen Dolorosa y otra de San Gabriel. Arriba había un coro como para un órgano, que no llegamos a tener”.
En la memoria de Brady sobreviven las misas balsámicas pero también el temor que provocaban en el alumnado las feroces tormentas que solían desatarse. “En una oportunidad un rayo partió al medio un eucalipto. El latigazo pegó sobre el techo e hizo volar cuatro o cinco tejas”.
Brady era de San Antonio de Areco y uno de sus mejores amigos, de Arrecifes. Volver a sus hogares era una verdadera travesía que solían hacer juntos. Para las vacaciones se tomaban el tren que los dejaba en Plaza Constitución. Desde ahí se iban a Paternal, para visitar a unas tías. Tras esa escala familiar se iban a Plaza Once, donde se tomaban el Chevallier que los llevaría a destino.
En 1955, en plena efervescencia del conflicto entre Juan Domingo Perón y la Iglesia Católica, los chicos se quedaron “huérfanos” durante algunos días: en forma sorpresiva la policía se llevó al director y a tres o cuatro sacerdotes que quedaron detenidos en la Comisaría de Cañuelas. En ese interin gran parte del alumnado fue trasladado a una casa cercana, de la familia Brown, donde pernoctaban hasta que los clérigos fueron liberados.
La comunidad del colegio no vivía aislada, sino todo lo contrario. Era habitual que se armaran partidos de fútbol entre los chicos de Vicente Casares y los alumnos. En contadas oportunidades viajaban a Cañuelas. Brady lo hizo en 1955 cuando le tocó enrolarse. Aún conserva entre sus papeles la Libreta de Enrolamiento con la firma y sello de Pedro Peredo, el recordado escritor, actor, fotógrafo y director teatral cañuelense que por aquellos años era jefe interino del Registro Civil.
En otra oportunidad fue a Cañuelas por una contingencia muy dolorosa que caló hondo en la comunidad del colegio: la muerte del alumno Pedro Jesús Zárate. “Él estaba estudiando con nosotros no porque le interesara ser cura sino porque estaba becado para aprender algún oficio. En una oportunidad estábamos en un recreo, se tropezó y se golpeó en el estómago. Pedro tenía algún problema abdominal previo, lo cierto es que a raíz del golpe quedó internado en el Hospital de Cañuelas y a los pocos días murió. Fuimos todos al entierro en el cementerio de Cañuelas. Fue una situación muy lamentable. Los padres del chico, que era de las sierras de Córdoba, no pudieron venir. Eran tan pobres que ni siquiera pudieron costearse los pasajes”.
EL DECLIVE
A pesar de los esfuerzos por mantener el colegio plenamente operativo, el número de alumnos nunca sobrepasó los 30 iniciales. En 1953 el padre Provincial Ambrosio Geoghegan enviaba una carta a los superiores que denotaba su preocupación por el tema vocacional. En ella señalaba: “Quiero poner en su consideración un problema viejo y nuevo a la vez. Desde hace varios años el número de nuestros alumnos del Colegio Preparatorio San José se ha mantenido en un bajo nivel, por todos conocido. Un nivel que jamás podría proporcionarnos un número suficiente de religiosos para nuestra Provincia, que reclama aumento de personal a fin de hacer frente a muchas necesidades. Recuerdo a todos los religiosos que deben ocuparse positivamente del reclutamiento de nuestras vocaciones. Es incomprensible la inactividad en este campo de tantos religiosos, por otra parte tan activos”.
Como consuelo, Geoghegan advertía que “Aunque las dos terceras partes de los alumnos resolvían después de algunos años abandonar los estudios especiales de la carrera eclesiástica, han recibido allí una instrucción completa, moral y patriótica que los habilita para ganarse honradamente la vida y ser útiles a la patria. Colaboran los padres pasionistas en extender en el país una cultura superior, en la que el gobierno invierte cada año fuertes sumas de dinero. Otros seguirán el camino del noviciado en el retiro San Pablo”.
En 1959 el colegio contaba con sólo siete alumnos que debían prepararse para rendir las materias en el Colegio de los Hermanos Lasallanos, en Florida. Ese mismo año las actas del balance del Instituto informaban: “Este año resolvimos, por razones económicas, suspender el funcionamiento del Colegio San José de Vicente Casares”.
Las razones del cierre obedecían no sólo al bajo número de estudiantes sino al alto monto de los honorarios a profesores, exigidos por la Ley Civil. Con frecuencia se hacían actividades para ayudar a la economía del colegio, como la conferencia a beneficio que en 1949 brindó en Buenos Aires el intelectual católico brasileño Alceu Amoroso Lima (llamado Tristán de Athayde), pero nada era suficiente.
En 1963 el inmueble fue vendido a los padres salesianos. El dinero de esa operación fue invertido por los pasionistas en la construcción de una Residencia para el Estudiantado en San Miguel.
Hacia 1975 la comunidad salesiana -que no llegó a utilizar el predio más que para tambo y cría de ganado- se lo vendió a una cooperativa de crédito vinculada al Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos (IMFC), que estableció allí un centro recreativo para sus asociados. Los fines de semana se poblaba de familias que hacían uso de la arboleda, la pileta de natación y las canchas de fútbol. La capilla fue despojada de todos sus atributos religiosos y aprovechando su excepcional acústica, se utilizó para conciertos corales y actividades artísticas.
Entre 1978 y 1984, mucho antes de ser electo intendente municipal de Cañuelas, Héctor Rivarola, tuvo a su cargo la concesión de la cantina que atendía tanto a los visitantes habituals como a los equipos de fútbol de la zona sur (Lanús, Talleres, Los Andes o Temperley) que solían alquilar las instalaciones para hacer pretemporada o en vísperas de partidos importantes. La Sociedad Hebraica era otra de las entidades que utilizaba el lugar como recreo de sus asociados.
Con la irrupción del gobierno militar, José Martínez de Hoy decretó la prohibición de las cajas de crédito obligándolas a convertirse en bancos comerciales. A partir de 1979 el predio quedó en poder del nuevo Banco Credicoop hasta que una década más tarde fue comprado por el reverendo Moon y su esposa Hak Ja Han, la pareja surcoreana fundadora de la Iglesia de la Unificación, más conocida como “Secta Moon”, famosa por sus bodas masivas y su prédica anticomunista. Moon –cuyo culto fue legalizado en Argentina en 1981, en la última etapa del gobierno de facto– viajó varias veces al país para comprar tierras, especialmente durante el gobierno de Carlos Saúl Menem.
El inmueble fue inscripto a nombre de la Federación de Familias para la paz mundial, que desde entonces destina el lugar a retiros espirituales. Hace unos meses el mediático abogado Fernando Burlando lanzó desde allí su fallida candidatura a gobernador provincial.
Volviendo a don José Alfredo Brady, en 1956, al terminar sus estudios secundarios, se despidió de Vicente Casares. Al año siguiente ingresó al noviciado en el Convento de San Pablo, en Carmen de Areco. Estando allí se enteró de que el seminario menor había cerrado. Al poco tiempo abandonó su proyecto de ser cura. Tal vez la dificultad para aprender el latín fue el pretexto que esgrimió para volver al mundo. Comenzó a trabajar como distribuidor de chiclets Adams, se casó, formó una familia y actualmente vive en Temperley, el lugar desde donde siendo un niño hacía el trasbordo para llegar en tren a Vicente Casares.
Regresó en dos oportunidades al viejo establecimiento rural. La primera vez fue en 1972, mientras estaba a cargo de los salesianos. Encontró el edificio completamente deshabitado y el entorno deteriorado por el avance de las vacas y ovejas sobre el parque. La última visita fue en el nuevo siglo junto a cinco compañeros de estudios, casi todos convertidos en sacerdotes: Federico Soneira, Eugenio Delaney, Bernardo Hughes, Juan Ignacio Clarey y Raúl Merlo. Con toda la nostalgia a cuestas llegaron hasta la tranquera donde un cartel advertía que el predio era de Moon. Un casero los saludó y les permitió ingresar para tomarse unas fotos. Es el último recuerdo que guardan del colegio que los vio crecer.
Germán Hergenrether
Fuentes y agradecimientos
• “Los Pasionistas en Argentina y Uruguay, 100 años de historia”, Susana Taurozzi, 2006.
• Cristina Hereñú, secretaria Regional de los misioneros pasionistas de la Pcia. de Getsemaní.
• Marta Copetti, escritora y divulgadora de la historia de Colonia Caroya.
Escrito por: Germán Hergenrether