En la década del ´60 se afianzó la devoción popular por Ceferino Namuncurá, el “santito criollo”. En 1957 el papa Pío XII aprobó el estudio de la causa de beatificación abriendo el camino para que la Argentina tuviera el primer argentino elevado a los altares.
En ese contexto el director argentino Máximo Berrondo decidió filmar “El milagro de Ceferino”. Estrenada el 17 de junio de 1971, narra la curación milagrosa de un hacendado ciego tras los rezos de su esposa india Anahí, fiel devota de Namuncurá.
La película -con el aporte del sacerdote salesiano Dr. Raúl A. Entraigas como asesor histórico- se basa en el radioteatro homónimo de Adolfo Marzorati y Nélida Ortiz de Aguilar (fue guionista de la película con el seudónimo de Nélida Mendoza) que comenzó a trasmitirse en 1963. Sus protagonistas fueron Nelly Ortiz, Lucerito Aguilar, Jorge Edelman, Adolfo Marzorati, Zulma Laurens y Maximino Estigarribia como Ceferino.
Tal vez por la escasa experiencia de Berrondo en dirección cinematrográfica el film tuvo una discreta recepción de la crítica. Incluso Atahualpa Yupanqui brindó su cruda opinión antes del rodaje: “Ya le escribí a Berrondo acerca de mi impresión de su libro del film. Puse mesura, aunque digo lo que pienso. Después de leer mucho a Lorca, a Ionesco, a Oscar Wilde, a Sartre, esto de leer ordinarieces en criollo me resulta insólito. Sostengo que no puede ser. El arte precisa un lenguaje” se lee en “Cartas a Nenette” (Víctor Pintos, 2001), la compilación de la correspondencia que Yupanqui mantuvo con su esposa.
Más allá de la calidad de la película, es un verdadero documento que guarda imágenes únicas sobre el Uribelarrea de fines de los años ´60 y sus habitantes. En la cinta se puede ver las calles del pueblo, la estación, la plaza Centenario, la cancha de paleta, los corrales del Colegio Don Bosco y el establecimiento apícola El Chelibo.
En el viejo cementerio, hoy abandonado, se observa una ceremonia de entierro, con una bella fotografía del espacio. Hay varios vecinos como extras y el padre Domingo Chiófalo encabezando la inhumación. En los jardines del Colegio se lo ve caminando al recordado sacerdote salesiano Leopoldo Rizzi (más conocido como el “cura gaucho” por su costumbre de predicar con fragmentos del Martín Fierro), junto al monumento a Ceferino, inaugurado en 1952.
Otra de las escenas transcurre en el bar “El Argentino” de Oscar Parra con la participación de varios vecinos como parroquianos, entre ellos Tito Verón, Yuyi Rivas, Alberto Córdoba y Ángel Gerez.
En los títulos quedó plasmado el agradecimiento de los productores al Colegio Don Bosco, la familia Sabelli (El Chelibo), Amanda Díaz de Lavin, Francisco Cejas, Oscar Parra, Dr. Horacio Gianni Herminio Balda y comunidad de Uribelarrea “por su generoso aporte”.
La elección de Uribe como locación de esta película no fue casual, ya que Ceferino estuvo al menos en tres oportunidades en el Colegio Don Bosco entre 1898 y 1902, antes de su viaje a Italia, donde fallecería de tuberculosis a los 18 años.
“Al terminar sus estudios primarios en el colegio Pío IX de Almagro, Ceferino expresa el vehemente y decidido deseo de ser sacerdote para anunciar el Evangelio a sus paisanos (...). Lamentablemente, junto con tan altas ambiciones, la salud del adolescente mapuche iba desmejorando. Inútil resultó que lo llevaran un tiempo a la escuela de agricultura que los salesianos tienen en Uribelarrea para que el aire puro lo tonificara. Por eso en 1903 monseñor Juan Carlos Cagliero decide llevarlo nuevamente al sur, a Viedma” describe Néstor Noriega en su semblanza sobre Namuncurá (2007).
En una de esas visitas de cuatro meses llegó a conocer a Miguel Antonio Nemesio del Corazón de Jesús de Uribelarrea Fernández Dozal, el hacendado que donó las 200 hectáreas donde se asentó la congregación salesiana. Cuenta Manuel Gálvez en su libro “El santito de la toldería” (1947) que mientras los demás chicos se aburrían de los relatos de don Miguel Nemesio, “sólo Ceferino lo escucha con atención, por lo cual Uribelarrea le toma simpatía”.
“Sus virtudes asombraron a sus compañeros del colegio salesiano. Para muchos de ellos ´el príncipe indio´ era un pequeño Dios. Ceferino ignoraba la admiración que tenían por él. Su humildad crecía al igual que su saber y entender”, añade Francisco Tallarico Frontera en otra biografía de 1967.
Germán Hergenrether
Escrito por: Germán Hergenrether