En 1910, cuando la Argentina celebraba el centenario de la Revolución de Mayo, el ingeniero Jorge Newbery (1875-1914) voló en globo aerostático sobre los campos de Cañuelas en al menos dos oportunidades.
Realizó el primer vuelo el 6 de enero de 1910 desde la quinta “Los Ombúes” de Ernesto Tornquist (manzana comprendida por las calles Luis María Campos, Olleros, Villanueva y Gorostiaga, en el barrio de Belgrano) hasta la estancia “San Martín”. Lo hizo a bordo del esférico bautizado “Patriota” con el que remplazó al “Pampero”, perdido en un accidente en el que fallecieron su hermano Eduardo y el sargento José Eduardo Romero.
En esa ocasión lo acompañaron en la barquilla el escritor Julio Argentino Quesada y el ingeniero Alejandro R. Amoretti. Tras cuatro horas de permanencia en el aire, aterrizaron sin novedad en la estancia de Vicente Casares, cuna de la industria lechera nacional.
El segundo vuelo tuvo lugar el 27 de noviembre del mismo año desde la base de El Palomar. Luego de descender en los alrededores del pueblo de Cañuelas Newbery fue despedido en la estación ferroviaria donde tomaría el tren de regreso a Constitución.
Esas dos travesías están recopilados en el libro “Jorge Newbery y el legado de su genio luminoso” publicado en 1988 por Roberto Carlos Castelli y Vicente Bonvissuto. El libro reproduce una poética descripción de Quesada -escritor, periodista, conferencista- acerca de lo que fue su vuelo de bautismo en un aerostato:
“Jorge Newbery poseía un maravilloso y cautivante don de gentes y como tal, de mando. Sabía llevar a los hombres a los lugares más difíciles y peligrosos, y cuando él decía que había que hacer tal o cual cosa nadie lo contradecía, porque subyugaba con su permanente sonrisa, su decir tan cautivante y la gracia de su gesto.”
“Yo fui un lugarteniente de su engrandecida personalidad y obedecí siempre sus instrucciones, e hice bien porque me convenía, ya que Jorge hacía siempre bien las cosas. Él supo en toda hora aventar el temor o quitar la venda de los ojos a quien como yo, neófito en 1910, dejamos ese temor”
“Fui bautizado en el aire con una copa de champagne, puesto de rodillas sobre una bolsa de arena en la barquilla del globo y colocado por él bajo la protección de Ícaro, volando a 1.200 metros sobre la estancia San Martín en Cañuelas, durante una ascensión realizada en el día de los Reyes Magos, del año de nuestro Centenario patrio. Y me dijo así: 'neófito Quesada, que Ícaro dios del aire te proteja y cuide tu valiosa vida en los aires. Quedas pues, con este champagne con que te bautizo al derramarlo sobre tu cabeza, consagrado aeronauta. ¡Ya no eres más neófito!´. Me abrazó efusivamente y me besó como colega”.
“Era una máquina humana con un dinamismo tal que no se concibió nunca a Jorge Newbery como un aletargado o apelmazado, porque era un militante de la acción cuyo norte era la actividad y su placer el deporte”.
Sobre el segundo vuelo, Castelli y Bonvissuto relatan los siguientes pormenores:
“En la mañana del 26 de noviembre Jorge tuvo un motivo muy particular para permanecer un par de horas en su hogar, por cuanto Jorge Wenceslao, su hijito, cumplía ese día su primer año de vida. Apenas el niño despertó, Jorge lo levantó en sus brazos y después de besarlo lo pasó a los de su esposa Sarah, que contemplaba la escena”.
“Antes de salir con destino a sus obligaciones, Jorge le preguntó a Sarah cuándo iría “con el pibe” a verlo volar, y en el “veremos” de ella creyó adivinar su asentimiento. Al otro día, desde muy temprano, Jorge estuvo preparándose para partir con el globo “Eduardo Newbery” hacia el destino indeterminado que prometía cada ascensión, pero esta vez todo fue distinto porque desde tierra lo despedían Sarah y su hijito. Dos horas y diez minutos después de su partida, Jorge aterrizó en Cañuelas y regresó a la Capital Federal con el primer tren”.
Esta breve reseña está acompañada por una fotografía de Newbery en la estación de Cañuelas en la que se aprecia una pequeña reunión de vecinos y empleados ferroviarios que se acercaron para despedirlo.
Un detalle al margen: en esos días Newbery realizó una ascensión desde La Plata con arribo a Temperley, acompañado por su amigo, el diputado socialista Alfredo Palacios.
“EL LOCO DE LOS GLOBOS”
Jorge Alberto Newbery nació en Buenos Aires el 27 de mayo de 1875. Su padre era Rodolfo Newbery, un dentista norteamericano nacido en Nueva York en 1848 que integró el ejército federado de Abraham Lincoln en pro de la abolición de la esclavitud. Padre de 12 hijos y amante de la aventura, murió en Tierra del Fuego en 1906, adonde había viajado en busca de oro, más por su carácter intrépido que por afán de lucro.
Desde su adolescencia Jorge se mostró internado por la ciencia y la mecánica, por lo que en 1891 su padre lo envió a Estados Unidos para estudiar ingeniería en la Universidad de Cornell y luego en el Drexel Institute de Filadelfia, donde tuvo como profesor a Thomas Alva Edison.
En 1895 regresó a la Argentina con el título de Ingeniero Electricista. Ingresó como electricista en la Armada Nacional y en 1900 se convirtió en director General de Alumbrado de la Municipalidad de la Capital, cargo que mantendría hasta su muerte. En 1904 fue designado profesor de Electrotecnia en la Escuela Industrial de la Nación.
En París, donde realizaba investigaciones de laboratorio sobre la lamparita eléctrica, conoció a Alberto Santos Dumont, el precursor brasilero de la aerostación y la aviación. En ese mismo año, 1907, Aarón Anchorena regresó desde París a Buenos Aires con su globo Pampero y encontró en Newbery el perfecto colaborador para iniciar la aventura del aire.
“El anuncio de la excursión aérea conmueve a los porteños. El primer ascenso se fija para el 24 de diciembre. Y el punto de partida: la Sociedad Sportiva Argentina. Pero después de cinco horas procurando inflarlo el globo no alcanza la mitad de la tensión por carecer el gas de la presión necesaria. Pero arriba el instante histórico. La Navidad de 1907. Ya están Jorge y Aarón en la barquilla. El ingeniero viste un traje oscuro y cubre su cabeza con un rancho de paja. Así lo recogería la fotografía junto a Anchorena, que lleva gorra, en el instante de la partida memorable. El Pampero remonta con suavidad y toma altura rumbo al norte. En pocos minutos se pierde tras la línea de los árboles de la planicie y se convierte en una mancha, luego en un punto cada vez más pequeño en el cielo. Al anochecer, desde Conchillas (territorio uruguayo) llega un telegrama de los protagonistas: ´Espléndido viaje. Bajamos con todo éxito en el departamento de Colonia´. El primer paso está dado. La ciudadanía, que sabe valorar el heroísmo y el desinterés, cierra filas en torno al monumental esférico y le presta con su presencia y su entusiasmo el apoyo moral que demanda el naciente deporte-ciencia”
A partir de esta experiencia, volar se convierte para Newbery en una pasión desenfrenada. Se entusiasma a sí mismo y a los demás, entre ellos a su hermano Eduardo, también dentista como su padre, quien tras obtener la licencia de piloto el 17 de octubre de 1908 partió en el Pampero en su ascenso número 10. Como su acompañante y amigo Tomás Owen no llegaba a la cita, un suboficial del Ejército, el sargento Eduardo Romero, decidió acompañarlo. El Pampero ascendió y se perdió rumbo al sur. Pasaron los días y no hubo noticias del globo ni de sus tripulantes, que jamás fueron encontrados, lo que se transformó en la primera tragedia de la aviación argentina.
El incidente provocó un desbande de muchos entusiastas y Jorge Newbery se quedó prácticamente solo, pero no bajó los brazos. Inmediatamente compró el globo Patriota con el que el 24 de enero de 1909 realizó un vuelo de casi cinco horas aterrizando en Marcos Paz. El 27 de diciembre de 1909 el llamado “Loco de los globos” en su esférico “Huracán” (que luego dio nombre al club de fútbol) batió el record de duración y distancia al unir el barrio de Belgrano con la localidad brasileña de Bagé.
En 1911 batió otro récord de distancia al cubrir el trayecto Belgrano - Bahía de Samborombón - Maciá (Entre Ríos) 660 kilómetros. El 5 de noviembre de 1912 realiza su último vuelo oficial en globo estableciendo un nuevo record sudamericano, esta vez en altura, al alcanzar los 5.100 metros.
A lo largo de tres años realizó un total de 40 ascensiones, entre ellas las de Cañuelas de 1910. En ese mismo año se interesó por los vuelos mecánicos en aeroplanos. En junio se convritió en el octavo argentino en obtener el diploma de piloto otorgado la Federación Aeronáutica Internacional.
A partir de ese momento comenzó a rumiar la idea de cruzar la cordillera de los Andes para lo cual tenía que sobrepasar los cinco mil metros. El 10 de febrero de 1914 batió el record de altura al alcanzar los 6.225 metros y eso le dio la tranquilidad de la que la hazaña era posible. El primer domingo de marzo de 1914, mientras se encontraba en Mendoza preparando ese desafío, aceptó el convite de varias damas que querían verlo volar. Al iniciar un looping el avión cabeceó de manera anormal movido por alguna ráfaga y se precipitó a tierra.
El país entero lloró su muerte. Sin quererlo y sin proponérselo, Newbery se había convertido en el primer ídolo popular de la Argentina. Hasta ese momento los ídolos eran dirigentes políticos representativos de facciones, pero Newbery se transformó en hombre querido por todos. “Llegó a representar para el pueblo argentino un ser sobrenatural. Cada vez que llegaba a la Sportiva para emprender un vuelo en globo, la multitud se apiñaba a contemplarlo como un éxtasis. Los chicos daban vueltas a su alrededor, las mujeres de dedicaban sus miradas más desfallecientes, los hombres su admiración más encendida. Newbery, el impávido conquistador del espacio, expresaba el arrojo y el coraje. Con su eterna sonrisa, con su desplante de varón recio que salía a lo alto a tutearse, a conversar mano a mano con los dioses”.
Germán Hergenrether
Fuentes:
• Jorge Newbery, el conquistador del espacio, Raúl Larra, 1975.
• Jorge Newbery, el fundador. Instituto Argentino de Historia Aeronáutica, 1976.
• Jorge Newbery y el legado de su genio luminoso, Roberto Carlos Castelli y Vicente Bonvissuto, 1988.
• Más liviano que el aire, Nelson Montes Bradley, 2007.
Escrito por: Germán Hergenrether