22 de noviembre. Cañuelas, Argentina.

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José Penna, de médico rural en Cañuelas a pionero de la lucha contra las pestes

Uno de los más importantes higienistas del mundo y fundador de la epidemiología argentina inició su carrera en Cañuelas en 1879.

Dr. José Penna.

Dr. José Penna.

“Callarse la boca cuando una enfermedad grave se expande por el país, es un crimen. Equivale a no dar gritos de alarma si vemos que un hombre desnuda su cuchillo para matar a otro por la espalda”.

La frase, escrita en un cartel por el Dr. José María Penna, fue un juramento de vida que marcó su camino a lo largo de más de 40 años de lucha contra las enfermedades infecciosas, tanto desde la medicina como desde su banca de legislador. 

No hay certeza sobre la fecha y lugar de su nacimiento (algunas fuentes aseguran que fue el 5 de abril de 1855 en Buenos Aires; otras que fue el 7 de abril en Bahía Blanca). Era el único hijo de doña Ana de Ferrari y del coronel italiano Juan Penna, integrante de la logia masónica, orden a la que José también se incorporó en 1897.

Durante todos sus estudios en el Colegio Nacional de Buenos Aires trabajó como empleado en una herrería. Ingresó a la Faculta de Medicina en 1873 y siendo estudiante colaboró en la lucha contra la epidemia de cólera que azotó a Buenos Aires.

Penna diputado y funcionario de Salud. Fotos: Caras y Caretas.

Se recibió de médico en 1879 y ese mismo año se instaló en Cañuelas, en una casa de Av. Libertad al 300 con el objetivo de ejercer como médico rural. En 1881 fue nombrado miembro presidente del Consejo Escolar y en 1882 fue presidente de la Sociedad Italiana de Socorros Mutuos de Cañuelas.

La llegada de Penna a nuestra ciudad coincidió con la apertura del nuevo cementerio municipal, que hasta 1878 había funcionado en el predio de la calle Del Carmen entre Matheu y Larrea, donde luego se fundaría el estadio “El Cajón” del Cañuelas Fútbol Club.

En esos años, antes de la teoría microbiana, se creía que el miasma (efluvios fétidos) de los muertos por enfermedades como la fiebre amarilla podía contagiar a la población circundante. Por impulso del Dr. Manuel Acuña –primer médico con título universitario que ejerció en estos pagos– el camposanto fue trasladado a su actual ubicación en la Ruta 205, a casi 3 kilómetros (en línea recta) de la plaza San Martín, del lado opuesto de donde soplan los vientos predominantes para evitar de este modo que el aire transportara el vaho de los cadáveres hacia el ejido urbano. 

En mayo 1882 Penna decidió regresar a Buenos Aires, muy afectado por la muerte de su esposa Lola de Tezano, de 25 años, como consecuencia de un derrame cerebral. Entonces fue reemplazado por el joven colega Felipe Basavilbaso.

El 23 de diciembre de 1882, con sólo 27 años y una hija pequeña a la que cuidar, en medio de la epidemia de viruela, se encargó de conducir la recién creada Casa de Aislamiento (hoy Hospital Muñiz) donde trabajaría durante más de 30 años. Allí se alojaba a los infectados de fiebre amarilla, cólera, viruela y otras “pestes”. El lugar rápidamente colapsó por lo que Penna redobló esfuerzos para atender a sus pacientes, haciendo de la Casa de Aislamiento su propio hogar, exponiendo su vida a los contagios. 

Los niños enfermos en la inauguración de la escuela que funcionó dentro de la Casa de Aislamiento. Abajo: el personal de la institución.

El 17 de noviembre de 1883, el diario La Nación publicó un artículo que resume la valía del médico sanitarista: “Como lo anunciamos ayer en última hora existe en esta ciudad un enfermo de fiebre amarilla. Es un fogonero del vapor español Solís, llamado Vergara. El Solís llegó a nuestro puerto el 1º del corriente procedente de Marsella, habiendo hecho escala en el puerto de Río de Janeiro el 18 de octubre. Informado, el Intendente Municipal hizo reconocer al enfermo por la Asistencia Pública, a cuyo Director Dr. José María Ramos Mejía, le ordenó lo internara a seis u ocho leguas de la ciudad y de la costa. Se colocaron guardias de vigilante en las puertas del Hospital Español, impidiéndose la entrada y salida del establecimiento, trasladándose ayer a las 12.30 al enfermo a un terreno del Sr. Aldao, llamado Los Olivos, situado a espaldas de la quinta de Casares y próximo a los hornos del Sr. Francisco Marditich. El enfermo, acompañado del Dr. Penna, salió del hospital en una ambulancia en la cual iban la cama y los objetos usados por Vergara durante la enfermedad. En el paraje indicado, el comisario Fernández había hecho armar dos carpas de 4 por 2,5 varas, en una de las cuales fue colocado el enfermo, instalándose en la otra el Dr. Penna”. 

Conmovido por el triste porvenir de los niños con escrofulosis, tisis, conjuntivitis granulosa o tiña, muchas veces huérfanos o abandonados por sus padres, en 1901 inauguró una escuela que funcionó dentro de la misma Casa de Aislamiento donde eran tratados de su enfermedad.

DEL POLVO VIENES Y EN POLVO TE CONVERTIRÁS

1901: visita del intendente Adolfo Bullrich a la Casa de Aislamiento.

El 26 de diciembre de 1884, en la Casa de Aislamiento, Penna cremó al inmigrante Pedro Doime, víctima de fiebre amarilla: fue la primera incineración cadavérica de la Argentina moderna.

Al impulsar la cremación como práctica sanitaria Penna se enfrentó a una arraigada tradición de la Iglesia Católica que el Vaticano sigue defendiendo hoy día. Tanto es así que en Ad resurgendum cum Christo, documento emitido en 2016, se sostiene que “la Iglesia recomienda insistentemente que los cuerpos de los difuntos sean sepultados en los cementerios u otros lugares sagrados” ya que “Enterrando los cuerpos de los fieles difuntos, la Iglesia confirma su fe en la resurrección de la carne, y pone de relieve la alta dignidad del cuerpo humano como parte integrante de la persona con la cual el cuerpo comparte la historia”.

Lejos de la religión, Penna tuvo una actuación descollante en la epidemia de cólera de 1886-1887 al poner en práctica el aislamiento de los enfermos apartados de los habitantes sanos; y la cremación de los fallecidos con el fin de evitar la diseminación de los gérmenes. 

Entre 1894/1895 se produjo un rebrote de Cólera que encontró a la ciudad de Buenos Aires más preparada gracias a las prácticas higienistas impulsadas por Penna. En 1896 fue el primero en detectar un brote de fiebre amarilla, tomando la rápida decisión de aislar a los enfermos para evitar males mayores.

DOCENTE, LEGISLADOR Y FUNCIONARIO PÚBLICO

Penna sale del Congreso luego de informar sobre la licencia otorgada al presidente Roque Sáenz Peña por razones de salud. Foto: Caras y Caretas.

Al margen de su actividad como médico, desde 1885 fue profesor de Patología y Clínica Epidemiológica en la Facultad de Medicina. Presidió la Academia Nacional de Medicina e integró la Academia de Río de Janeiro y la Sociedad Médico-Práctica de París.

Durante su gestión como director de la Asistencia Pública, iniciada en 1906, se proyectaron los hospitales Alvarez y Piñero y se seleccionaron los terrenos en los que se erigiría el Hospital Durand. 

En 1911 sucedió al doctor Carlos Malbrán en el Departamento Nacional de Higiene. Desde ese cargo impulsó el Instituto Bacteriológico y el de Química; perfeccionó los servicios de Sanidad Marítima; tomó medidas referentes a la higiene de los alimentos, especialmente los productos lácteos; e impulsó dispensarios para lactantes e institutos de puericultura que bajaron notablemente los índices de mortalidad infantil.

Dada la trascendencia pública que había logrado como médico e higienista, fue propuesto para diputado nacional por la provincia de Buenos Aires acompañando a Roque Sáenz Peña, de quien fue médico personal.  Electo, ocupó una banca en el Congreso de mayo de 1910 hasta el 30 de abril de 1914. En la Legislatura presentó proyectos que luego se convirtieron en ley, como la 11.359 de Defensa contra la Lepra; la Ley de Vacunación Antivariólica; la Ley de Profilaxis del Paludismo; y la Ley de Desinfección y Profilaxis de los Ferrocarriles.

En 1916 impulsó la venida al país del bacteriólogo Rudolf Kraus, con quien se formarían Bernardo Houssay, Salvador Mazza y Angel Roffo.

Penna (en el centro) junto a alumos y colegas. Foto archivo Universidad de Buenos Aires.

Publicó libros que en su momento adquirieron trascendencia: “El cólera en la Argentina”, La viruela en América del Sur”, “Atlas Sanitario”, “La Cremación”, “Administración Sanitaria y la Asistencia Pública de Buenos Aires”, entre otros. 

Una anécdota sostiene que colaboró en el surgimiento de River Plate. Siendo director de la Casa de Aislamiento autorizó a un empresario de Obras Públicas que construía entonces algunos pabellones del hospital para que construyera una casilla en la primitiva cancha de River ubicada del lado este de la Dársena Sud del puerto de Buenos Aires.

Falleció el 29 de marzo de 1919, a los 63 años, cuando asistía a una paciente en su domicilio. En su testamento pidió ser cremado y que sus restos “fueran encerrados en un modesto ataúd de pino, semejante a esos que en los anfiteatros hemos visto conteniendo seres anónimos”. Siguiendo su deseo, fue cremado en el Crematorio del Cementerio de la Chacarita que él propuso crear, y luego depositado en el nicho de difuntos anónimos.

Al despedir sus restos, Emilio Coni, Presidente de la Asociación Médica Argentina, lo calificó como “El primer epidemiólogo de la América Latina” y predijo que la Casa de Aislamiento llevaría su nombre. No fue así, pero en los terrenos del Hospital Muñiz se levanta una estatua en su memoria, realizada por el escultor J. Lettoria en 1931. La Municipalidad de la ciudad de Buenos Aires honró su memoria dando su nombre al Hospital de Agudos. En Cañuelas no hay calles ni espacios públicos que lo recuerden.

En Europa su nombre es familiar en el Instituto Pasteur, pues a él se debe el “tratamiento con dosis masivas de suero” para el tratamiento de la peste bubónica, método que ha salvado muchas vidas.

En estos tiempos de incertidumbre global por el impacto del Coronavirus, el coraje de médicos como el Dr. Penna, incansable luchador contra la enfermedad a pesar de los escasos recursos de su época, debería ser un faro para la medicina y la clase política. 

Un jocoso anónimo publicado en la revista Don Quijote en 1884 da cuenta no sólo de la angustia social por las epidemias sino de las esperanzas puestas en sus métodos pioneros.

¿Concluirá el flagelo Doctor Penna,
concluirá el flagelo en Buenos Aires?

¿Cuándo terminará, Doctor Susini,
el temor de que el bicho nos agarre?
Si es cierto que se achica algunos días
otros se agranda, como ustedes saben,
y va haciendo su agosto poco a poco
entre tira y afloje, el muy tunante
costándonos pagar al Doctor Penna
cada mes setecientos nacionales,
y los otros doctores a doscientos
según datos de un Vírgula atorrante.

Con febril ansiedad todos los días
busco en la prensa por mañana y tarde
la sección que da cuenta del flagelo
sección que se titula… ¡oh disparate!
“Boletín sanitario” cuando deben
darle el nombre, según mi pobre alcance
de “Boletín de casos de epidemia”
o “Boletín de gente con calambres”.

Cuando esa lista tétrica repaso
con lo que más mis nervios se contraen,
es porque firma el boletín: Pillado
y me creo pillado ¡voto al Draque!
Pillados creo a los que están en lista
y pillado me creo en todas partes
¿Cómo al tal Pillado no le pilla
el microbio teniéndolo a su alcance?
¡Misterio son! Sin duda lo respeta,
para que gane muchos nacionales.

Pero con tanto hablar perdí el discurso,
el hilo… y divagué por andurriales.
Yo quería saber del Dr. Penna
qué día, con la música a otra parte,
se irá el bicho enemigo de la higiene
que hasta entró en la mansión del Dr. Juárez
y al subir don Miguel de Presidente
subió con él a presidir en martes.

Doctor Penna ¡señor! Haga el servicio
Ud. que está en contacto a cada instante
con el microbio ruin, de repetirle,
que ya nos deje en paz y que se marche.

Germán Hergenrether

Escrito por: Germán Hergenrether