Cañuelas fue escenario de varias historias vinculadas a la temática de los ovnis. Una de las más difundidas es la de la “Clínica Extraterrestre” que funcionó entre 1973 y 1976 en el km. 77 de ruta 3 bajo la dirección de Carlos Jerez, un falso médico oriundo de Baradero decía aplicar un exitoso tratamiento contra el cáncer, inspirado en tecnología marciana. O en tiempos más recientes, los círculos de pasto quemado que aparecieron en un campo de Uribelarrea.
Unos años antes de estos episodios que acapararon la atención de la prensa hubo otro, no menos pintoresco pero ya olvidado. Fue protagonizado por el carpintero Michel (Miguel) Bitschko, un inmigrante austríaco nacido en Talgau que llegó a la Argentina en 1949, siendo un niño. Desde muy joven trabajó en la carpintería de Noseda, donde se destacó como fino ebanista.
El caso fue publicado por el periodista Américo Barrios el sábado 19 de octubre de 1968 en su columna “Extraño, muy extraño” del diario Crónica.
Miguel Bitschko es un ciudadano que vive en Cañuelas. Había escuchado hablar de platos voladores y los había visto fotografiados en los diarios. También se había preguntado: “Los marcianos, ¿son buenos o malos?” Pero jamás se hubiera atrevido a pensar que un día iba a toparse con un marciano para tener una respuesta más positiva. Una vez había visto pasar un objeto luminoso por el cielo, en una noche de 1961, y él, como los amigos que lo acompañaban, quedaron absortos. Pero conocía la existencia de los satélites artificiales, y terminó creyendo que se había tratado de uno de éstos.
El 6 de agosto del corriente año, Miguel Bitschko estaba en su casa, en la calle 25 de Mayo, entre San Vicente y Azcuénaga, de Cañuelas. Se había dormido. Se despertó a las 2 de la madrugada, rodeado de una intensa luminosidad. No atinaba a comprender de qué se trataba. Se levantó y salió al patio de la casa. Contó a Osvaldo Lanfranchi que quedó paralizado por la sorpresa, porque al fondo, en los terrenos de Noseda, había un plato volador. Parecía un disco, un plato sopero dado vuelta, con una cúpula con luz roja que giraba como la que llevan los coches patrulleros de la policía. El platillo tendría unos 5 metros de diámetro y estaba suspendido sobre el suelo, posiblemente poco menos de un metro.
Todavía creía Miguel Bitschko que estaba soñando. En seguida se descolgó una escalerilla, por donde descendió un “hombre” de unos 2 metros de estatura. Tenía una brillante escafandra en la cabeza, y todo el cuerpo con un mameluco apretado, metálico, brillante. Del interior del plato volador salían luces de todos los colores, como un desmenuzamiento del arco Iris. La cúpula, de luz roja, seguía girando. El plato volador emitía un zumbido agudo.
Toda la atención de Miguel Bitschko estaba puesta en el gigante que comenzó a avanzar por el terreno de Noseda y, tal cual lo hubiera hecho una persona, pasó un alambrado y después otro. Miguel Bitschko había oído decir que la presencia de platos voladores y marcianos producía terror en los animales, que lo ponían en evidencia con una inquietud bien ostensible. Sin embargo, el gigante, que avanzaba como una sombra hacia Miguel Bitschko, pasó junto a la casilla del perro, y éste permaneció inmóvil, como si no hubiese visto nada, ni hubiese sentido ningún olor extraño, ya que es sabido que el olfato pone en guardia a los perros, que se sobresaltan y ladran ante la proximidad de los desconocidos. Y ése era un perro guardián.
El plato volador emitía el zumbido de moscardón persistente, obstinado, y en ningún momento dejó de ser escuchado. Tampoco eso inquietó al perro. El gigante caminaba con desenvoltura, directamente hacia Miguel Bitschko, pero súbitamente se detuvo. ¡En ese momento había visto al hombre! Antes, no. Miguel Bitschko vivió, entonces, el instante más dramático de su vida. ¡Ahora sabría si el marciano es malvado o bondadoso! Tendría la respuesta, y podría ser trágica.
El gigante estuvo como observándolo. Miguel Bitschko sólo veía su escafandra y el cuerpo cubierto de la ajustada vestimenta, como metálica y reluciente. El gigante dio media vuelta, silenciosamente, sin brusquedad alguna, y rehizo el camino de regreso. Volvía al plato volador, en el cual se introdujo después de trepar por la escalerilla. En forma absolutamente vertical el disco ascendió a velocidad vertiginosa hasta desaparecer. Siguió viendo sus colores y oyó por algún tiempo el zumbido agudo...
Miguel Bitschko, prudentemente, dice: “Ese marciano era bondadoso. Al menos no quería hacerme daño. Comprendí que, tal vez, me tuvo miedo. Entonces, ¿no sabía él cuánto miedo le tenía yo?”
Américo Barrios finaliza su crónica con un interrogante metafísico sobre el modo en que se manifestaría el miedo en distintas civilizaciones. “Ese marciano era bondadoso...” ¿Y los restantes? Pero, ¿tuvo realmente miedo el gigante? Si hubiese tenido miedo habría corrido para ponerse a salvo. ¿O el miedo, en otros mundos, es diferente al miedo de los humanos? En tal caso, también los peligros para los marcianos serían diferentes a los que nos acosan en la Tierra.
Américo Barrios –seudónimo de Luis María Albamonte (1911-1982)– fue un popular escritor y periodista argentino nacido en Chabás, provincia de Santa Fe. Durante cuatro décadas integró el staff del diario Crónica y en sus últimos años de vida dirigió el semanario sensacionalista Flash. A la par de su labor en el periodismo gráfico, radial y televisivo, fue secretario privado del general Juan Domingo Perón en el exilio.
En los ´60 se apasionó por la temática de los platillos voladores que desarrolló en su columna Extraño, muy extraño, en la que unía su vocación por el periodismo, la literatura y la ciencia ficción.
Escrito por: Germán Hergenrether