22 de noviembre. Cañuelas, Argentina.

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Zapatería La Mundial: los 70 años de un comercio fundado por tres laburantes italianos

Surgió en 1953 de la mano de Blas, Salvador y Domingo Garaffa. En sus inicios fue un taller de reparación. Aunque afectado por la pandemia, el comercio se mantiene vigente.

Los fundadores y Gabriel Garaffa en 2007. Archivo.

Los fundadores y Gabriel Garaffa en 2007. Archivo.

En Cañuelas quedan muy pocos comercios que superan el medio siglo y uno de ellos es la Zapatería La Mundial, en Del Carmen 632. Cualquiera que haya advertido su fachada sencilla difícilmente podrá imaginar que detrás de esa vidriera repleta de sandalias, mocasines, alpargatas y zapatillas económicas se esconde una historia de 70 años de trabajo constante y abnegado.

La zapatería es el resultado del esfuerzo asociado de los hermanos Blas (cumplirá 80 años el próximo 28 de enero), Salvador (86) y Mingo Garaffa (fallecido en diciembre de 2021 a los 87 años). Llegaron a Cañuelas el 1 de enero de 1953, fecha que se puede considerar como el inicio de su oficio de zapateros en el distrito.

En rigor, el primero en llegar fue el padre de ellos, Gregorio Annunziato Garaffa. Arribó al país el 7 de octubre de 1950 en el vapor Tucumán procedente de Génova. Ayudado por su cuñado, el constructor Francisco Fiumara, de inmediato comenzó a trabajar en Casa Roma, la fábrica de calzado y zapatería más importante de la época. Al cabo de un año logró independizarse y abrir su propio taller en un garaje que le alquiló a Carlos Roselló Puig, en Lara 950. 

Nacido en Laureana di Borrello, en la región de Calabria, Gregorio –el “calzolaio” (zapatero) del pueblo– se había casado con María Annunziata Fiumara, oriunda de la vecina comuna de Serrata, distante unos 8 kilómetros. Tuvieron cinco hijos: Mima, Lina, Blas, Salvador y Domingo. Como muchos europeos empobrecidos por la tragedia de la guerra Garaffa escapó de la hambruna buscando prosperidad en Argentina y una vez conseguida cierta estabilidad, se ocupó de traer a su familia.

Gregorio Annunziato Garaffa, oriundo de Calabria.

Su esposa e hijos desembarcaron en Buenos Aires el 31 de diciembre de 1952. “Mi papá vino a buscarnos al puerto a las 7 y media de la tarde. Primero fuimos a la casa de unos parientes en la calle Deán Funes de la Capital y el 1 de enero de 1953 llegamos a Cañuelas. Las mujeres vinieron en el coche de mi tío Fiumara; los varones viajamos todos en el tren. Llegamos a Cañuelas como a las 3 ó 4 de la mañana”, rememora Salvador.

Ese primer día lo pasaron en la casa de los Fiumara, en Libertad 642, y rápidamente se instalaron en una casa que alquilaron en Rivadavia y 9 de Julio. 

“En la Nochebuena mi viejo se agarró tremenda descompostura, tanto que no pudo ir a trabajar al taller. Por eso empecé a trabajar ese mismo día en su remplazo. Mi prima Coca Fiumara hizo de intérprete para entenderme con los clientes. Yo rendía muchísimo, trabajaba de las 7 de la mañana a las 10 de la noche. Estábamos llenos de trabajo, porque el zapato de cuero era caro en ese momento y prácticamente no había otros talleres de reparación en Cañuelas” detalla Salvador, que por entonces era un adolescente.

Cartel del taller de la calle Lara 950.

Acostumbrados a las privaciones que produce la guerra, los Garaffa crecieron con la cultura del ahorro, de vivir con lo propio y de pagar las deudas lo antes posible porque el futuro es siempre incierto. Por eso los primeros ingresos los destinaron a comprar una casa detrás de la que alquilaban.

A unos cuatro años de su llegada Cañuelas Mingo, el mayor de los hermanos, decidió independizarse y comenzó a trabajar en la fábrica metalúrgica Ezeta de Carlos Spegazzini, pero pronto se cansó de viajar y decidió retomar el oficio familiar. Primero alquiló un local por su cuenta en Basavilbaso casi esquina Libertad hasta que buscando un lugar más céntrico, dio con un espacio vacío en Del Carmen 632: era un garaje que una mucama había heredado de sus empleadores recientemente fallecidos.

Salvador recuerda que decidieron comprarlo en conjunto, pero no tenían dinero suficiente por lo que acudieron a un préstamo de la Zapatería Guido, de Sella. 

La Mundial en 2007. Archivo InfoCañuelas.

“Fue Mingo el que consiguió el lugar, un garaje abierto en un terreno baldío. Lo techó, lo acondicionó para las necesidades de un taller. Al poco tiempo se compró la parte aledaña donde estamos ahora y se empezó a reformar todo a nuevo. Era como un gallinero. No tenía vidriera ni nada. Hasta la vereda la hicimos nosotros” acota Blas.

El traspaso de la propiedad no fue tan simple como se esperaba. Los hermanos Garaffa compraron el inmueble con inquilinos, quienes finalizado el contrato se negaban a irse. Los pedidos amables de los nuevos propietarios no lograron ningún efecto sobre los usurpadores por lo que no tuvieron más remedio que iniciar un juicio de desalojo que les hizo perder casi tres años. Juan Erriest, el dirigente conservador y ex intendente de Lobos, fue el abogado que los patrocinó en esa contienda.

En 1963 abrió sus puertas La Mundial que conocemos hoy. Luego de una década dedicada a la reparación los hermanos consideraron que resultaría más rentable la venta de calzado industrializado.

Estantes y carteles en La Mundial. Archivo InfoCañuelas.

“Todo esto fue un poco por iniciativa de mi madre, que nos dijo que convenía poner un negocio, pero nos aconsejó no largar el taller hasta ver cómo marchaba. Y viendo que andaba bien y que ya no teníamos tiempo para seguir con el taller, decidimos mantener sólo la venta al público. Si había alguna falla de fábrica, lo arreglábamos, pero el taller ya no funcionó más” dice Salvador.

Quienes conocieron a Mingo tal vez recuerden una anécdota que solía contar: “Al comienzo nuestra zapatería se llamó ´Italia´ hasta que un día un cliente me dijo: ´Tano, vos sos mundial, sos un capo arreglando zapatos´. Por eso después le pusimos ´La Mundial´”.

Cuando se le pregunta a Salvador cuál fue la mejor época comercial no duda en mencionar los años ´70 y ´80, cuando irrumpieron las zapatillas, especialmente las Flecha, que tuvieron un auge masivo. “Al principio las Flecha, Sacachispas, Topper, Pampero, etc., eran todas de la misma empresa (Alpargatas), pero con el paso de los años los herederos fueron vendiendo partes del negocio y fue así como surgieron las distintas marcas”.

Flecha originales en La Mundial. Archivo InfoCañuelas.

Hasta hace pocos años La Mundial todavía tenía en su depósito algunos pares de zapatillas Flecha que poco a poco fueron cayendo en las ávidas manos de los coleccionistas. Una curiosidad entre paréntesis: el logotipo impreso en las cajas rojas originales y en la suela de goma era una flecha que señalaba a la izquierda, hasta que el gobierno militar de 1976 obligó al fabricante a girarlas a la derecha. Las ideologías extremas siempre enfocadas en lo importante. 

Varias generaciones de cañuelenses continuaron acudiendo a La Mundial a lo largo del tiempo y así su vigencia se mantuvo constante hasta la pandemia. La aparición del coronavirus obligó a los propietarios a ralear sus visitas al local y tras la muerte de Mingo, en 2021, Salvador y Blas siguieron atendiendo de manera esporádica.

Gabriel (hijo de Salvador), quien atesora pasaportes, añejos documentos y hasta las valijas que su padre utilizó para viajar a la Argentina, es quien seguramente tomará la posta en el futuro cercano. 

Gabriel visitando la casa de los Garaffa en Serrata.

“La idea es continuar. Son 70 años de historia. No me gustaría que tanto trabajo y sacrificio se pierdan. Ellos vinieron con los puesto de Italia, en plena posguerra, y lograron muchas cosas, haciéndose de abajo, laburando”, resume Gabriel, como dando una receta para prosperar en la vida. 

Germán Hergenrether

Escrito por: Germán Hergenrether