La final de la Copa América que Argentina y Brasil disputarán este sábado en el Maracaná nos retrotrae a la historia de “Carlitos” Chiappe, el único futbolista cañuelense que jugó en el mítico estadio de Río de Janeiro. Lo hizo en 1981 jugado para el Deportivo Cali cuando el equipo colombiano cayó por 3 goles ante el Flamengo, a la postre campeón de la Libertadores en su primera participación en el certamen.
Chiappe tuvo una importante trayectoria internacional de siete años. Entre 1977 y 1984 jugó en Venezuela, Paraguay y Colombia, en una época en la que Europa era una meca todavía incipiente para los futbolistas argentinos.
Sus inicios en el fútbol profesional fueron puramente casuales. De no ser por el comentario de un camionero que transportaba la leche de la empresa láctea Tucasa, en la que trabajaba su padre, posiblemente jamás habría dado el paso de salir de Cañuelas.
Corría el año 1967. Con 14 años Carlitos jugaba en la tercera de La Martona, el mismo club de la liga local donde su padre, Juan Alberto (“Tito”), había descollado hasta abandonar por una lesión en la rodilla.
Mientras don Tito trabajaba en Tucasa (luego La Serenísima) no se cansaba de comentarles a los camioneros sus hazañas en el césped y la proyección de su hijo. Un día uno de esos camioneros le contó que Quilmes estaba buscando jugadores y lo incentivó a probarlo en el club cervecero.
“Mi papá se entusiasmó y me llevó a Quilmes. Conmigo también fueron Gustavo Galli y Jorge Sefri, que eran arqueros. Estuvimos media hora los tres, nos probaron y al rato un dirigente le dijo a mi papá que podíamos volver a entrenar. Yo regresé y quedé en las inferiores de Quilmes como defensor. Galli y Sefri no volvieron. En el caso de Gustavo, la mamá le dijo que si no estudiaba, no podía jugar al fútbol, así que no volvió más” rememora Carlos.
En 1971 Chiappe llegó a jugar un partido en primera, durante una huelga de profesionales. En 1972 sumó de 15 partidos y en 1973 firmó su primer contrato que se extendió hasta 1975, año en el que se consagró campeón de la B. En esa etapa fue compañero de Daniel Bertoni y Ricardo Villa, luego campeones del mundo en 1978. En el caso de Villa, solía viajar con Carlos hasta Cañuelas y desde allí se tomaba el tren hacia su Roque Pérez natal.
A partir de esa sensacional campaña en Quilmes, en 1976 se fue a préstamos a Platense, integrando el plante que ascendió a la primera división del fútbol argentino. Ese fue el preámbulo de su carrera internacional que comenzó en 1977 en Estudiantes de Mérida (Venezuela). En su primera temporada en el fútbol venezolano salió campeón y viajó directo a Perú a jugar la Copa Libertadores.
El año siguiente fue intenso. Nació su primera hija, Bárbara, y luego viajó a Paraguay para jugar la Libertadores en la zona de Libertad y Olimpia. Allí conoció a Epifanio Rojas, un empresario paraguayo que en 1979 lo llevó al Atlético Tembetary, un club de la tercera división guaraní.
“Me dijo que me fuera con él, me prometió que en 10 partidos me vendía a Europa. Chapeaba diciendo que había vendido a Kempes por 250 mil dólares y eso me convenció. Le creí, pero era un versero. De todas maneras, casi había logrado venderme al Málaga cuando en la última práctica me rompí la clavícula y me tuve que quedar parado varios meses. Finalmente en 1980 me vino a buscar el Deportivo Cali, donde estuve hasta 1982”.
Chiappe fue subcampeón en Colombia y eso les brindó el pasaporte para jugar la Libertadores integrando la zona con River, Rosario Central y Junior. Cali tenía una delantera endiablada con Willington Ortiz, el Tigre Benítez y “Cococho” Álvarez. Tras ganarles a los equipos argentinos empató 1 a 1 con Flamengo en Cali pero en el Maracaná fueron goleados por 3 a 0. “Tenían un equipo de maravilla, a nosotros nos ganaron caminando y en la final le ganaron a Cobreloa”.
“En ese momento el Maracaná tenía su diseño original (se reformó para el 2014) con una capacidad de 220 mil personas. Me acuerdo que cuando entramos habría la mitad de público pero igual era abrumador. De todas maneras en el desarrollo de los partidos eso nunca me influyó. Cerraba los oídos para escuchar solamente a mis compañeros y los contrarios. Fue una experiencia enorme, hermosa. Cada tanto lo veo en Youtube y me emociono”.
En 1983 sus hijos Bárbara, Tato y Gonzalo tenían que comenzar el colegio. En Colombia la situación no era la más propicia, prefirió anteponer a su familia y decidió volver a la Argentina a pesar de las ofertas que surgieron del Junior y el Tolima. Estuvo un año a préstamo en Banfield y luego finalizó su carrera jugando varios años en la liga de Lobos. Curiosamente nunca jugó en la primera de Cañuelas, aunque sí fue entrenador.
Chiappe tiene los mejores recuerdos de su etapa en el fútbol sudamericano, al punto que integra varios grupos de WhatsApp con quienes fueron sus compañeros en varios clubes. Allí hay frecuentes intercambios, recuerdos y una amistad que sigue intacta.
Sobre el desafío de Argentina en el Maracaná, Chiappe confía en las posibilidades de Argentina. “La veo muy bien, hay mucho compañerismo, me parece que los chicos que subieron quieren que Messi gane la copa, y Argentina puede ganar”.
La mención de Messi lleva inevitablemente a la comparación con Maradona. Chiappe lo sufrió en carne propia cuando le tocó enfrentar al 10 en un amistoso que Quilmes jugó con Argentino Juniors. “Recién lo estaban promoviendo y ya era un jugador tremendo. Te amagaba más que uno que te tiene que pagar. Lo que hizo después no tiene nombre. Siempre reniego con mi hijo más chico, que es fanático de Messi. Le digo que no son comparables. Si Diego no hubiera caído en las drogas se habría convertido por lejos en el mejor de todos los tiempos y para toda la vida”.
Germán Hergenrether
Escrito por: Germán Hergenrether