Es común buscar cobijo bajo las sombras. Las sombras nos protegen de algunas inclemencias o nos sumen en la oscuridad. Las sombras no son ni buenas ni malas; simplemente son, y tienen tanto utilidad como estorbo. Las sombras pueden ser imprevisibles o buscadas, ignoradas o aprovechadas. Y de esto trata la cobertura que da la sombra de la peste. Estamos pendientes de nuestras vidas, estamos ocupados en preservarnos y combatir la enfermedad, pero, mientras tanto, otras sombras se deslizan debajo de la gran sombra de la pandemia. Y esas sombras furtivas no son menores; hay peligro de futuro y conviene ponerles atención.
El ataque a la empresa privada Vicentín continúa, desde otro lugar y con otros coraceros. El juez del concurso aplicó la ley vigente, separó a los interventores del gobierno y mantuvo al directorio. ¿Es bueno y honorable ese directorio? No lo sé, pero sí sé que es la decisión jurídica correcta. El gobierno de Santa Fe presentó otro proyecto que tampoco prosperó, era más de lo mismo. Se arremete contra Vicentín: ¿Es acaso Vicentín la única empresa en situación de crisis?
El gobierno raspa el fondo de la caja y encuentra que desde el año 2004 Vicentín no operaría adecuadamente un puerto de granos sobre el Paraná, y hoy, dieciséis años después, intervienen dicho puerto. ¿Oportuno? La AFIP también asume un repentino interés y castiga a la cerealera por un atraso en el pago de aranceles, con la prohibición de exportar. Prohibirle exportar a una agroexportadora es dictar su sentencia de muerte. Nuevamente el juez Lorenzini tiene que corregir y ordena el cese de la medida porque la prohibición de exportar frustra el objeto de la agroexportadora y el objetivo del concurso, que es intentar la continuidad de la empresa y preservar las fuentes de trabajo. Y lo funda jurídicamente: la deuda reclamada es anterior al concurso, o sea, que es materia propia para tratar dentro del concurso. Vicentín no puede saldar esa deuda porque implicaría violar un principio legal básico, la igualdad de trato de todos los acreedores que exige la ley. Correcto.
Otros especímenes se desplazan a la sombra de la pandemia. Dos marginales, uno sindicalista el otro ex funcionario, pero ambos de indudable pertenencia al peronismo, han pedido para el ex presidente Macri, al mejor estilo Bonafini, uno la horca y el otro el fusilamiento; eso sí, ambos en la Plaza de Mayo, lugar que parecería tener una atracción folclórica. ¿Nos asombramos? No; a Aramburu lo fusilaron, al margen de las culpas que portara dicho militar. Mantener ese camino sin que el gobierno frene y la justicia castigue, es muy peligroso. La historia lo demuestra.
Intentando que las sombras tapen todo el espectro nacional, una asociación de espías degradados, con el beneplácito de algunos magistrados y abogados, han emprendido una persecución judicial y fáctica contra periodistas. Están acostumbrados, esto también ocurrió en la década del cincuenta del siglo pasado, son las inexorables primeras víctimas de todo régimen autoritario. Pero no hay que perder de vista una realidad: cuando los controles fallan, cuando la institucionalidad se derrumba, son los periodistas quienes pegan el grito, y no precisamente el del tero, ponen el cuerpo. La persecución de la prensa es el síntoma más evidente del camino a las dictaduras.
Agazapados en sombras más oscuras, otros marginales se dedican a destruir el producido de las cosechas con misteriosos ataques a los silobolsas. Es verdad lo que dice el diputado Sergio Masa, que ese delito no está bien tipificado en el Código Penal. Ha presentado un proyecto de ley que —si contiene lo que hasta ahora se conoce— será importante apoyar. Mientras tanto, deberían descubrir a los atacantes y prevenir que ocurran hechos semejantes; sin embargo, la autoridad aún está virgen en tal cometido. La vieja historia de las casualidades o las causalidades.
También hay quien no necesita sombras para hacer sus travesuras, tales como cortarle el micrófono a los senadores adversarios, incluir temas no acordados en las sesiones y sancionar leyes sin la mayoría legal necesaria: la Vicepresidenta. Son los mismos que sentaron a un embajador en el sillón de diputado para definir una votación o a un “diputrucho” para obtener quórum. Travesuras que a muchos les mueve una sonrisa. La República llora.
Pero hay una sombra más atemorizante: el silencio del Presidente. Según nuestra Constitución, el Presidente “es el jefe supremo de la Nación, jefe del gobierno y responsable político de la administración general del país.” Grandes son los halagos del puesto, pero pesada la responsabilidad. Dejaré de lado el cargo que se le hace al actual mandatario de ser empleado, delegado, o marioneta de su Vicepresidenta. No importa, porque él es el responsable de la política del país, provenga de quien provenga la idea original, él es el presidente de la República, y su responsabilidad es única e indelegable.
Vale entonces que el Presidente se exprese claramente, se defina, sobre estas tantas cosas que se escurren a la sombra de la pandemia, a la sombra de ese bichito que han dado en llamar Covid-19, pero que no le pueden pasar inadvertidas al jefe supremo de la Nación, jefe del gobierno y responsable político del país.
La pandemia es grave, pero los hechos detallados también lo son, y para estas claudicaciones tampoco hay vacuna.
Carlos Laborde
Abogado y escritor
Escrito por: Carlos Laborde