Se puede encontrar en el imaginario colectivo la “romantización” de las dinámicas al interior de las escuelas, suponiendo que dentro de ellas sólo hay armonía, alegría e intercambios respetuosos. Sin embargo, se puede afirmar que si bien existen momentos en los que esas instancias prevalecen, también hay otras realidades que al irrumpir en el escenario escolar -como puede ser un acto de violencia- invitan rápidamente a pensar cómo y por qué ese acontecimiento se ha presentado.
Las instituciones educativas están conformadas por una comunidad que también se encuentra en interacción con diversos ámbitos sociales, laborales, relaciones familiares, de esparcimiento, deportivas, entre muchas otras, donde se tropiezan con infinitas relaciones de poder, como discriminación, violencia física, psicológica, económica, autoritarismo y que además se halla emplazada en un espacio mayor, mundial, en el que abundan los acontecimientos como guerras, torturas, muertes, visibilizadas a través de los medios masivos de comunicación o vividas como protagonistas.
Suponer entonces que en las instituciones educativas no se viven acontecimientos violentos es claramente negar de dónde proviene la matrícula que dará lugar a los cursos como así también a los adultos docentes (como para mencionar a dos agrupaciones que le dan vida a las escuelas, asumiendo que hay más y que resuelven numerosas actividades inherentes al quehacer escolar).
Algunas de las preguntas que surgen a partir de estas líneas es si siempre hubo actos de violencia, hoy nominalizados como “hostigamiento”. Sí claro, pero preexistían también otras estructuras en las que el adulto gozaba de un privilegio que con el advenimiento de la posmodernidad se fue desdibujando para dar lugar a un gran pastiche en el que no se puede crecer y mucho menos envejecer. En no pocos casos, las nuevas generaciones no encuentran entonces dónde y con quién confrontar. Otro elemento importante es arrogarse que el conocimiento ya no es privativo de las escuelas.
A su vez, coexiste una cuestión no menos trascendental, a la que los autores Jáuregui y Aguilar, bajo el título “Bullying. La humillación burocratizada” plantean como un fino entramado que se da al interior de las escuelas, con roles definidos, donde muchas veces quien es considerado victimario es alejado; y pasa a centrase la mirada en la víctima, sin que en verdad se haya desanudado el conflicto, porque tampoco se ha analizado profundamente que a ser violento se aprende.
Otra pregunta, apuntando a un plano más pragmático, es si habría alguna solución posible. Sí, y una posible respuesta es que se corporice en una práctica diaria como muchos otros rituales institucionales; que se incorpore a los proyectos educativos de la mano de los contenidos disciplinares, porque se suele suponer que si se da el espacio a la convivencia que implica “vivir con”, se da el corrimiento de los temas nodales de los Diseños. Algunos docente se aferran a ellos, sin encontrar la importancia que radica en el tratamiento consciente y asumir que se está formando personas para vivir en libertad y es necesaria la aceptación del que piensa diferente, pero eso implica un ejercicio cotidiano de intervención, de habilitación de la palabra, desnaturalizando las prácticas discriminatorias, que a su vez se conozcan los Acuerdos y que sean analizados, puestos en tensión y si es necesario, que se agreguen nuevas Obligaciones.
También es real que desde hace algunos años las nuevas tecnologías digitales han entrado a las aulas. Y que fueron las grandes mediadoras en tiempos en los que no se podía asistir, pero su uso, la pertinencia en la comunicación en tanto sea parte de las dinámicas de enseñanza y de aprendizajes, deberá ser claramente planteado. Un historiador señaló que se asiste a una novedosa situación donde por primera vez en la historia de la humanidad, son las generaciones más jóvenes las que enseñan a los adultos la utilización de los dispositivos tecnológicos.
Retomando la idea central en relación a los acontecimientos áulicos, aquellos que bordean o son claramente violentos, taparlos, negarlos o cambiarles el nombre, sólo traerá como correlato un mal mayor.
La complejidad no es novedosa, pero ni la burocratización, ni buscar culpables inmediatos, ni negar la corresponsabilidad ayudarán.
Será necesaria la instalación de claros engranajes para desarticular aquellas irrupciones y que victimas, victimarios y observadores tengan un protagonismo que de acuerdo a la edad, será pensado, analizado y que no descansarán en interminables Actas las vivencias acaecidas, sino que se convertirán en insumos para que en esa y en las próximas situaciones, cuente con el entrenamiento, basados en la práctica de los Valores, sin olvidar que la escuela es por excelencia el espacio donde la socialización secundaria está presente y donde cada uno de sus miembros son nombrado por presencia o por ausencia.
Generar encuentros intergeneracionales con objetivos claros, en el marco de la comunidad educativa responsable. Habilitar espacios de participación democrática que también son generadores de intercambios, de escucha, de proyectos con búsqueda de respuestas para beneficiar al colectivo estudiantil e institucional y para finalizar, no son pocos los autores que proponen una mayor carga horaria de Arte en la que convivan otros canales de expresión.
Se conoce la dificultad que se transita en las gestiones pero quizá una de las claves esté en la legitimación de más voces.
Mirta Etcheverry
Profesora en Ciencias de la Educación
Lic. en Gestión Educativa
Especializada en Nuevas Infancias y Juventudes
y en Políticas Socioeducativas.
Escrito por: Prof. Mirta Etcheverry