23 de noviembre. Cañuelas, Argentina.

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El impacto de la educación remota en los estudiantes que cursan el último año

“Los chicos y chicas de los 6° tienen tristeza… El denominador común es la ausencia de lo grupal, del otro y todo lo que conlleva esa presencia de manera cotidiana” escribe Mirta Etcheverry.

Las personas a lo largo de sus vidas transitan ciclos, etapas, momentos y si bien no hay plena conciencia de estar viviéndolos, en muchas oportunidades es necesario visibilizar los inicios, los desarrollos y los cierres.

Esto -que parece dicho desde un lugar poco científico- podemos reconocerlo en los aportes de la psicología que indica que los cierres, en forma adecuada, aumentan el bienestar ya que implican la percepción de que se hizo todo lo posible, cumpliendo con los objetivos.

Planteado este primer aspecto, rescato la situación de las instituciones educativas: desde marzo las aulas han sido vaciadas para intentar reconstruir los encuentros de enseñanza y aprendizaje en cada hogar, en el marco de las políticas de cuidado.

Dice Flavia Terigi, pedagoga argentina de amplio reconocimiento, que en este momento extraordinario la educación en el hogar es comandada por la escuela. Pero también sostiene que no todo se puede enseñar online; que la tarea es especializada y que el gran planteo es cómo generar el vínculo con los contenidos, porque el/la docente en presencia es un/a provocador/a que invita a pensar y así incentivar para que surja la motivación a conectar con el contenido, haciendo entonces que brote desde el rol de puente facilitador, para que las/os alumnos/as puedan acceder al tema seleccionado.

Inés Dussel añade que ha cambiado la estructura física y comunicativa. Considera que la estructura material actual es precaria ya que el pizarrón organiza una clase, la presencia convoca con preguntas, repreguntas, haciéndose uso del recurso de la voz, por excelencia, escuchando y observando los rostros.

A su vez ha sido vital el planteo sobre la exigencia y la jerarquización de los contenidos, lo sincrónico y lo asincrónico como espacios posibles, pero diametralmente diferentes a lo que la comunidad educativa estaba habituada.

La escuela, sin lugar a dudas, es un espacio de socialización secundaria por excelencia; de encuentro. Repetir lo que la Unesco ha recabado da, cómo mínimo, escozor: son alrededor de 1.300.000.000 de alumnos/as a nivel mundial que están vivenciando la educación formal de manera remota. 

Las crisis como tales traen dudas, frustraciones, sufrimientos y es en este sentido que se tiene que pensar cómo miles de niños, niñas y adolescentes están aprendiendo.

La escuela es cercanía, abrazo, juegos, intercambios, voces cercanas y esto actualmente es un riego pensando la realidad sanitaria actual, lo que sería un contrasentido si lo pensamos como función de la escuela en sí misma.

Volviendo a la idea de cierre con sus rituales; la ropa que los acompaña desde el inicio del período lectivo con la palabra “Egresados”; las banderas referenciadas en el personaje que los aglutina como grupo, después de largas discusiones y votaciones, que se cuelgan en lugares visibles y que expresan el deseado adiós aunque se llore en el mes de noviembre; sin dejar de lado los viajes al que algunos accedían.

Esto no está y pudiendo escuchar distintos profesionales de la educación local, tanto de gestión privada como estatal, de los niveles primarios y secundarios, la palabra que apareció reiteradamente fue que los chicos y chicas de los 6° tienen “tristeza”.

Porque no han podido encontrarse en las aulas, ser los más grandes en cada Nivel, el saber que el acto de fin de año las/os tiene como protagonistas, porque se les entrega la medalla y el certificado simbólico del egreso, porque la familia que los ha acompañado se hace presente en el patio adornado a tal fin, con la entrega de las Banderas a los que la portarán por todo un nuevo año escolar.

Falta ese ritual que permite dar cuenta que se irán y que al volver lo podrán hacer, sí, pero desde la categoría de ex alumno/a. Todos/as asumen que el cambio es inminente.

Muy pocos modificaron esa tristeza con el proyecto de realizar estudios superiores y muchos otros se siguen interrogando por lo que han aprendido.

Pero sin lugar a dudas, el denominador común es la ausencia de lo grupal, del otro y todo lo que conlleva esa presencia de manera cotidiana, en un mínimo de cuatro horas diarias, cinco veces a la semana a lo largo de nueve meses, mediatizados por el contenido, por la comunicación, por los crono sistemas simultáneos, formadores de otros ritmos y responsabilidades futuras. Donde las ideas muchas veces se defienden de una forma poco feliz, pero están ahí en el aula real.

Considero que muchos/as lo superarán cuando transiten otros espacios, con otras edades, con diversos proyectos. 

Lo innegable es que hoy atraviesa esa extraña sensación de vacío, de ausencia, de grupalidad, de paredes, de recreos, de timbres, de filas, de izamientos, de pares.

Mirta Etcheverry
Profesora en Ciencias de la Educación
Lic. en Gestión Educativa
Especializada en Nuevas Infancias y Juventudes
y en Políticas Socioeducativas.

Escrito por: Mirta Etcheverry