Autobiografía no autorizada escrita por Daniel Roncoli, quien no se siente con autoridad ni para escribir en primera persona, tal sus autodichos.
Nací un 23 de febrero, el mismo día que las gemelas Mirtha y Silvia Legrand. El mismo día pero varios años después que Mirtha y en la misma fecha pero muchísimos, muchísisimos, muchísisisimos años después que Silvia... dislates de la genética. De la primera heredé la costumbre de no decir la edad y de la segunda la costumbre de no ser invitado a los clásicos almuerzos televisados. Cuando descubran en qué período histórico dio su primer berrido la Reina Madre de la TV restenlé diez lustros y hacemos negocio.
Llegué al mundo en una noche de luna llena de modo precipitado, tanto que mi mamá creyó que el parto se produciría en el taxi que la trasladaba al sanatorio. De milagro no rompió bolsa en el vehículo que en rauda maniobra para arribar a tiempo a la sala de parto se subió a la vereda de una plazoleta destruyendo un cantero. Fue un hecho significativo ya que de ahí en más la vida no han sido flores para mí. Tampoco me quejo. Podría haberme llamado Valiant en homenaje al bólido lo que me ubicaría irremediablemente en el mercado de los usados y mis familiares hubieran tenido por mí un cariño pasajero.
Previsores mis padres me dieron el Oscar en el registro civil suponiendo con agudeza y astucia que esa sería la única ocasión en que podría adjudicarme un Oscar.
En el Jardín de Infantes La Sagrada Familia di mis primeros pasos como actor y debo haberlos dado en el arenero porque de ellos no tuvo registro ningún caza talentos. Pese a ello, son muy recordadas mi cualidades para el baile en un cuadro de música country cuando interpretaba a un cowboy: sobre todo por mi compañera de entonces, Betty Gaggioli, a quien aún le quedan rastros de aquellos pisotones.
Conforme fui creciendo reincidí en mis berretines histriónicos y desarrollé cualidades como goleador serial (en realidad, cereal ya que mis plusmarcas obedecen a partidos disputados imaginariamente sobre la mesa del comedor entre cajas de Kellog´s y copos de maíz).
Participé de todos los actos y llegué -de manera indirecta- a la tapa de Billiken antes que a las de EL GRÁFICO o TV Guía como podía deducirse de mis inclinaciones vocacionales. Sí, hice a todos los próceres por lo que me aventuro a que eso condicionó mi despertar sexual ya que lo primero que quise fue llegar al busto.
También fui payaso, indio comechingón -no crean en la originalidad de Florencia de la V-, gaucho, unitario y al año siguiente federal lo que no me produjo ningún jabón pero que me permitiría, si me lo propusiera, hacer carrera en política. Astronauta y hombre de las cavernas, también, en otro alarde de esquizofrenia.
Como se ve, no me encasillaban aunque en la escuela N°1 Domingo Faustino Sarmiento pasé buena parte de la escolaridad encerrado como penitencia en el cuartito de los mapas. El castigo me transformó en un tipo de mundo.
Soy hincha de Cañuelas en terrenos futboleros y fuera de ellos pese a lo que a porteños y foráneos tengo con las pelotas llenas con mis historias del pueblo.
Pasé raudamente por la ENET donde recursé hasta los recreos y fui muy feliz en la José Manuel Estrada aunque mis conocimientos de contabilidad son tan fugaces que más que Perito soy Pedito Mercantil.
Reafirmé mi vocación actoral viendo El Rafa gracias al personaje de El Cholo Minelli que como paradigma ofrecía a un vago, ganador con las mujeres, pícaro, y a que su intérprete, Carlín Calvo, mostraba los piolines de su personalidad alentándonos a los que estábamos del otro lado del vidrio: "si éste puede, por qué no voy a poder yo". No llegué a ser Carlos Calvo pero algunos aseguran que me aproximo a Humberto Primo.
Escribí y narré lo que no pude hacer en la cancha, colectora que me dio un tránsito rápido por el periodismo. En mi primera nota en El Ciudadano comprobé lo relativo y efímero de la profesión: a los dos días de editada aquella crónica de Yupanqui-Cañuelas fui a la carnicería y me envolvieron un kilo de churrascos con mi artículo. Desde allí me llevé a los bifes con el oficio que desarrollé preferentemente en EL GRÁFICO, aquella catedral que me tuvo en la misa y en la profesión.
La electrificación del Roca casi me deja en la vía, entré y salí de los escenarios, de los sueños de camarines y telones, damnificado por las odiseas de bondis impasibles me costó llegar al centro antes de que apagaran las luces.
Me tocó la conscripción en aeronaútica y esa experiencia no pasó volando. Fue un desvío incómodo, otro, en la búsqueda del aplauso. Por suerte un verano me perdí en La Bristol y pude saber de qué se trataba.
Me permití morirme de hambre de lo que me gusta y comencé a ejercer como actor profesional a tiempo completo salido de la adolescencia pero aún siendo aquel niño. Formé parte de 55 elencos, muchos de ellos con repercusión tan escasa que ni los actores iban a las funciones y, últimamente, me desempeñé en Mar del Plata, en el Teatro Corrientes, como Roy, el contador boderlaine de Calvo -los guiños del destino- en Extraña Pareja. Me ternaron para el Estrella de Mar y me estrellé a metros de la orilla pero no me entrego.
Publiqué tres libros -Instrucciones para embellecer el domingo, Resaca de Potrero y Canilleras en el alma- y llevo escrito varios, libros geniales como Rayuela, Cien años de Soledad, La Metamorfosis o La Divina Comedia... Es que me gusta entrar en bibliotecas y garabatear los márgenes de las grandes obras de la literatura universal. Qué se le va a hacer, yo también tengo mis hobbies.
El otro es preguntarme, reiteradamente, cada tres o cuatro minutos: ¿quién soy?.
INFOCAÑUELAS
Escrito por: Redacción InfoCañuelas