En los últimos 20 días el Hospital Dardo Rocha de Uribelarrea sufrió la muerte de cinco internos en medio de un brote agudo de Coronavirus. El primero, fallecido el 16 de julio, nunca fue hisopado, pero todo parece indicar que también estaba infectado. Hasta ahora se habló de números, estadísticas, fechas, procedimientos, pero nada se ha dicho sobre esas personas víctimas de la pandemia.
Si bien gran parte de los pacientes del Dardo Rocha ya son adultos e incluso ancianos, para el personal serán siempre “los chicos”, seres cándidos e inocentes con los que conviven a diario en los patios, pasillos y pabellones de la institución.
Algunos pacientes, pocos, tienen una familia presente y reciben visitas. Casi todos están solos y abandonados. Para ellos, que viven desde hace dos o tres décadas en la institución de Uribelarrea, los enfermeros, preceptores y mucamas son su único vínculo afectivo. Son ellos los que conocen mejor que nadie sus estados de ánimo, los que interpretan sus carcajadas y silencios. Saben cuándo tienen dolor, malestar, frío, fiebre, falta de apetito o hasta dificultades para orinar.
El primer fallecido (16 de julio) fue Rubén Darío Paredes, conocido como “Chuchi” puertas adentro de la institución. A “Chuchi” le encantaba comer pan y por eso era habitual verlo con un pan en la mano. En su último día el personal notó que el mismo pan le había durado todo el día, era de tarde y seguía entero, y por eso se dieron cuenta de que algo no andaba bien.
Paredes solía corretear por los pasillos atravesando cualquier puerta que se encontrara abierta. “Jugaba al pistolero, te disparaba extendiendo su brazo y apuntándote con sus dedos en forma de pistola. ¿Quién no habrá jugado con él? Cuando le apuntabas a su modo y hacías el ´¡pum!´ del disparo, se tiraba al suelo simulando estar herido. Tenía tremendos berrinches, pero contenerlo fue la tarea bien aprendida del personal del Hospi... con la única capacitación que se tiene: quererlos”, lo recordó una empleada.
El segundo fallecido fue “Tito” Ramírez (23 de julio) un paciente que llegó ya grande a Uribelarrea. Hablaba extraño, con un tono guaraní, y por eso solían decirle “Paraguayo”. Era asustadizo y muy saludador. Por la mañana era inevitable encontrarse con sus “¡Hola, qué tal, buen día buen día!”.
Ricardo Leiva, el tercer fallecido (28 de julio) era un gran colaborador de los preceptores. Hasta donde su condición se lo permitía, ayudaba a hacer las camas y salía a caminar en grupos. “A veces hacía berrinches y quería quedarse en la plaza. Era cariñoso, siempre esperando en la puerta para recibir y darte un beso, cómplice de las bromas que pudieran surgir... Si se empacaba, con besos al aire y caricias de a poco se olvidaba del enojo”, lo desribieron.
En cuanto a Ezequiel Moreira, llegó al Dardo Rocha muy jovencito, con dificultad para caminar y falta de estabilidad debido a sus convulsiones. Como insistía en caminar, los empleados tomaron distintas iniciativas para que pudiera movilizarse sin lastimarse: le acercaban un colchón y durante un tiempo estuvo en silla de ruedas hasta que lograron conseguirle un casco de boxeador para que no se lastimara la cabeza o la cara en las caídas.
“Costó que Ezequiel se acostumbrara pero lo aceptó, a su manera, a su modo, porque como muchos otros chicos, no podía expresarse, no hablaba. Durante más de una semana, en reiteradas veces, se avisó a los enfermeros que Ezequiel estaba mal, que no se podía parar, que gateaba intentando levantarse pero que ya no tenía fuerzas” revelaron a InfoCañuelas. Murió en el dormitorio del Dardo Rocha en la mañana del 31de julio, antes de poder incorporarse.
Jorge Lezcano, alias “La Rata”, fue la última víctima. Salía a caminar en grupo, colaboraba en las tares, ayudaba llevando los canastos a la hora de la merienda y juntaba los vasos, algo importante porque hacía a su integración.
Podía cambiarse la ropa, era afectuoso, corría como un nene que usa un palo a modo de caballo, con la diferencia de que él corría sin palo, sin nada, usando un corcel imaginario y del mismo modo buscaba piojos imaginarios en las cabezas del personal con el que tenía trato más cercano.
Paredes, Ramírez, Leiva Moreira y Lezcano son esas víctimas ignoradas de la pandemia. Descansan en las tumbas para indigentes del cementerio parque La Oración. Para el personal del Dardo Rocha son como parte de una gran familia lastimada por la pérdida.
Escrito por: Redacción InfoCañuelas