María Zamarbide es una rara avis en el mundo del espectáculo. Con una promisoria carrera en el cine y la televisión, prefiere mantenerse al margen de las vidrieras, y cada vez que finaliza un trabajo se recluye en su casa de Cañuelas para dedicarse a la pintura.
Alternó su infancia y adolescencia entre Cañuelas y Necochea, su ciudad natal. Hizo el jardín de infantes en el Jardín La Sagrada Familia, donde cosechó algunos buenos amigos que conserva en la actualidad. Y tras concluir el secundario se inscribió en la carrera que siempre había soñado: Bellas Artes en el IUNA. Sin embargo, el destino la llevó por senderos impensados.
"Cuando estaba en Capital me paraban en la calle y me ofrecían trabajar de modelo. No era mi estilo. Yo parecía un pibe salido de una obra en construcción, con rastas y remera negra. Hasta que en momento una amiga de Necochea me llamó para hacer comercial. Cuando me dijo que me iban a pagar 200 pesos en un día, dije ¡wow! Entonces acepté y la verdad es que me divertí".
En paralelo a su carrera en el IUNA comenzó a mirar la actuación con simpatía, sobre todo porque le generaba un ingreso económico que en ese momento la plástica le negaba. Hacia el año 2002 hizo un curso de teatro con Augusto Fernández, lo que significó un quiebre en su vida. "Me apasioné con el teatro. Empecé a tomar clases porque quería aprender todo lo posible, y comencé a hacer mucho teatro under, pero paradójicamente ya no me interesaba actuar por dinero. La pasión y el deseo me dominaron. La plata quedó en segundo plano".
De pronto tuvo que luchar contra algunas limitaciones de su carácter, especialmente su timidez, que sigue estando presente. Y su familia, donde abundan los profesionales de las ciencias o el derecho, la miró extrañada frente una elección que rompía el molde familiar. "Toda mi vida tuve señales luminosas que me indicaron hacia dónde ir, pero yo iba para otro lado. Afortunadamente un día decidí seguirlas. La moraleja es que no se puede ser necio con las señales".
Desde que la actuación se convirtió en su centro, fue sumamente selectiva con los guiones que aceptó interpretar o filmar. En teatro sólo se dedicó al under porque nunca surgieron oportunidades que le interesaran en el ámbito comercial. También le escapa a las series de televisión por el estrés que generan las grabaciones diarias. Lo último que hizo en la pantalla chica fue Dulce amor. Encarnó a la prostituta Gilda en Babylon y recientemente intervino en la comedia negra de la Televisión Pública, Las 13 esposas de Wilson Fernández, con Mex Urtizberea.
Este 23 de octubre se estrenó Un amor en tiempos de selfies, ópera prima de Emilio Tamer que la tiene como protagonista junto a Martín Bossi y Roberto Carnaghi. "El mensaje de la película es que el amor puede sobrevivir a pesar de que la tecnología y las redes sociales están conspirando todo el tiempo. Si bien es cierto que las redes favorecen el encuentro, también promueven muchas confusiones. ¡En la época de mi abuela, con las cartas de amor, era todo más simple!".
Cuando no actúa trata de pasar inadvertida, no le gusta exponerse y casi no participa en los eventos del ambiente artístico. Es común verla por las calles cañuelenses, vestida de entrecasa, o compartiendo un café con sus amigas en un bar céntrico. "Soy muy de estar encerrada en mi casa de Cañuelas. Me paso horas pintando, restaurando muebles y paredes. Me gusta la soledad del campo. Y cada vez que termino un trabajo en cine o televisión pienso que fue el último, que no voy a poderlo hacerlo más, porque no me interesan ni la fama ni el reconocimiento, pero esa pasión por la actuación en algún momento vuelve".
En su vivienda campestre encuentra la inspiración para pintar. Uno de sus temas frecuentes es la religión. Practica el budismo, pero también se siente atraída por todos los cultos y por la devoción que las personas depositan en ciertos símbolos. En febrero pasado realizó una exposición de sus obras en Lupita la Santera.
María tampoco deja de lado su costado solidario. Durante largo tiempo trabajó como voluntaria dando clases de teatro en la Escuela Especial 501, donde su tía, Cristina Lamas, es docente. Una obra que preparó con los alumnos salió segunda en un certamen provincial que se llevó a cabo en Azul. "Era la primera vez que un grupo de teatro especial salía a competir. Extraño esa época con los chicos, pero no pude continuar por los viajes. Una tarea de esas características exige compromiso y continuidad, porque los chicos se ilusionan. De todos modos quedó un vínculo súper lindo".
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Escrito por: Redacción InfoCañuelas